El 6 de marzo se cumplieron dos años de haberse detectado en nuestro país el primer caso de covid-19. Desde entonces, ha habido 8.045 lamentables fallecimientos a causa de la enfermedad y alrededor de 809.000 contagios.
Uno de los efectos secundarios de la pandemia es la exposición al estrés crónico, no solo por el riesgo de enfermar, sino también debido a las pérdidas personales asociadas a la covid-19 y las secuelas de la infección, que apenas estamos conociendo.
Las pérdidas más significativas, evidentemente, son las vidas humanas, pero también los puestos de trabajo. Con la pandemia se ha producido el deterioro de la educación y el aumento de la desigualdad y la violencia intrafamiliar. Y las restricciones han limitado la insustituible interacción personal.
Otro de los impactos significativos que ha tenido la pandemia ha sido la exposición de toda la población al estrés crónico. En sí mismo, el estrés crónico es indeseable. A través de una combinación de señales nerviosas y hormonales, incita a las glándulas suprarrenales, ubicadas encima de los riñones, a liberar una oleada de hormonas, entre ellas, la adrenalina y el cortisol.
En condiciones de estrés agudo (me asaltan, me va a morder un perro), la adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca, eleva la presión arterial e incrementa los suministros de energía. El cortisol, principal hormona del estrés, eleva los niveles de glucosa en el torrente sanguíneo, mejora su uso en el cerebro y, por ende, la disponibilidad de sustancias que reparan los tejidos. También se activan otras regiones del cerebro que controlan el estado de ánimo, la motivación y el miedo.
LEA MÁS: Expertos en salud advierten del avance de enfermedades crónicas entre ticos
Cuando el estrés se vuelve crónico, ocurre una activación a largo plazo del sistema de respuesta, y la sobreexposición al cortisol y otras hormonas suele alterar casi todos los procesos del cuerpo, lo cual eleva el riesgo de padecer ansiedad, depresión, cefalea, dolores musculares, presión arterial alta, infartos cardíacos y cerebrales, trastornos del sueño, aumento de peso, problemas digestivos, deterioro de la memoria y la concentración y alteraciones menstruales y en el sistema de defensas.
El estrés crónico asociado a la covid-19, indudablemente, tendrá un grave impacto y, por ello, se requieren estrategias sanitarias integrales para tratar la salud mental de la población.
Desde antes de la pandemia, sin embargo, algo muy similar a lo sucedido en el campo de la educación pasaba con la salud mental. El peor ejemplo son las enfermedades no transmisibles, que, a falta de la debida atención, son la principal causa de muerte y discapacidad en el mundo y originan necesidades de tratamiento y cuidados a largo plazo.
Cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes y enfermedades pulmonares crónicas están directamente asociadas al consumo de tabaco, al abuso de alcohol, a la ingestión de comida chatarra (alto consumo de azúcar, sal, grasas saturadas y ácidos grasos trans) e inactividad física.
Esos factores son prevenibles en la niñez y la adolescencia, pero en los últimos 35 años los gobiernos los dejaron de lado. Ejemplos del deterioro en la salud de la población es el sobrepeso y la obesidad en el 65% de los adultos, que una tercera parte sea hipertensa y el 13% padezca diabetes tipo II.
Ante este panorama, y a pesar de que surgen otros estresores de los cuales no podemos aislarnos, como el temor al incremento del conflicto bélico en Ucrania, en Costa Rica vivimos una “luna de miel” pandémica, gracias a la intensa campaña de vacunación y al surgimiento, hasta ahora, de variantes del virus menos letales.
En los programas de gobierno de los dos partidos que se disputan la presidencia en la segunda ronda, uno querría encontrar referencias a lo que van a hacer para tratar lo comentado.
De acuerdo con la evaluación efectuada por el Programa Estado de la Nación, las propuestas robustas de cada partido y las prioridades temáticas giran en torno a economía, empleo, pobreza, desigualdad y gestión política, asuntos medulares, desde luego, pero quedan por fuera problemas de salud, educación, cultura, deporte, niñez, adolescencia, juventud, protección a las poblaciones más vulnerables, entre otros, que deben tratarse si queremos el bienestar y mejorar la calidad de vida en el país. Una sociedad sistémicamente enferma es incapaz de dar el salto a la cuarta revolución industrial.
El autor es médico pediatra, fue fundador y director durante 30 años de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños. Siga a Alberto Morales en Facebook.