La tendencia del tipo de cambio sigue en el debate (¡con toda razón!) entre el Banco Central y múltiples sectores de la economía. Queremos conversar un poco sobre algunos elementos que no se han discutido, pero conviene plantearlos para seguir analizando el tema.
Hace más de una década, el país migró hacia un esquema de metas de inflación. El BCCR buscó con esto concentrarse en la estabilidad de precios y, a través de su tasa de política monetaria (TPM), acercarse lo más posible a una meta determinada de inflación.
En los últimos 49 meses, solo en 6 la inflación ha estado dentro del rango meta de la autoridad monetaria (¿estará la meta bien definida?).
La TPM es el principal instrumento de política del BCCR y su fin es incidir en las expectativas de inflación para que los choques no sean más prolongados de lo deseado.
Si bien las expectativas retornaron al rango meta en mayo del 2023 (lo cual ha sido un acierto), la inflación desde entonces acumula 7 meses con variaciones negativas (lo cual es un desacierto).
¿Por qué entonces la TPM sigue tan alta si las expectativas están dentro del rango meta y la inflación es negativa? La autoridad monetaria ha sido enfática en que una reducción en la TPM podría crear condiciones que aceleren nuevamente la inflación.
Hay que recordar que la TPM también influye sobre las decisiones de los inversionistas hacia las inversiones en colones (pues incide en las tasas en moneda nacional). En un contexto como el actual, el premio por ahorrar o invertir en colones es negativo, lo cual reduce los incentivos para mantenerlos o invertir en instrumentos en esta moneda.
De Tin Marín
El BCCR ha sido enfático en que hay que ser cautelosos en las reducciones de la TPM debido al riesgo de una recomposición no ordenada y rápida de los portafolios de instrumentos financieros hacia dólares. Si esto sucediera, podrían incrementarse las expectativas de variación cambiaria y, por ende, las de inflación. Todo esto en momentos en que existen excesos de liquidez como resultado de la fuerte compra de divisas por la autoridad monetaria.
El problema para el Banco Central al no ajustar la TPM con el objetivo de mitigar la dolarización de algunos portafolios, implícitamente revela que escoge un objetivo cambiario, o por lo menos mantener un rango donde el tipo de cambio no se mueva mucho de sus valores actuales. (¡Ah, caray! ¿Cuál variable es la que se quiere controlar entonces?).
¿Es válida la preocupación del BCCR? Pues sí, hasta cierto punto, condiciones desordenadas podrían repetir el episodio observado en mayo del 2022, cuando el tipo de cambio se incrementó hasta llegar a ¢700. No obstante, hoy la situación dista mucho de aquella. El país tiene el valor más alto de reservas internacionales de toda su historia, lo que le permitiría defenderse de un ataque especulativo, si se presenta.
El Banco también ha sido enfático en que no hay evidencia de entrada de capitales especulativos, entonces tampoco debería preocuparse por una salida de estos (¿total nunca entraron, verdad?). Las expectativas de devaluación se mantienen moderadas con valores entre el 2 y el 3 % y los agentes en buena medida perciben que la oferta de dólares será abundante también este año.
Hay que recordar que el endeudamiento del Gobierno Central ha sido un factor que cambió la percepción de los agentes en la oferta de dólares. A través de préstamos con organismos internacionales y colocaciones de deuda externa, la oferta se ha incrementado significativamente. Esto se observa también en la cuenta financiera de la balanza de pagos.
¿Por qué mantener restrictivas las condiciones financieras por más tiempo del necesario? El índice de condiciones financieras (ICF), calculado por el BCCR, muestra claramente que durante más de un año y medio los agregados monetarios, tipo de cambio y tasas de interés han tenido un efecto negativo en la actividad económica.
El mismo BCCR prevé una desaceleración del régimen definitivo y un menor crecimiento este año. Entonces, ¿cuál es el fin? Esta respuesta desgraciadamente se la tenemos que pedir al Banco.
Las maravillas de la caída del dólar
Dice el refrán que de noche todos los gatos son pardos. Es cierto que tener un tipo de cambio cercano a los ¢500 simplifica la tediosa aritmética de tener que estar convirtiendo colones a dólares, en particular, si seguimos multiplicando por 500 luego de 14 años. También ha hecho otras maravillas.
Una de ellas ha sido en lo fiscal. Si el tipo de cambio se hubiera mantenido en ¢597 (su valor a comienzos del 2023), la deuda denominada en dólares del Gobierno Central no hubiese finalizado en menos del 62 % del PIB, sino que más bien habría sido del 64,3 % del PIB, revirtiendo la tendencia descendente (¡menos mal el tipo de cambio bajó, si no, qué torta!).
En círculos económicos y académicos se comenta que un tipo de cambio bajo facilitaría alcanzar la meta de una deuda pública menor al 60 % del PIB, y con eso entrar en una fase menos estricta de la regla fiscal (¿tan malpensada es la gente?).
El crédito en dólares, luego de años de crecer poco, o incluso contraerse, se dinamizó nuevamente y, ¡claro!, en un mercado donde la gente en lo que se fija es en las cuotas y no en las tasas de interés, es lógico que esto sucediera.
Para que las personas fueran indiferentes para endeudarse en colones, el tipo de cambio debería estar cercano a los ¢800, algo que no pareciera factible a corto plazo. La dolarización del crédito al sector privado está incrementándose como proporción del total y esto, de mantenerse, nos puede meter en problemas en el futuro si el tipo de cambio se incrementara drásticamente (¿para qué hablar de problemas que hoy no tenemos?).
Los balances financieros de algunas instituciones públicas han mejorado también sustancialmente, dada la apreciación de la moneda. ¿Por qué? Bueno, algunas de ellas tenían compromisos en dólares, pero sus ingresos son en colones, y con un tipo de cambio que ha caído en la magnitud que lo ha hecho el colón ha facilitado que esa deuda colonizada sea menor y que por ende también el flujo de caja de las instituciones mejore. (¡Bendita suerte!).
El problema es que no solo vivimos en la noche. De día ya nos damos cuenta de que no todos los gatos eran pardos, sino que había inclusive algunos que ni eran gatos.
Hoy el turismo, el sector agrícola, las familias que dependen de ingresos denominados en dólares la están pasando mal. Hasta el mismo gobierno, porque sus ingresos fiscales se desaceleraron por el asunto cambiario.
Los principales motores de crecimiento, como el sector exportador y el régimen especial, también están afrontando dificultades. Ellos levantan la mano y anuncian que viene el lobo, el problema es que parece que, como en el cuento, vamos a esperar hasta que el lobo esté aquí para actuar.
Los autores son economistas.
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