En primer lugar, reconocer en este hecho el carácter creciente de nuestra sociedad como un conjunto humano cada vez más multiétnico y pluricultural. Consecuencias: Mayor riqueza genética, más variedad en los fenotipos, más mestizaje, nuevas lenguas, costumbres, tradiciones y hasta vestimentas. Por no mencionar quizá lo más importante: la nueva religión de la cual son portadores.
Diversidad y secularismo. A propósito de lo último, sus portavoces nos aseguran que el Islam es una religión de amor, de paz, de compasión, etc., desligándose así de lo que todos hemos visto y leído sobre terrorismo islamista en otras latitudes. Pero no caigamos en generalizaciones odiosas, ni en uno ni en otro sentido: ni todos los terroristas son musulmanes, ni lo contrario. Lo que sí es objetivo es que ninguno de los tres monoteísmos conocidos (judaísmo, cristianismo, islamismo) está exento en su historia de espantosos capítulos en que lograron imponer su fe a fuego y espada, lo que incluso se refleja en sus libros sagrados.
No hay duda de que, en comparación con las religiones politeístas que precedieron a las tres, el monoteísmo es inevitablemente intolerante. puesto que no admite otra creencia verdadera que la de su propio Dios. Felizmente, un proceso constante de secularización de las sociedades occidentales ha llevado a suavizar, y hasta humanizar, la actitud de los jerarcas religiosos en relación con las exigencias y necesidades de la vida moderna. Desgraciadamente, tal cambio de actitud no se ha hecho presente en los países de fe musulmana porque, en la mayor parte de ellos, Estado y religión siguen formando un todo inseparable en perjuicio de las libertades individuales.
El Estado futuro. En segundo lugar, hay muchas razones para pensar que el número de musulmanes seguirá creciendo en el futuro: más inmigrantes, más conversos, más apoyo financiero de los grandes países musulmanes, etc. ¿Cómo se afectará la convivencia social cuando todas estas religiones adquieran el poder político detentado, hasta ahora, por la religión católica? Porque ya tenemos hasta diputados evangélicos anteponiendo sus creencias particulares por encima de las leyes humanas que deberían regirnos a todos los ciudadanos sin excepción.
¿Tendremos en el futuro también diputados musulmanes con esa actitud? ¿Soportaremos el resto de los ciudadanos a un muecín encaramado en el minarete de su mezquita llamando ruidosamente a la oración cinco veces durante el día?
La solución está a la mano si quisiéramos preservar la paz social y la tranquilidad personal en los años que vienen: el Estado laico. Es decir, una nueva organización política que garantice, por su neutralidad en cosas de conciencia y religión, que los ciudadanos están en plena libertad de tener y practicar sus creencias religiosas, o del tipo que sean, siempre y cuando no afecten la libertad y la privacidad del resto de los ciudadanos; y, por demás, un Estado sin interferencias a favor de ninguna organización, religiosa o no, que pretenda afectar el ejercicio soberano del Estado como representante único de toda la colectividad. No hacerlo así desde ahora es condenar a las futuras generaciones al caos que ya se vivió en Europa, en siglos no tan pasados, por las guerras de religión (por lo demás, algo casi increíble: cristianos contra cristianos persiguiéndose y matándose en nombre del mismo Dios, supuestamente verdadero).
El autor es profesor de la Universidad de Costa Rica.