En 2008, el renombrado productor musical Quincy Jones lanzó una propuesta llamativa: crear un puesto a nivel de gabinete en Estados Unidos dedicado exclusivamente a las artes y las humanidades. Inspirado por la elección de Barack Obama, Jones argumentaba que, a diferencia de otras naciones que han contado con ministros de Cultura durante siglos, Estados Unidos necesitaba con urgencia una figura similar, un “secretario de las Artes”, para apoyar y fortalecer el ámbito cultural del país. La idea rápidamente captó la atención pública; en pocos días, decenas de miles de personas firmaron una petición respaldando la creación de este rol. Con el cambio de gobierno de Obama, la propuesta generó esperanzas en el sector cultural estadounidense de recibir un mayor respaldo institucional.
Con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, surge la pregunta de si un gobierno encabezado por él consideraría una iniciativa de este tipo. Aunque Trump ha sido una figura polarizadora, su administración anterior mostró interés en el desarrollo económico y la proyección internacional del país, dos áreas donde la cultura puede jugar un rol fundamental. Al analizar el posible enfoque del gobierno entrante de Trump hacia las artes y la cultura, podemos explorar cómo la creación de un secretario de las Artes o una posición similar podría beneficiar tanto a su administración como a la sociedad en su conjunto.
Si bien la idea de un secretario de las Artes no es nueva, un gobierno de Trump podría darle un enfoque distinto al propuesto en 2008. La cultura y las artes, además de su importancia intrínseca, también pueden ser vistas como herramientas estratégicas en la construcción de la “marca país”. En un contexto global en el que la competencia por la influencia cultural es intensa, este funcionario podría fortalecer la posición de Estados Unidos como líder cultural. Esto no solo se refiere a la promoción de las artes visuales, el cine, la música y la literatura estadounidense, sino también a la posibilidad de proyectar valores culturales compartidos y lograr acuerdos de colaboración internacional en este ámbito.
Desde el punto de vista económico, el sector cultural en Estados Unidos genera miles de millones de dólares al año y emplea a millones de personas. Un secretario de las Artes podría ayudar a canalizar más recursos hacia esta industria, desarrollando políticas para fomentar la economía creativa, la preservación del patrimonio cultural, y la promoción de industrias como la cinematografía, la música, y el arte digital, áreas que han crecido exponencialmente en las últimas décadas. Para el gobierno de Trump, cuya retórica se ha centrado en el crecimiento económico y la revitalización de la industria nacional, el respaldo a las artes podría contribuir a un panorama económico más diverso y robusto.
Considerando la inclinación de Trump hacia el nacionalismo y su mensaje de “América primero”, un secretario de las Artes podría enfocarse en destacar la identidad cultural estadounidense en sus múltiples facetas. Este enfoque podría incluir desde una revalorización de la historia y las tradiciones populares hasta el fomento de las artes como un reflejo de los valores nacionales.
Este enfoque, sin embargo, también debe tener cuidado de no caer en exclusiones. Estados Unidos es una nación diversa y multicultural, y un secretario cultural tendría que balancear el énfasis en una identidad nacional unificada con el reconocimiento de la rica diversidad que caracteriza al país. Si el gobierno se compromete a respetar y promover esa pluralidad, el puesto de un secretario de las Artes podría convertirse en un pilar para construir un sentido de unidad nacional basado en la inclusión y el respeto a la diversidad.
Uno de los aspectos más prometedores de contar con un secretario de las Artes sería la posibilidad de fomentar un programa nacional de educación artística. La educación en artes no solo enriquece el currículo escolar, sino que también ayuda a desarrollar habilidades fundamentales como la creatividad, el pensamiento crítico y la empatía. Estas habilidades son esenciales en una sociedad cada vez más compleja y en un mercado laboral que valora la capacidad de innovar.
A través de asociaciones entre el sector público y privado, y aprovechando la tecnología, un secretario de las Artes podría promover iniciativas que lleven programas de arte a comunidades desatendidas o con pocos recursos, permitiendo que más jóvenes tengan acceso a oportunidades culturales y educativas enriquecedoras.
Además del impacto interno, este funcionario también podría contribuir a mejorar la imagen de Estados Unidos a nivel internacional. La diplomacia cultural ha sido, históricamente, una herramienta eficaz para acercar a los países y mejorar las relaciones diplomáticas. La cultura es un lenguaje universal que puede ayudar a disipar tensiones y fomentar un entendimiento mutuo, y en un mundo polarizado, esto es más necesario que nunca.
La diplomacia cultural podría tomar un enfoque pragmático que busque resultados concretos en la mejora de relaciones bilaterales a través de programas de intercambio artístico y la promoción de festivales y eventos culturales en países estratégicos. El establecimiento de convenios culturales con otras naciones permitiría un flujo más amplio de obras de arte, espectáculos, e intercambios entre artistas, lo que ampliaría la presencia cultural de Estados Unidos y favorecería la cooperación internacional.
La creación de este rol no solo sería un apoyo para la comunidad artística, sino que también brindaría beneficios tangibles al desarrollo económico y social del país.
El país necesita una voz oficial que reconozca el valor de la cultura y se comprometa a fortalecerla; un secretario de las Artes podría ser esa voz.
Mauricio A. Rodríguez Hernández es escritor, periodista y editor