Somalia es un campo de guerra entre tribus, clanes y señores de la guerra desde que una coalición de movimientos políticos y organizaciones tribales, especialmente de las regiones del norte, derrocaron al régimen de Mohamed Siad Barre en 1991. Este país del Cuerno de África nació como Estado de la unificación de cinco regiones que en la época colonial fueron enclaves de Francia, Inglaterra, Italia y Etiopía en 1960. Tras la caída de Siad Barre se convirtió en un triángulo de la muerte.
Cuando Siad Barre abandonó el poder, se pensó que Somalia recobraría la paz y la estabilidad política, pero no fue así. La luna de miel entre los líderes del movimiento que precipitó su dimisión duró poco. Siad Barre llegó al poder, tras un golpe militar en el que fue asesinado el presidente Abdi Rashid Shermake en 1969.
Pese a que con la bandera del socialismo y del nacionalismo somalí intentó apaciguar las luchas por el poder entre los grupos tribales y los clanes, no pudo menguar el poder político del tribalismo en un país donde la pertenencia a un clan tiene mayor poder de cohesión política y social que el nacionalismo somalí.
Por eso, luego de su caída, afloraron con mayor vehemencia las luchas por el poder entre las milicias de los clanes y los subclanes que propiciaron la ruptura de la alianza y el desencadenamiento de una guerra que ha tenido al país inmerso en el caos y sin un Gobierno fuerte que ejerza un control eficaz sobre el territorio nacional.
Estado fallido. Somalia ha sufrido una profunda fragmentación en unas confederaciones de clanes y subclanes de pastores, agricultores y nómadas que la han transformado en una Estado fallido. Se calcula que en los últimos 20 años han sido asesinadas 800.000 personas y más de dos millones han huido al exilio. La guerra, la pobreza, el hambre, las epidemias y las crisis humanitarias son los flagelos que afectan a millones de somalíes. Pero lo más grave del asunto es que se han consolidado una serie de enclaves, en donde el tráfico de armas, el tribalismo, el fundamentalismo islámico, el terrorismo y la piratería se han constituido en ejes de su política de dominación.
A pesar que en las dos décadas de guerra se han celebrado más de 15 acuerdos de paz, solo en diciembre con el apoyo de la ONU se logró pactar la escogencia de un Gobierno federal de transición que tiene cierta estabilidad. Ha sido tan fuerte la guerra clánica que Somalia está dividida en cuatro feudos, de los cuales tres tienen Gobiernos de facto. El primero, al noroeste llamado Somalilandia, que actúa como un Estado de facto. El segundo, Puntland al norte, de donde se origina la piratería. El tercero en el centro donde domina el Gobierno federal de transición que no tiene ni el control de la capital Mogadiscio. Y el cuarto en el sur, controlado por las milicias de Al Shabad, una fracción de Al Qaeda, región en donde se presenta la hambruna, producto de la intensa sequía y que ha cobrado la vida de miles de somalíes por hambre y malnutrición.
Hambruna. Se estima que cerca de 3 millones de somalíes podrían morir de hambre en los próximos meses. Lo delicado del asunto es que las milicias de Al Shabad han vetado el ingreso de ciertas agencias humanitarias en las zonas que controlan. Los problemas de sequías y hambrunas en Somalia no son nuevos. Los somalíes desde su independencia han estado diezmados por las hambrunas. Somalia es un país donde el hambre es uno de los instrumentos de guerra más letales. En 1969 sufrió una sequía, la cual desató una hambruna que fue aprovechada por los soviéticos para ampliar su influencia política en el Cuerno de África.
La guerra y el hambre fueron dos elementos preponderantes en el pulso político-militar durante la Guerra Fría, entre rusos y estadounidenses en el Cuerno de África. Entre 1991 y 1992 murieron más de 3.000 somalíes de hambre y desde aquellos años ha sido un país que ha dependido de la ayuda humanitaria internacional, y el control de esa ayuda se ha constituido en una pieza clave en la guerra, porque el que tiene su control adquiere poder de intimidación y sometimiento, y, por ende, el adversario solo tiene tres caminos: el hambre, la rendición o la muerte.