Costa Rica no ha sido un país a la deriva. Somos un pueblo con sentido de dirección. Ocasionalmente, hemos perdido el rumbo, pero eventualmente lo volvemos a encontrar. Yo siento que esta es una de esas situaciones en las que nos sentimos extraviados. ¿En dónde estamos ahora? ¿Hacia dónde vamos? La retórica de las campañas electorales se aboca a darles cuerpo a esas interrogantes. Cosechando descontentos, los candidatos se consagran a sacarle millaje a la insatisfacción ciu-dadana con nuestro estado de situación. Las brechas de nuestra realidad se convierten en promesas. Pero eso no significa encontrar un derrotero. Seguimos buscando y esperando.
Las últimas elecciones no fueron la excepción: la brecha fiscal sería combatida; los niveles de pobreza, superados; el empleo, aumentado; la energía, más barata; la sociedad, menos fragmentada; la producción, estimulada; la Asamblea Legislativa, agilizada; los huecos de las calles, reparados; las filas de la Caja, disminuidas. En fin… ¿qué no se ofreció?
Opción por el cambio. Con su voto, el país confirmó su opción por el cambio y su confianza en las promesas. Pasadas las fiestas, llegó la hora de respuestas con sentido de dirección. Ya no caben más actos simbólicos. El presidente Solís se comprometió a ofrecer al país un sentido de perspectiva, en la fecha emblemática de la conclusión de sus primeros 100 días de gobierno. ¿Cuál es, entonces, nuestro mapa de ruta y a qué ritmo marcar el paso? No es simple la tarea, pero no se trata tampoco de culpas ajenas o de patear la bola hasta las calendas griegas. Nadie puede pedir que todos nuestros problemas se resuelvan en una Administración. Pero no queremos quedarnos remendando entuertos, totalmente consumidos por los baches y “platinas” de la cotidianidad, sin mapa, sin brújula, sin destino.
Necesidad de una estrategia. Más allá de problemas puntuales, necesitamos una real estrategia articuladora de ruta y pasos concretos que abran trocha con horizontes previsibles. Podemos dibujar, con brocha gorda, los pincelazos de una realidad que debe cambiar. La buena gobernanza no pareciera tener mejor semblante que en aquellos tiempos de informes de notables, congelados en la indiferencia. En el sector rural, donde medio millón de personas son pobres, la pobreza alcanzó casi el 30%, 10 puntos más que la urbana, y, entre el 2010 y el 2014, se perdieron 29.000 puestos de trabajo. Brechas que claman por intervenciones rápidas y eficaces, que solo pueden tener impacto si son integrales. Es el rumbo-país el que falta.
El precio del diésel es un 17,4% más caro que en Centroamérica y se une, en su problemática, con similar preocupación, al del costo general de la energía. Si eliminamos la inflación, este año se paga un 50% más que hace nueve años. El 41% de los empresarios afirma que el costo de la electricidad es el factor que más presiona al alza los costos de producción. ¿Cómo no va a ser escandaloso que no podamos traducir en menores precios nuestra ventaja de tener una matriz hidroeléctrica del 98%? Los otros países producen electricidad con combustibles fósiles importados y a menor precio.
El país necesita un nuevo marco regulatorio que promueva la generación de energías limpias a un costo competitivo, capaz de movilizar tanto inversión pública como privada. Pero seamos honestos: la discusión legislativa está atorada desde hace varios años. En este y otros campos, una Administración tras otra llega con propuestas supuestamente “mejores” que solo atrasan las “menos malas”, que ya tienen camino recorrido. Y ¿entonces?
Industria y agricultura requieren insumos importados, cuyo costo es fuertemente afectado por el valor de nuestra moneda. Ni un colón sobrevaluado, que encarezca nuestras exportaciones, ni, mucho menos, violentamente depreciado. Necesitamos condiciones macroeconómicas estables y predecibles, que no pueden ser alcanzadas por la vía meramente monetaria, al alcance de las políticas del Banco Central. El frío no está en las cobijas y todos los componentes que afectan la hacienda pública y el déficit fiscal deben abordarse de forma pronta y eficaz.
Diálogo público-privado. Estos y otros temas macro-, como tasas de interés y crédito para las pymes, apuntan a un diálogo público-privado, que no puede limitarse a puntuales negociaciones gremiales, y que debe tener un marco institucional adecuado, que no existe. Su ámbito de cobertura debe ser de una amplitud holística, estratégica y de largo plazo, que articule el liderazgo del Ejecutivo y coordine al Gobierno, sector privado y academia.
En la campaña electoral, don Luis Guillermo manifestó su anuencia a este tipo de iniciativas articuladoras. De eso se trata. Ese es el contenido de un Gobierno en su sentido más amplio de Estado, que no administra, sino que despliega orientaciones estratégicas y construye el andamiaje institucional que permita llevarlas a cabo.
Eso es lo que no hemos tenido. Por eso perdimos, entre trámites, el sentido histórico de destino. Entre los hilados rotos de nuestro tejido nacional, que no cesamos de remendar, nos falta una perspectiva de cuerpo entero, en la que encajen las visiones que nos definen como pueblo.
El caso de Corea. En 1960, la República de Corea era agraria y muy, muy pobre. Cuando llegaron los 70, apenas exportaba bienes de baja intensidad tecnológica, muy atrás de la Costa Rica de hoy. Pero ya desde el 2012, el 70% de las exportaciones coreanas son de alta y media tecnología, y eso, de una forma homogénea, no basada en IED. Y, ahí, hasta las pymes son de gran sofisticación, diversificación y fuerte componente de innovación. Corea tiene un liderazgo tecnológico a nivel mundial en varios campos, incluyendo las nuevas tecnologías de uso de redes inteligentes de energía.
Menciono a Corea porque es la demostración viva de la diferencia que puede hacer un pueblo con un permanente sentido de urgencia en el presente, convocado por sus dirigentes hacia metas ambiciosas y unido por la responsabilidad ciudadana con su futuro.
¿Acaso Costa Rica no necesita un consenso nacional que unifique nuestras aspiraciones? ¿No es esa una meta más significativa que administrar? ¡Claro que sí! Lo fatal es olvidar las perspectivas históricas y concentrar un mandato en llenar baches. Eso no basta. Hay que trazar, otra vez, un mapa extraviado.