A los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, misioneros y laicos comprometidos que guiarán al pueblo de Dios en las celebraciones de esta Semana Santa: les escribo a modo de carta abierta, en un momento que considero decisivo. La liturgia más intensa y esperada del año se aproxima, y a ustedes les ha sido confiada la misión de ser líderes de esperanza en medio de un tiempo turbulento.
El mundo entero atraviesa días inusuales, marcados por tensiones políticas, conflictos bélicos, crisis económicas y una creciente fractura social. Costa Rica no es ajena a esta realidad. Lo que alguna vez fue una sociedad conocida por su temple pacífico y diálogo sereno, hoy comienza a mostrar grietas preocupantes.
No escribo esto para alarmar, sino para invitar a la preparación. Muchos de los fieles que acudirán a nuestros templos no solo buscan un rito: claman por consuelo, dirección, un respiro en medio del agobio. Llegan cargando heridas, miedos y dudas que no siempre se ven, pero que agobian en silencio.
Reflexionemos, por ejemplo, sobre la inseguridad que se ha instalado como un huésped no invitado en nuestras comunidades. ¿Han conversado en sus parroquias con los equipos de apoyo sobre qué hacer en caso de una emergencia o una balacera cerca del templo? No es un llamado al pánico, sino una advertencia responsable.
El año 2023 fue el más violento en la historia reciente del país, con más de 900 homicidios, la mayoría relacionados con crimen organizado, pero también con consecuencias para víctimas colaterales. Sabemos que durante el Triduo Pascual, muchos templos se llenan hasta superar su capacidad. Por favor, consulten con las autoridades locales, preparen protocolos, hablen con su comunidad. Estar preparados también es un acto pastoral.
La salud mental es otra de las grandes heridas del presente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron más de un 25% desde la pandemia. En Costa Rica, el suicidio alcanzó su cifra más alta en 2023, con más de 450 casos registrados. Habrá personas en sus comunidades que han perdido a alguien. Otras están al borde del abismo. Y no son pocos los que, aun vistiendo albas y estolas, han atravesado o atraviesan estos mismos dolores.
Esta Semana Santa debe ser un tiempo de sanación emocional, no solo espiritual. No pasen por alto estos clamores. Estén abiertos a la ternura pastoral, a la sonrisa conciliadora. Ofrezcan palabras que alivien, no discursos vacíos.
Más del 40% de los hogares costarricenses viven endeudados, según datos del Banco Central y la Sugef. Muchos apenas logran cubrir sus necesidades básicas. ¿Qué mensaje ofrecerán a quienes viven al límite? No necesitan un juicio moral. Necesitan esperanza y guía. Sería ideal que busquen cursos de educación financiera y los ofrezcan en sus parroquias.
No sorprende, entonces, que los destinos turísticos tradicionales proyecten una ocupación hotelera más baja de lo habitual. Muchas familias se quedarán en casa. Tal vez vayan a su parroquia. Tal vez se acerquen por primera vez en mucho tiempo. ¿Qué palabras les ofrecerán? ¿Qué signos vivirán con ustedes? Esta no puede ser vista como una Semana Santa más; lean por favor los signos de los tiempos, es una oportunidad pastoral única.
El tono del debate en redes sociales es otro síntoma de nuestra enfermedad colectiva. El Centro de Investigación en Comunicación y la Defensoría de los Habitantes han advertido sobre el aumento de los discursos de odio, la polarización, el acoso y el bullying digital, incluso entre adolescentes.
Ustedes tienen en sus manos la posibilidad de llamar a una paz que también sea digital. Enfaticen en el mandamiento del amor en el Jueves Santo. Inviten a la reconciliación verdadera el Domingo de Resurrección. Este país no aguanta más confrontación disfrazada de verdad. Necesitamos profetas del respeto.
Presidir esta Semana Santa no es un acto litúrgico más. Es un acto profundamente profético. La sociedad costarricense vive una de sus horas más sensibles. Ustedes no pueden quedarse al margen. La neutralidad, cuando hay sufrimiento, no es una opción evangélica.
Sus homilías, sus gestos, sus silencios y sus palabras tendrán un peso especial este año. Pueden abrir heridas… o cerrarlas. Pueden sembrar resentimiento… o esperanza.
Ser pastores hoy implica recordar que no hay cristianismo sin perdón, sin compasión, sin justicia para los pequeños. No basta con revivir nuestras tradiciones si no nos atrevemos a leer los signos de este tiempo con los ojos de Dios.
Costa Rica necesita volver a creer en la paz, pero esa fe necesita alimento. Tal vez, esta Semana Santa sea nuestra oportunidad para ofrecerlo. Desde el altar, desde el púlpito, desde la procesión o la confesión… que cada gesto anuncie un Reino donde todos cabemos. Porque si no lo hacen ustedes, ¿quién?
gersalma@yahoo.com
Germán Salas Mayorga es periodista.
