Pensaba en el tremendo calor que arrasa Europa, aunque oficialmente sea aún primavera y falte una semana para el inicio oficial del verano, y en la Conferencia sobre la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, que se llevará a cabo en diciembre en París, cuando leí una información que atrajo de inmediato mi atención: escueta, preliminar hasta cierto punto, pero importante y esperanzadora.
El titular en The New York Times decía que Israel ha desarrollado tecnologías que prácticamente le han permitido superar exitosamente las sequías que azotan su región y a una buena parte de África, Asia y hasta América (California, São Paulo y otros). Que, dentro de ciertos límites y con precauciones indispensables, no padecerá grave escasez de agua, como es frecuente en su entorno. Que le ha ganado otra batalla a su árido territorio.
Es sabido que Israel se ha enfrentado a ese problema desde su nacimiento. Ello lo ha llevado a enfocar una parte importante de su desarrollo científico y tecnológico a hallar soluciones a este reto.
Ya hace décadas produjo (y ha exportado) algunas de estas tecnologías, la más conocida de las cuales es, quizá, el “riego por goteo”, técnica que puede aumentar la eficiencia en el uso del agua cuatro o más veces (400%), con respecto a las técnicas más tradicionales.
Pero sus esfuerzos no quedaron ahí: según el artículo del NYT, Israel ahora recicla agua, desaliniza y emplea otras tecnologías, de modo tal que ha llegado a un punto en que puede cubrir todas sus necesidades agrícolas y destinar otra parte a diversos usos y aplicaciones.
Entonces, salté a otra de mis preocupaciones de larga data: el conflicto árabe-israelí o palestino-israelí más específicamente. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra, preguntarán algunos? Podría ser que mucho, y para bien.
Cambio en el abordaje. He escrito antes que para resolver los conflictos armados (de variada índole: internos, internacionales, territoriales, religiosos, étnicos) es indispensable, si se ha intentado y fracasado varias veces, cambiar la lógica del abordaje; verlos y pensarlos de otra manera.
Es así como, quizá utópicamente, me dije: ¿Por qué en lugar de un conflicto sobre tamaño de territorio, primordialmente, no se aborda este como uno de productividad del territorio? De esa forma, el tamaño de lo que le corresponda a cada quien resultará menos importante, si quien tiene y puede (Israel) aporta la tecnología para lograr así un aumento dramático de la productividad, la eficiencia en el uso de esos dos recursos claves: tierra y agua.
Pero no solo desde el punto de vista agrícola sino que, esencialmente, los palestinos (y más tarde Estados vecinos) podrían evitar la sequía, hacer que la escasez de agua deje de ser un problema; se le garantizaría a la gente que ahora su preocupación habría de centrarse en usar bien las tecnologías, y que, de hacerlo, la carencia absoluta de agua ya no debería causarle temor.
A partir de ahí, modificar radicalmente las bases económicas y sociales de cada uno de los países debería ser una “agenda” más viable. En la ribera occidental, los palestinos han demostrado tener capacidad empresarial, ambición por educarse mejor, tratar de integrarse al mundo moderno. No así, lamentablemente, en Gaza, dominados por Hamás, hasta ahora dispuesto a imponer su integrismo a sangre y fuego contra su población, como ha denunciado en su reciente informe Human Rights Watch.
Desbloquear las causas del conflicto. Evidentemente, el conflicto no es tan solo territorial: la historia ya pesa mucho, la desconfianza mutua, las heridas, los intereses, la ignorancia, los sistemas políticos “disfuncionales”; en fin, muchos elementos y factores han resultado enormes obstáculos. Pero por alguna parte hay que empezar a desbloquear las causas de este trágico conflicto, como son todos, especialmente si producen guerras, terrorismo, fanatismo.
Actualmente, hay pocas esperanzas para unos y otros, salvo que se resignen a vivir “para siempre” en estado de violencia, que crezca el odio mutuo, que la desconfianza contamine cada vez más ámbitos, que los grupos de interés que han secuestrado los procesos y esfuerzos hacia la paz resulten victoriosos.
Para Israel, ello conlleva la pesadilla de dejar de ser un Estado para los judíos o un Estado democrático, a pesar de lo ejemplar que es en tantos campos. Para los palestinos, que deban seguir viviendo sin soberanía propia, a costa de un sueño que no logran concretar, no pocas veces por sus propias divisiones internas, su debilidad ante los juegos de otros, su resistencia a aceptar una buena solución, ilusionados con otra “mejor”, pero lejana o quizá imposible; sacrificando, literalmente, a sus jóvenes, en aras de creencias que violentan la razón.
La tecnología no resuelve por sí misma los problemas o conflictos humanos, pero puede ayudar mucho. En este caso, se necesitan recursos, pero menos de los que requiere la guerra o la construcción de túneles, búnkeres, aviones de guerra.
Sé también que en los días del Estado Islámico, la yihad islámica, Al-Qaeda y otros, “la solución de dos Estados para dos pueblos” es más difícil, pero es la única justa y sostenible.
Para tratar el problema con una nueva lógica, también se requiere que esta sea una lógica de buena voluntad, de buena fe. Para lograrlo, ¿serán indispensables nuevos liderazgos, líderes completamente nuevos en ambos (o todos) lados? ¿Será forzoso que sea gente “no contaminada” con los prejuicios, temores y objetivos de quienes hasta ahora han comandado la cuestión?
La “generación del desierto” ya hizo lo suyo, que no ha sido poco, pero sí insuficiente. Esta vez, quizá se necesiten más de “40 años”; tal vez porque hoy el tiempo es más acelerado y los 40 años de “ayer” son hoy al menos 70.
Si así fuera, hay esperanza, estamos cerca de cumplir esos 70, y urge aprovechar el tiempo para no llegar tarde. El sueño de que la cooperación entre ambos pueblos, no la confrontación y la intransigencia resuelva el conflicto, no es nuevo, ni es solo mío, es el mismo que soñaron Ben Gurión, Golda Meir, Abba Eban y otros en su día.
Hoy se necesitan nuevos Ben Guriones en Israel y el primero y definitivo del otro lado.
Saúl Weisleder es Economista y sociólogo. Fue diputado a la Asamblea Legislativa y presidió el Congreso. Fue embajador alterno de Costa Rica en la ONU, NY y es exdecano Ciencias Sociales de la UNA.