Romano Guardini, profesor universitario y filósofo alemán, sugiere diversos caminos para conocer a una persona. El primero de ellos es el esfuerzo. Otros son las ideas a las que sirve y los valores por los que se compromete.
La buena marcha de un país necesita infinidad de tareas anónimas. Trabajos en los que participa la mayoría de los ciudadanos sin medallas o condecoraciones externas. Obras labradas en el silencio, en la forja del esfuerzo, la constancia y el sentido del deber.
Estas personas no salen en los medios, pero su eficacia social es impagable: agricultores, profesores, médicos, enfermeros, transportistas, guardas o padres de familia que buscan educar bien a sus hijos. Cruciales batallas se ganan gracias a sus constantes sacrificios personales.
Cotidianidad. El esfuerzo no es entusiasmo. Muchos entusiasmos se quedan en nada y pocos superan las pruebas. Solo un renovado empeño alcanza metas en la vida. Guardini señala que no son las grandes decisiones, los momentos solemnes, sino las tareas pequeñas de cada día, la cotidianidad, lo que nos ofrece la posibilidad de afrontar la realidad con pasos firmes.
Mejoran la sociedad quienes cumplen su deber en cada momento. Pienso en quienes recogen nuestra basura todos los días. Quienes limpian las más de trescientas instituciones de este país. Quienes preparan a cientos de miles de estudiantes los alimentos en los comedores escolares. Estas personas comprenden el valor del esfuerzo. Lo comprenden porque lo viven. Van en serio.
Detrás de la excelencia personal se esconde mucho esfuerzo y mucha felicidad. Ya lo decía Aristóteles: «Solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego».
Tesón, paciencia y perseverancia: tres grandes ingredientes del esfuerzo. Sin ellos no habrían sido construidas las grandes catedrales diseminadas por Europa. En ellas dejaron muchos años de vida arquitectos, maestros y obreros.
Nunca rendirse. Se dice que los grandes ingredientes de estos asombrosos portentos en piedra fueron la suma de esfuerzos, la constancia en el trabajo y los grandes ideales. Ideales que inspiraron también a políticos como Winston Churchill en su discurso a sus tropas en 1940: «Iremos hasta el final, pelearemos en Francia, en el mar y en los océanos; lucharemos con una constancia y una fuerza creciente que se respirará en el aire. Defenderemos nuestra isla al costo que sea necesario; lucharemos en las playas, en los campos, en las calles y en las montañas. Nunca nos rendiremos». Este hombre nunca tiró la toalla y afirmó: «El compromiso personal lo es todo para conseguir el fin que uno se propone».
Quizás no se nos encargue construir una catedral o liderar una nación, pero sí vivir el heroísmo de comenzar y recomenzar muchas veces, de no admitir imposibles, de trabajar con ilusión cada jornada, aunque nuestra labor pase inadvertida.
Muy certeros estos tres grandes caminos que apunta Guardini: el esfuerzo, los ideales y el compromiso. En ellos se conoce a las personas. Enseñar a trabajar responsablemente será siempre un reto educativo.
La autora es administradora de empresas.