Se cuenta que en la antigua Roma, cuando un general volvía victorioso de una batalla o de la conquista de un territorio, mientras desfilaba con la frente en alto y cuidaba de no golpearse con los arcos romanos debido a su exacerbado ego, un esclavo que le sujetaba la corona de laurel le susurraba al oído la frase “memento mori”, en español: recuerda que algún día morirás.
Otros afirman que el origen de la frase está asociado con los filósofos estoicos, que invitaban a reflexionar sobre la propia muerte y descubrían en ello una forma de llevar una vida más plena.
En décadas más recientes, y como lo confirman algunas de sus biografías, Steve Jobs había tomado esa misma determinación en un momento: pensar que cada día sería el último de su vida. Esto, al parecer, le ayudaba a enfocarse más en su trabajo y en el legado que quería dejar.
Sea cual sea nuestra postura ante la muerte, es una realidad ineludible. La francesa Edith Piaf decía, en quizás la más famosa de sus canciones, que no se arrepentía de nada; mientras que Bronnie Ware, experta en cuidados terminales, escribió un extenso libro que parece contradecir a la célebre artista.
La autora afirma que las personas maduran considerablemente cuando llega el momento de enfrentar la mortalidad.
Otro tópico latino exuda verdad: “Omnia mors aequat”. Una traducción es: “La muerte todo lo iguala”. Lo que parecía decisivo o importante, al acaecer la muerte, pierde peso y sentido.
Si fuera posible, ¿qué nos dirían aquellos que ya partieron? ¿Qué negocio llevamos entre manos que nos aflige o preocupa, pero que no pasará de ser anécdota cuando llegue la muerte?
Memento Mori. Si fuera hoy el último día de mi vida, ¿qué haría distinto? ¿Alguna disculpa o palabras sin decir quedaron en el tintero? ¿Estoy en paz con el destino eterno que me dictan las pistas de mi alma sobrenatural? ¿He sabido amar?
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Alejandro Badilla es relacionista internacional especializado en cooperación internacional.