Milan Kundera, escritor de origen checo, asegura que una de las mayores virtudes de la literatura es la de confrontarnos con aquello que no somos capaces de ver en nuestra cotidianeidad. El repaso de algunas obras de la literatura nos permite visualizar por lo menos dos grandes modelos para el ejercicio del poder de castigar en mano de los Estados.
Albert Camus, con su novela La peste y su obra de teatro El estado de sitio, da cuenta de uno de estos paradigmas punitivos. En la “ciudad apestada” se instala un control milimétrico de la vida y los comportamientos de las personas. El pensador francés Michel Foucault en Vigilar y castigar explica: “La inspección funciona sin cesar. La mirada está por doquier en movimiento: «Un cuerpo de milicia considerable, mandado por buenos oficiales y gentes de bien» (…). En las puertas, puestos de vigilancia; al extremo de cada calle, centinelas”.
Esta alusión evidencia un sueño de control social absoluto para extender el poder de vigilar y castigar hasta los ámbitos más íntimos de la gente. En caso de que no se le someta a límites, desde el derecho de la Constitución y la ley ordinaria, esto entraña peligros enormes en el actual contexto. Las nuevas tecnologías pueden generar una reducción de los espacios y posibilidades de las libertades individuales, que torne inviable su eficacia o aplicación real.
La lepra. Quienes sufrían lepra eran segregados de los núcleos de población, lejos de las prácticas de convivencia social y de todo sentimiento de pertenencia comunitaria. El leproso era arrojado hacia su muerte civil, y muchas veces hacia su muerte física. El uso de islas prisión, como San Lucas, sigue este paradigma punitivo.
El desgarrador relato literario de José León Sánchez (La isla de los hombres solos) permite entender hasta donde se puede llegar con esta forma de castigo. Dicha novela debería ser una fuente de memoria histórica para enfrentar el olvido o, peor aún, el desprecio de algunos con respecto a las consecuencias del castigo basado en la segregación.
En los esquemas de castigo aludidos, subyacen dos objetivos no declarados para la sanción penal: “El uno es el de una comunidad pura [en el modelo de la lepra], el otro [para el modelo de la peste] el de una sociedad disciplinada” (Foucault).
No es aventurado afirmar, entonces, que en las propuestas para el uso de uno u otro esquema también podemos leer aquellos objetivos como sueños y añoranzas no declaradas de quienes las sostienen.
Extremos. El “esquema de la lepra” caracteriza procesos históricos totalitarios, como se aprecia en los ejemplos de los gulags soviéticos o de los campos de concentración del nacionalsocialismo alemán. Pero también en las democracias liberales emerge y se extiende un pensamiento totalitario (a veces subrepticio, a veces explícito), que aboga para que numerosos grupos sociales sean tenidos como Untermenschen (subhumanos), sin derecho o libertad algunos. No es difícil entender de qué manera “conecta” esta forma de pensamiento con la recurrente propuesta de reabrir San Lucas.
Ante esta tesitura, debe indagarse y evidenciar cuántos objetivos logrados con la segregación en el totalitarismo se pretenden alcanzar en democracias formalmente liberales.
Conclusiones. Primera: las cosas por su nombre. Toda propuesta para reabrir la isla de San Lucas, dado su carácter marcadamente segregatorio, es un claro ejemplo de pensamiento totalitario. Aun en democracia, ello contraría los fines de reinserción social asignados a la sanción penal desde el marco de la Convención Americana de Derechos Humanos.
Segunda, la visión de mundo de los operadores judiciales siempre incide en sus decisiones y propuestas. Las decisiones y proposiciones desde el cuerpo de la judicatura están determinadas por los rasgos de carácter, las inclinaciones, las costumbres, los estereotipos y prejuicios, en fin, por la visión de mundo de quienes las emiten.
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Dado este contexto de realidad, que rodea la propuesta de reapertura de San Lucas, puede seguirse que su aceptación o su rechazo también evidencia el tamaño del dictadorzuelo que nos habita como pueblo.
En palabras del mismo Milan Kundera en La insoportable levedad del ser: “En el imperio del kitsch totalitario las respuestas están dadas de antemano y eliminan la posibilidad de cualquier pregunta. De ello se desprende que el verdadero enemigo del kitsch totalitario es el hombre que pregunta. La pregunta es como un cuchillo que rasga el lienzo de la decoración pintada, para que podamos ver lo que se oculta tras ella”.
El autor es profesor universitario.