Los costarricenses vivimos entre volcanes. “Yo nunca he estado en un volcán", contaba el ingeniero Rodolfo Van der Laat que le decían a lo largo de su carrera. Pero la mayoría de los ticos vivimos en el Valle Central, donde basta con mirar desde la ciudad de Cartago hacia el volcán Irazú, o desde Alajuela hacia el volcán Poás, para comprobar que las poblaciones se encuentran sobre sus faldas, para citar dos ejemplos.
Hace aproximadamente 150 millones de años, Costa Rica no emergía del fondo del mar. El choque de placas convergentes inició un proceso en el cual aquella de mayor densidad se subduce bajo la más liviana. La colisión ocasiona fracturas y rompimientos de la corteza, que originan el ascenso de magma desde el nivel superior del manto terrestre y, en ocasiones, se manifiesta en la superficie a través de erupciones volcánicas.
Esa actividad continúa hasta hoy, originando la majestuosidad de paisajes que conforman las cadenas montañosas de Costa Rica.
Conocer el medio contribuye a una mejor gestión del riesgo y a mitigar su impacto, mas es necesario educar con base en información veraz.
Recientemente, un medio de comunicación informó sobre el peligro de actividad volcánica en el Irazú y el Arenal. Citó que el volcán Irazú tuvo su último ciclo hace 61 años y el Arenal hace 56. Si bien el Irazú comenzó su último ciclo en 1963, este se extendió hasta 1965, con la expulsión de cenizas y la afectación de poblaciones lejanas debido al fácil transporte de partículas con un diámetro inferior a los 2 milímetros.
El Arenal, por su parte, empezó su último período hace 56 años. Sin embargo, su actividad se prolongó durante 42 años, algo poco común.
Generalmente, un volcán entra en erupción y mantiene su actividad primaria a lo largo de unas semanas, meses o pocos años, y luego regresa la calma.
Por actividad primaria se entiende aquella que genera la expulsión de material juvenil o magma, que en la superficie se llama lava, la expulsión de piroclastos o fragmentos sólidos que suelen provenir de las paredes solidificadas en períodos eruptivos antiguos y se manifiestan de manera efusiva (flujos de lava) o explosiva (violenta).
Que un volcán mantenga actividad primaria durante décadas no sucede constantemente. El volcán Arenal (de 1968 al 2010) es uno de los pocos casos, junto con el Kilauea (de 1983 al 2018) en la isla Grande de Hawái. Que la actividad secundaria perdure en el tiempo sí ocurre con más frecuencia. Por actividad secundaria se entienden las manifestaciones de fuentes termales, fumarolas (fisuras por las que se liberan gases), pailas de barro, géiseres (a través de los cuales se libera vapor y agua), lagos volcánicos que son ácidos o calientes, entre otros.
La mayoría de las personas que no llegamos a los 56 años de edad vimos el volcán Arenal hacer erupciones espectaculares de tipo estromboliano durante décadas.
La primera vez que visité el Arenal, a finales de los años 80, la esplendorosa noche ofreció una secuencia de erupciones intermitentes, rítmicas, de baja peligrosidad que, al emerger a la superficie y salir del cráter, como fuegos artificiales, descendían por las laderas. Fue una experiencia surrealista, como si viniera de otra dimensión, característica de la erupción cuyo nombre se origina en el tipo de actividad del volcán Estrómboli de Italia.
Esta magnífica expresión de la naturaleza la experimenté durante casi tres décadas. La duración del último período eruptivo del volcán Arenal sugiere que pasará un largo tiempo antes de volver a ver actividad primaria.
Más que en el Arenal, hay quizás riesgo de un evento explosivo en otros volcanes del país que llevan siglos sin actividad primaria desde su último evento, como el Barva (260 años), el Tenorio y el Miravalles (sin erupciones en tiempos históricos), pero con manifiesta actividad secundaria, o el Orosi (corrientes de lodo quizás poseruptivas hace 3.500 años), o el mismo Irazú, cuya actividad fue relativamente corta.
En el ordenamiento territorial debe considerarse la historia geológica de los volcanes y las amenazas que representan para el desarrollo de proyectos, y así seguir conviviendo con ellos y ellos con nosotros.
Ronald Calvo Aguilar es geógrafo y se desempeña como naturalista en el barco National Geographic Quest.