Aunque los cálculos pueden variar, según aspectos como grosor, tamaño y volumen, una amiga devota de las matemáticas me ayudó a calcular que en nuestra mano, si la ponemos en posición de cuenco, caben aproximadamente veinte millones de granos de arena.
Este dato matemático reviste una gran importancia para la reflexión que sigue. Si este artículo no capta el interés del lector, al menos podrá divertirse calculando por sí mismo el dato.
En la playa, si toma un puñado de arena, estará sosteniendo más de veinte millones de granos. Si, mientras lo sostiene, quita un grano, no notará la diferencia. Podría incluso quitar varios cientos de miles y la diferencia no sería notable. Agrega un grano y, por supuesto, sería difícil afirmar que el puñado se ha incrementado.
A riesgo de ofender la sabiduría popular, estoy en contra de la frase “poner mi granito de arena”. Si cada costarricense pusiera un granito de arena, no tendríamos ni un puñado; si cada habitante de América hiciera lo propio, tendríamos cincuenta puñados; en el mundo, no tendríamos ni cuatrocientos puñados de arena, difícilmente llenaríamos un estañón.
La frase de poner nuestro granito de arena, aunque quizá bien intencionada, ha tenido, a mi parecer, un efecto contrario: nos motiva a hacer el mínimo y sentirnos satisfechos con haber hecho “algo”. Personas que podrían dar mucho más se sienten tranquilas al haber hecho su mínimo esfuerzo (un granito) cuando bien pudieron haber dado un puñado, una palada, una carretada de arena.
La sociedad actual de las redes sociales tiene el mismo efecto. Los “activistas de teclado” se contentan con dar like, compartir una publicación o comentar con enojo cuando algo les parece mal; satisfechos, sienten que ya hicieron todo cuanto pudieron al firmar una petición en línea; publicar un meme caricaturesco les parece el pináculo de la acción.
El esfuerzo que se pudo haber puesto en actuar vehementemente, en realizar acciones, en esforzarnos se diluye cuando nos damos cuenta de que podemos dar un solo granito y podemos salvar la cara.
No conviene dar nuestro granito de arena cuando podemos hacer mucho más; no es lícito hacer el mínimo esfuerzo cuando podemos hacer un cambio verdadero; no es aceptable contentarnos con cualquier cosa cuando se trata de actuar.
Si el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, les aseguro que su base está hecha de todos nuestros granitos de arena.
El autor es filólogo.