En junio de 1996, cuando José María Figueres Olsen ocupaba la presidencia de Costa Rica, Fernando Guier publicó en Página Quince un implacable artículo contra su gobierno, en el cual se quejó del “deterioro de la educación de la juventud costarricense por la penuria estatal en la construcción de aulas, mientras se dilapidan los millones de colones en misteriosos armamentos, secretamente pactados”.
También Guier manifestó su inconformidad con “la desfachatez de los jerarcas negándose a informar sobre el destino de los bienes públicos, jactándose de que los gastaron en confites o confeti”; con “los torneos electorales convertidos no en cátedra de civismo sino en bufonadas al ritmo del boggie”; y con la imagen de Costa Rica por los suelos del servicio exterior, mientras se protegían diplomáticos cuestionados en su propia sede.
Por si lo anterior fue poco, Guier protestó además contra “la salud pública hecha trizas por falta de presupuestos hospitalarios cuyos dineros mejor se derrochan en viajes oficiales, automóviles último modelo, oficinas decoradas a todo lujo y deudores de la banca estatal violando en la concesión de sus préstamos el imperio de la ley –también infringido en la contratación con Millicom–, y por añadidura siempre morosos en atender las deudas millonarias”.
Finalmente, Guier terminó con una evocación terrible: “los maestros heridos con violencia y a puntapiés en el rostro, simplemente porque protestaron en defensa de sus pensiones frente a la Casa Presidencial, mientras un sofisticado espionaje dirigido desde las alturas de esa mansión amedrenta –otra transgresión al imperio de la ley– a políticos y empresarios”.
Perdón. En noviembre del 2016, veinte años después del artículo publicado por Guier, Figueres, quien aspiraba nuevamente a la candidatura presidencial por el Partido Liberación Nacional (PLN), reconoció en un video que circuló mediante redes sociales el malestar que existía con respecto a su persona.
“Vengo a conversar –dijo– con quienes me dicen que soy ladrón, mentiroso, corrupto, cobarde, cínico, sinvergüenza, cascarudo y hasta hijueputa. Todos estos insultos los he escuchado muchas veces, estas fuertes palabras las he leído en mis redes sociales. Siento que son consecuencia del enojo o el resentimiento que tienen algunos de ustedes conmigo”.
Adicionalmente, Figueres indicó que había cuatro temas que aún generaban dudas entre los ciudadanos, a saber: el pago de $900.000 que recibió por diversas asesorías, el cierre del Banco Anglo en 1994, la reforma al sistema de pensiones del Magisterio Nacional en 1995 y, en este mismo año, el cese de operaciones del Instituto Costarricense de Ferrocarriles.
Tal vez un quinto tema que a Figueres le faltó añadir fue la promesa que hizo durante la campaña electoral de 1993-1994 de apartarse de las llamadas políticas neoliberales, asociadas con la puesta en práctica de los Programas de Ajuste Estructural (PAE), la cual incumplió.
Finalmente, Figueres expresó: “Quiero pedirles perdón si se han sentido defraudados por alguna de mis actuaciones o confundidos por las informaciones que recibieron, también quiero dar las explicaciones sobre cualquier situación que les hubiera molestado, hasta aclarar sus dudas y cuestionamientos sobre mí”.
Costo. La administración de Figueres (1994-1998) tuvo tres costos fundamentales para el sistema político y la institucionalidad costarricense. El primero y más evidente consistió en el incremento del abstencionismo, que ascendió de 18,9% en 1994 al 30% en 1998, un nivel que no se experimentaba en Costa Rica desde finales de la década de 1950.
El segundo costo, estrechamente asociado con el anterior, fue una creciente desafiliación partidaria, que abrió un espacio decisivo para que más partidos compitieran en las elecciones y ganaran asientos en el Congreso y en las municipalidades, incluidos aquellos que representan estrechos intereses, como los evangélicos.
De todos, el tercer costo fue el más grave: la pérdida de credibilidad en la política y en el sistema de partidos, tanto entre la población en general, como especialmente entre los círculos de intelectuales, científicos, artistas, profesionales, empresarios y, sobre todo, de educadores.
Educadores. Hasta el 7 de agosto de 1995, en el pasado de Costa Rica se consignaban solo dos agresiones significativas de las autoridades en contra de los educadores, quienes históricamente ha cumplido un papel fundamental en crear lealtad hacia el sistema político.
La primera agresión ocurrió durante la dictadura de los Tinoco, en junio de 1919, cuando las autoridades procedieron en contra de estudiantes y educadores (entre los cuales había muchas mujeres) que manifestaban su oposición al régimen. La represión terminó con un saldo de numerosos heridos y varios muertos.
Durante el gobierno de Teodoro Picado (1944-1948) sucedió la segunda agresión: en agosto de 1947, una movilización liderada por educadoras, en demanda de garantías electorales para los comicios de 1948, fue violentamente dispersada por la Policía.
Al agredir a los educadores que se manifestaban en contra de la reforma de su régimen de pensiones en agosto de 1995, la administración de Figueres no solo se sumó a una lista en la que a ningún gobierno le gustaría figurar, sino que violentó a un sector que constituía una de las bases estratégicas de apoyo electoral para el PLN y que cumplía una función clave en legitimar el sistema político.
PLN. Si los costos fueron enormes para la institucionalidad democrática, lo fueron aún en mayor medida para el PLN, ya que la administración de Figueres sentó la base para que numerosos liberacionistas se alejaran del partido, se desplazaran a otras tiendas electorales o constituyeran nuevas organizaciones políticas, como fue el caso del Partido Acción Ciudadana (PAC).
Un indicador todavía más claro del daño hecho fue que, después de finalizado el gobierno de Figueres, el PLN perdió dos elecciones presidenciales de manera consecutiva (1998 y 2002) y estuvo a punto de perder una tercera (2006).
Aún más, el pasado dos de abril, en vez de proceder con respeto y cautela ante los primeros resultados electorales que le eran adversos, Figueres dio declaraciones que, combinadas con problemas de logística en el reporte y procesamiento de los datos, favorecieron que el fantasma del fraude electoral volviera a deambular innecesariamente por el Balcón Verde.
Recuerdo. Al postularse de nuevo como candidato presidencial del PLN, Figueres apostó a que su apellido pesaría más que la memoria colectiva, pero resultó derrotado, y no por un líder histórico del liberacionismo ni por la influencia de Óscar Arias, sino simplemente por el recuerdo.
Por más que trató, Figueres no logró superar la barrera que le planteaba esa memoria y, en su esfuerzo por superarla, terminó por disparar contra sí mismo. Al presumir de su virilidad, no solo ofendió al ala femenina de la sociedad costarricense, sino que expuso aquel autoritarismo contra el cual se pronunció Guier y que estuvo detrás de la agresión contra los educadores en 1995, muchos de los cuales eran, por supuesto, mujeres.
Tal vez Figueres no se dé por vencido y con el olvido como aliado vuelva a aspirar nuevamente a la nominación presidencial por el PLN en un futuro próximo; pero la memoria que ya lo derrotó una vez, lo va a estar esperando nuevamente.
El autor es historiador.