Murió Luis Alberto Monge, el hombre. Su legado y su leyenda apenas empiezan.
Detrás de su aspecto campechano y bohemio, del que no renunció nunca –a Dios gracias–, había una mente aguda, un lector asiduo, un dirigente nato, un orador notable, un conversador natural, una bonhomía, un Político con mayúscula, pero, sobre todo, un costarricense cabal y patriota. No dije patriotero, porque eso desdice una vocación humana que desbordaba las fronteras.
Cometió errores como todos los seres humanos que no negamos nuestra condición falible y carnal, pero supo elevar su espíritu y se alzó por encima de ellos. Eso hacen los grandes hombres.
Siendo muy joven, trabajé unos años en construir una antología de la oratoria costarricense (nunca la publiqué). Entrevisté a muchas personas y revisé cientos de documentos de cada uno de los 40 oradores escogidos, y entre ellos los de Luis Alberto Monge.
Puesto a decidir, escogí dos piezas esenciales: su discurso al asumir la presidencia de la Asamblea Legislativa en 1973 y su discurso, publicado como folleto en 1961, intitulado “No hay revolución sin libertad”. Se trataba de una pieza de compromiso democrático profundo. Denunciaba la desviación de la Revolución cubana, a la que había defendido en su inicio: “Todas las revoluciones auténticas latinoamericanas tienen que ser por la libertad y hacia la libertad”, dijo lapidariamente.
Lo conocí alguna vez en los setenta. Terminada su presidencia, me tocó coordinar y moderar un curso libre sobre política y lo invité, como a otros expresidentes, a que disertara sobre su administración.
No había pasado un año del término de su gobierno y nos habló con entusiasmo sobre sus logros. ¡Cuántas lecciones podemos aprender si ponemos atención a los protagonistas de la historia patria!
Nunca pertenecí a su corriente política y critiqué algunas de sus decisiones, pero siempre respeté su compromiso con la patria y su calidad humana.
Como legislador, impulsó reformas y, como el último constituyente, apoyó las de la Constitución que nos rige. Se opuso a la reelección presidencial y sirvió a Costa Rica siempre. Sin renunciar a sus banderas, respetó las de quienes se le oponían.
Como gobernante, presidió la recuperación de la crisis económica y social a inicios de los ochenta, luchó por la neutralidad del país en conflictos ajenos y mantuvo la paz cuando Centroamérica vivía en guerra.
Paz a sus restos y un abrazo solidario a sus familiares y sus amigos.
El autor es secretario general del PUSC.