Uno de los mayores desafíos de nuestra civilización es la transición del paradigma energético, caracterizado por el consumo de combustibles fósiles, hacia uno basado en energías renovables.
El cambio climático y sus efectos devastadores en el frágil equilibrio que sostiene la vida en el planeta son de sobra conocidos. La respuesta a disrupciones como la pandemia de covid-19, la guerra en Ucrania y sus consecuencias en los precios de los hidrocarburos demuestran la resiliencia de la sociedad para acelerar el cambio.
A comienzos del año, la revista británica The Economist publicó un artículo en el cual afirmó que la guerra en Ucrania y los subsidios aprobados por los países desarrollados con el propósito de hacer frente a los altos precios del petróleo estaban adelantado hasta en diez años el paso hacia un mundo menos dependiente de los combustibles fósiles.
Como evidencia, citó que en el 2022 gobiernos, hogares y empresas en naciones desarrolladas invirtieron en conjunto $560.000 millones en eficiencia energética, y la compra de vehículos eléctricos representó un porcentaje bastante grande del gasto.
Paralelamente, las inversiones en proyectos de energía eólica y solar se incrementaron de $357.000 millones a $490.000 millones, número que sobrepasó por primera vez las nuevas inversiones en pozos de petróleo y gas.
Otro hecho destacado fue la firma de la administración Biden, en agosto del 2022, de la Ley de Reducción de la Inflación, que incluyó una inversión de $369.000 millones como apoyo a proyectos eólicos, solares, nucleares, geotérmicos y, en general, sin carbono para los próximos años.
Por otra parte, la Unión Europea presentó un plan similar de inversiones, cercano a los $270.000 millones, y adelantó el objetivo de duplicar la capacidad solar instalada del 2030 al 2025.
En esta seguidilla de acontecimientos, el gobierno alemán, uno de los más afectados por la guerra en Ucrania en materia energética, elevó su objetivo de participación en la generación de energías renovables del 65 % al 80 % de aquí al 2030. A esto se sumaría China, que definió su objetivo en un 33 % del total de su producción energética en el 2025.
De acuerdo con el último informe de la firma consultora Rystad Energy, el mercado de equipos, ingeniería, construcción y mantenimiento será parte de las operaciones más beneficiadas por el aumento del gasto en energía baja en carbono. Se espera que la demanda de equipos crezca de $134.000 millones en el 2023 a $479.000 millones en el 2026.
Este gran dinamismo originado por la pandemia y la guerra en Ucrania presagia una nueva fase en la economía global, donde la menor dependencia de los hidrocarburos producirá una serie de cambios en el mundo que conocemos.
Algunas de tales transformaciones nos atañen, entre ellas, la urgente diversificación de la matriz energética en los países donde la energía hidroeléctrica es la principal fuente que satisface la demanda de los sectores productivo y residencial, por su vulnerabilidad a fenómenos asociados al cambio climático, especialmente, la disminución de lluvias ocasionada por el fenómeno de El Niño.
Otro punto de consideración es la puesta en marcha de proyectos orientados a la electrificación del transporte público y privado que disminuyan la dependencia de los hidrocarburos y la factura petrolera en la balanza de pagos y el costo de vida.
Con base en las recomendaciones del Foro Económico Mundial, una estrategia para potenciar y prepararnos para la transición energética consiste en asegurar el acceso a nuevas fuentes de energía y garantizar la sostenibilidad ambiental y el desarrollo y el crecimiento económicos.
Lo anterior implica, entre otros, inversión sostenida en energías limpias, compromiso político permanente durante el tiempo que abarca el proceso de transformación, instituciones fuertes para una correcta gobernanza bajo el nuevo modelo, políticas públicas centradas en fomentar la innovación en el sector privado, formación de capital humano en consonancia con el nuevo paradigma y un sistema de distribución de energía acorde con la transición energética.
El autor es politólogo.