Reinaldo y Belén son una pareja cabécar. El mapa que me guió a su casa, indica que Ujarrás (zona sur) es una reserva indígena, localizada después del río Ceibo (cuyo nombre cabécar es Bikis) .
Al llegar, descubro que aquello no dista de cualquier otro pueblo rural. Ahí está la iglesia, la plaza, la pulpería, la cantina; hay luz eléctrica y todo lo que conlleva. Apunto una importante cantidad de casas prefabricadas, algunas con televisión por cable. Si bien observo personas de rasgo indígena, es evidente que abundan los blancos ( sigúas, como dicen los cabécares) y con ello vehículos, motocicletas y reggaeton .
Patrimonio cabécar. Mi desazón se apaciguó al llegar al hogar de Reinaldo y Belén, que me reciben con frases cabécar y bribri, con historia de sus antepasados, leyendas, remedios medicinales ancestrales, con el nombre cabécar de ríos y árboles.
La conversación discurre sobre cocina ahumada, el tigre de agua, la espiritualidad del indígena y su respeto por el bosque. Reinaldo ha escrito –a papel y lápiz– mucho de lo que me ha contado. Tanto ha escrito, que mucho se ha perdido o borrado. Un reto interesante para alguna editorial.
Reinaldo y Belén han renunciado a la electricidad, con no pocas discusiones familiares, por defender sus tradiciones, pues consideran que con la luz eléctrica el tesoro cultural construido por sus antepasados desaparecería.
Observando el arduo trabajo de Belén, sin plancha, lavadora, cocina o refrigeradora, procuro descifrar el conflicto entre acceder al confort de la civilización y perder una valiosa identidad.
Reinaldo me explica que 40 años atrás, a lo sumo había tres familias sigúas . Hoy, podría ser al revés. Entonces la arquitectura prevaleciente era la choza cabécar de madera y techo de zacate sabana. Hoy, gracias al bono de la vivienda y el prefabricado, la comunidad ha ganado bienestar, pero el paisaje cabécar se perdió.
Lengua en extinción. Para escuchar un diálogo cabécar, habría que organizarlo con algunos pocos ancianos indígenas, pues con la abrumadora presencia de blancos y una educación vallecentralista, el lenguaje cabécar está desapareciendo. En este entorno, las nuevas generaciones reniegan del lenguaje cabécar, no lo conocen, apenas lo entienden, o se avergüenzan de hablarlo.
Reinaldo y Belén también han fijado distancia respecto al consumo de alcohol; no es permitido bajo su techo. Al principio, consideré rígida la medida, pero andando por el pueblo, me asomé a una cantina y el triste espectáculo me hizo comprender la determinación de aquel hogar cabécar.
Esta familia está entre los últimos baluartes que luchan para pasar a sus descendientes la antorcha de su identidad milenaria.
La mayoría de nosotros, por circunstancias históricas y estrechez mental, no nos identificamos con la cultura indígena.
Peor aún, la denigramos. Jacques Sagot decía recientemente que los ticos somos especialmente autoctofóbicos (rechazamos el origen indígena que todos tenemos).
Esto me hizo recordar que una vez, en Barcelona, si bien hablé español en todo momento, los letreros en la calle, me recordaban que estaba en Cataluña, pues todos estaban en catalán. Solo a veces, entre paréntesis, su significado castellano. En Ujarrás, no hallé un solo letrero en cabécar que me evocara una reserva indígena.
Quizás no tenemos recursos para lograr que la población del país rescate su identidad indígena, pero deberíamos invertir para que no la pierdan quienes habitan comunidades cabécar, bribri, térraba y otras.
Ni la educación pública, ni las soluciones de vivienda, deberían ser el mismo enlatado aplicado al resto del país. Si bien es justo que estas personas gocen de comodidad en su vida diaria, deberíamos pensar en elementos que compensen o incentiven sus mejores tradiciones.
De seguro, algunos arquitectos podrán diseñar un modelo de vivienda económica que integre al menos algunos elementos cabécar.
O bien, destinar algo del presupuesto de la “platina” para construir algunos ranchos tradicionales, donde se promueva la cultura cabécar.
Los pocos letreros del pueblo podrían ser reemplazados por otros con su traducción cabécar; y rebautizar algunos ríos, con su nombre original prehispánico. Es poco el costo.
Al despedirme de esta familia, me dijeron: Bô done betí. Kebô sa Jawa; lo que me fue traducido: Vuelvan pronto. No nos abandonen .
Entonces creí imperativo compartir su mensaje con ustedes.