Se calcula que el 7% de las personas del continente americano son indígenas que viven en comunidades que mantienen costumbres prehispánicas, aunque no de manera absoluta, pues tienen diferentes grados de transculturización. Este porcentaje no incluye a los indígenas que han emigrado a las ciudades, ni a los mestizos que viven fuera de las comunidades autóctonas, en los que la influencia genética y cultural de los pueblos amerindios resulta mucho mayor al 7 %; sin embargo, son las comunidades que han mantenido cierto grado de cultura autóctona y su relación con los sistemas de salud reproductiva occidentalizada las que tienen problemas.
Cuantificando el porcentaje tenemos que, para finales del siglo XX, habría aproximadamente cincuenta y cinco millones de autóctonos americanos que siguen viviendo con costumbres ancestrales. Una de ellas es el modelo indígena de gestación y parto que, desde el norte de México, hasta los Mapuches de Argentina, han mantenido la costumbre de cuidar la gestación dentro de casa y parir normalmente en cuclillas, con ayuda de la comadrona y/o el esposo de la gestante.
Pero, ¿qué ha llevado a los autóctonos americanos a mantener vigente este modelo reproductivo?
Interculturalidad reproductiva. Una de las primeras respuestas que salta rápidamente a la vista es que han tenido éxito en esta práctica médica pues, gran parte de los cincuenta y cinco millones de personas que actualmente viven en las comunidades indígenas han nacido por medio de esta ancestral práctica obstétrica.
Otra posible causa es el natural instinto de protección que tenemos los seres humanos con los bebés, pues ellos son dependientes de sus padres durante mucho tiempo. Así que, si el sistema de salud occidental no los convence de ser lo suficientemente seguro para proteger a su prole, entonces, estos grupos indígenas usarán las prácticas que les han funcionado por siglos. Además, si a esto le sumamos que muchos centros de salud están lejos de sus viviendas y comunidades, optar por nuevas alternativas obstétricas se dificulta.
Otro factor que influye es el significado que tienen los hospitales para las comunidades indígenas, según las investigaciones de Gerardo Fernández presentadas en su libro Salud e Interculturalidad en América Latina, es que estas personas creen que llegan a esos centros de salud a morir, y se genera un miedo que los hace huir, en el caso de la atención de partos, aunque presentan menos reticencia en el tratamiento de enfermedades en sus adultos mayores.
Esto aunado a las dificultades de comunicación producidas por las diferencias culturales y el idioma, forman en el sentir de los grupos indígenas efectos iatrogénicos imaginarios, en los que vinculan al personal de los servicios de salud con la frialdad de los hospitales, la rapidez de las consultas, el exceso de limpieza, el color neutro monocromático de los edificios, la escasa ropa propia de los hospitales y otros factores percibidos todos negativamente, que provocan miedos o efectos psicológicos nocivos capaces de alejar a las mujeres indígenas y sus bebés de los centros de salud occidentalizados. Con cuidados neonatales y puerperales.
Podemos observar que existen factores positivos que han disminuido la presencia de la familia autóctona americana en los centros de salud occidentalizados para la atención ginecobstetra, como ha sido el éxito obtenido en la atención de partos con el modelo indígena que inducen a la decisión de parir dentro de la comunidad; y factores negativos que los han alejado, como las cargas simbólicas sociales en contra de los hospitales y otros centros de salud.
Por tanto, en un Estado de derecho, que pretenda tener justicia con equidad en aspectos relacionados con la salud reproductiva, no queda más que intentar un sincretismo de métodos ginecobstretas o interculturalidad reproductiva, de manera que el servicio de salud se acople a estas comunidades sin perder los principios fundamentales de la bioética médica.
Enhorabuena por la llegada del primer Equipo Básico de Atención Integral en Salud (Ebáis) bicultural en Coto Brus.