En la novela de Agatha Christie Sangre en la piscina, la excéntrica Lucy Angkatell organiza una cena para el matrimonio Christow (el famoso médico John y su esposa Gerda), varios miembros de su familia extendida y su vecino, el detective Hércules Poirot.
A la mañana siguiente, Poirot presencia lo que parece ser una escena armada: Gerda de pie con una pistola en la mano junto al cuerpo de John, que se desangra en la piscina. Lucy, Henrietta (la amante de John) y Edward (un primo de Lucy) también están presentes. John hace una última invocación urgente, “Henrietta”, y muere.
Parece obvio que Gerda es la asesina. Henrietta se apresura a quitarle el revólver, pero en una aparente torpeza lo deja caer en la piscina, lo que destruye las huellas dactilares de Gerda en la empuñadura que podrían servir de evidencia.
Poirot se da cuenta de que al pronunciar el nombre de su amante, en realidad el moribundo le estaba pidiendo que protegiera a su esposa de ir a la cárcel por su muerte.
Sin ningún plan consciente, toda la familia se une a un complot para confundir a Poirot. Todos saben que Gerda es la asesina, de modo que montan la escena del crimen, pero a modo de reflejo: el engaño radica en el mero hecho de que la escena parezca armada.
La verdad se disfraza de artificio, de modo tal que los elementos falsos en realidad son “pistas”. Como observa otra detective famosa de Christie, Jane Marple, en El truco de los espejos: “Nunca subestimes el poder de lo obvio”.
Reemplazando el cuerpo de John con la democracia y a Gerda con el presidente francés Emmanuel Macron, tendremos una visión de lo sucedido en Francia tras la elección parlamentaria de mediados de este año.
Cuando la ultraderechista Agrupación Nacional ganó en la primera vuelta, todas las culpas recaían sobre Macron. Pero en las semanas y meses que siguieron, se las ingenió para proteger la democracia francesa apelando a su suspensión parcial y negando así al ganador de la segunda vuelta (una coalición de izquierda llamada Nuevo Frente Popular, NFP) el fruto de su victoria.
La Constitución francesa (impuesta por Charles de Gaulle al fundarse en 1958 la Quinta República) establece que es atribución del presidente nombrar al primer ministro, cuyo gabinete no dependerá para actuar de que la Asamblea Nacional confirme su integración.
Fue por esta peculiaridad que en 1964 François Mitterand acusó a la Quinta República de ser antidemocrática describiéndola como un “golpe de Estado permanente”.
La razón de esta cláusula era otorgar al presidente la autoridad (y el deber) de intervenir para mantener el orden y la estabilidad cuando la voluntad electoral del pueblo francés no estuviera clara. El resultado de la elección de junio al Parlamento Europeo y de la elección general francesa fue que los votantes franceses no pudieron o no quisieron formular una voluntad clara.
Eso dio a Macron una ventana de oportunidad para marginar en simultáneo a la ultraderecha y al NFP, aliando su propia coalición con los republicanos gaullistas.
Macron recibió abundantes críticas por llamar a elección tan pronto después de la victoria de Agrupación Nacional en la elección a la Unión Europea. Pero al final Agrupación Nacional terminó en tercer lugar, y otros partidos han apoyado de facto el manejo que hizo Macron de la situación, al no apoyar una moción de censura contra el nuevo primer ministro, Michel Barnier.
Algo similar había ocurrido en Francia durante las históricas protestas de mayo de 1968, que estuvieron a punto de provocar la caída de De Gaulle y de su gobierno (o al menos, así pareció); en vez de eso, De Gaulle regresó, con otra Asamblea Nacional. Cabe señalar que las protestas estallaron en la cima del estado de bienestar francés, cuando el nivel de vida era más alto que nunca.
En retrospectiva, la conclusión es que tal vez haya buenos argumentos en favor de las dictaduras ilustradas. Francia tiene la suerte de contar con una Constitución que permite el tipo de suspensión parcial de la democracia parlamentaria a la que apeló Macron. ¿Qué pasará en Alemania cuando no haya modo de formar un gobierno que no incluya a la ultraderechista Alternative für Deutschland?
Aunque no concuerdo con las políticas de Macron, respeto la rapidez con que reaccionó al visible ascenso de la ultraderecha este año. No hay duda de que su decisión de disolver el Parlamento fue arriesgada, pero era un riesgo que valía la pena correr. Al nuevo fascismo hay que combatirlo sin demora y con vigor allí donde aparezca.
Aunque a Marine Le Pen (líder de Agrupación Nacional) se le negó una victoria en la segunda vuelta, la descripción que hizo CNN del resultado es acertada: “La apuesta de Macron ha mantenido a la ultraderecha fuera del poder, pero sumió a Francia en el caos".
Las grandes diferencias entre Macron y Jean‑Luc Mélenchon (principal figura del NFP) dificultaban cualquier acuerdo de “gran coalición"; en vez de eso, el país parecía destinado a un período prolongado de inestabilidad y subterfugios antiizquierdistas; muy mala noticia para una economía que ya es frágil y para el objetivo de evitar una victoria de la ultraderecha en la elección presidencial del 2027.
Pero Francia no se ha hundido en el caos. Por ahora, al menos, la apuesta de Macron ha restaurado cierta apariencia de normalidad. Algunos dirán que un gobierno no elegido no puede durar por tiempo indefinido, pero otros responderán, “¿y por qué no?“. Sin duda es preferible a un Parlamento sin mayoría absoluta, un largo período de agitación política y el caos social y económico.
Mediante una suspensión parcial de facto de la democracia, Macron mantuvo a la ultraderecha fuera del poder y restauró la estabilidad. Eso lo hace merecedor de felicitaciones y apoyo.
En un contexto de ascenso mundial del neofascismo, es posible que en otros lugares también se necesiten medidas similares. Como concluyó el filósofo Jon Elster en el 2020: “Podemos dar vuelta al lugar común de que la democracia está bajo amenaza, y decir en cambio que la amenaza es la democracia, al menos en su forma de populismo cortoplacista".
Slavoj Zizek, profesor de Filosofía en la Escuela Europea de Posgrado, es director internacional del Instituto de Humanidades Birkbeck en la Universidad de Londres.
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