En San José, entre Los Yoses y San Pedro, cerca de la línea férrea que corta la vía (¡sin barrera ni nada!), un letrero enorme por la avenida proclama que hay un “bistro”.
Sorpresa, pues, lo que por su origen el vocablo sugiere es prisa, corre corre; regaño del emisor al otro porque se le hace tarde; en cambio, del lado del receptor, en todo caso entre nosotros, no se interpreta ni mucho menos como una orden ni un regaño: constituye una invitación a lerdear, verbo que aprendí aquí y que el acucioso Carlos Gagini hace unos cien años ya registró.
Pero, vamos, ¡qué curioso el cambio, hasta contradictorio! Remontemos en el tiempo, a ver si acaso pescamos. A Napoleón, el grande, pese a su tamaño diminuto, no le faltaron ganas de llegar rapidito a Rusia. A la carrera ya había conquistado mi tierra de Flandes, no por su tamaño, sino por grandeur y porque le urgía que robustos campesinos flamencos engrosaran sus tropas.
Por un afiche conmemorativo, recuerdo haber visto un llamado a alistarse en esas hordas, a marchar hacia las estepas. En vano sus generales motivaron “aguanten el clima y la distancia”. Pero como supe por una lituana, a los doscientos años nada raro resulta que, arando sus tierras, algún campesino de por allá se tope con botones de casacas.
Las noticias guerreras se transmitían rapidito, de boca en boca y por esos tambores que ululaban el horror avanzando. De susto de toparse con aquel Napo, los eslavos practicaron su secular táctica de tierra arrasada, y dejando al desamparo el pueblo obrero, a sus mujik, los pudientes de San Petersburgo y Moscú se apresuraron hacia París.
No perdamos la perspectiva histórica: por la literatura de los grandes de allá uno se da cuenta del impacto tremendo que tenía entonces, antes del inglés, el idioma francés, que constituía la lengua de la cultura y el progreso.
De modo que al llegar los pudientes rusos a París, prestos y con impaciencia, en ruso bistra, ¡apúrese!, poco menos que empujaron a los mozos a servirles, por ejemplo, un café. La bebida empezó a generalizarse entonces y, por ello, ahora en un local de esos, llamado café, predestinado, se supone, a tomadores de café, es sobre todo cerveza la que se toma. Vaya enredo terminológico.
Pese a más de medio siglo de vivir y departir en la sociedad local, ¡cómo me llama la atención la evidente contradicción entre unas fórmulas verbales llenas de apuro, prisa y apuro, en el fondo, que lo confirmen Constantino Láscaris y Pierre Thomas Claudet, mis amigos forasteros, el alma costarricense más se mueve al ritmo de “suave López”.
Basta confrontar lo que tenemos a la vista, todos los días, con la cantidad de fórmulas verbales que lo desmienten: “Espabílate, suave”. Lo palpamos, hasta en la otrora abundante fórmula del “qué pereza”. Aparte de un a mi modo de ver exagerado uso y hasta abuso de tiempo televisivo, el cronos local está amueblado de conversación, chispa verbal y contentera.
Apreciemos una gran paleta verbal en torno al tema. En la dimensión del apuro tenemos, entre otros, “más rápido que ligero”, pero más abunda lo contrario: para fomento de la lentitud constan más fórmulas, como “llévela suave”, “suave López” (total, ¿cuál es el apuro?).
Lo extraño es que todas presentan confusión de los sentidos: como lo táctil, aplicada a la vista y hasta la manera de ser. Tampoco lo “ligero” va por el peso: ese, ¡que ni se asome! En francés como en español asistimos a voluntaria ambigüedad en el “esperar”: en Esperando a Godot, el dramaturgo Ionesco se basa astutamente en esa doble posibilidad de interpretación. Al contrario, como en inglés, evitemos la ambigüedad, diferenciando wait y hope.
Total, contra el bistra impetuoso de aquellos eslavos aludidos, quién sabe si por el enorme contraste de clima, aquí no se vive, fijándose en el cronómetro, sino en lo interno gozoso.
El autor es educador.