El editorial del 10 de agosto, intitulado “Inequidad de vida o muerte”, pone de relieve que de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) hay que estar hablando constantemente.
Es la institución más preciada por dos servicios fundamentales que nos presta: salud y pensiones. Personalmente, ni se me ocurre pensar en su privatización y me opondría a ello radicalmente. Sin embargo, el amor no debe ser motivo para cerrar los ojos a las deficiencias y dejar de promover cambios de fondo, si fuera el caso, para sacarla adelante y que siga sirviéndonos. Ciertamente, la CCSS no está dando la talla y deja gente sin recursos económicos al descubierto.
No solo el editorial ha mencionado las ventajas de la subcontratación del sector privado, como operaron varios Ebáis que estuvieron a cargo de una universidad particular. La Junta Directiva rompió el acuerdo y ahora la administración de esos centros médicos le cuesta a la CCSS mucho más que antes y, de paso, perdió la eficiencia en el servicio.
Ciertos grupos se oponen a los cambios donde haya plusvalía, donde alguien que está invirtiendo y corriendo riesgos vaya a obtener rentabilidad. Es una animadversión atávica que demoniza al empresario.
La fomenta la izquierda, liderada por el Frente Amplio. Una izquierda que no tiene alternativas, que no cree en la eficiencia y eficacia al prestar servicios, y para la cual la competitividad y la productividad son asuntos de otra galaxia. Acólitos de otras denominaciones partidarias y grupos de profesionales se rasgan las vestiduras cuando alguien habla de cambiar los esquemas, y alegan que el objetivo es privatizar.
Lo mismo sucede con respecto al Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), que la mayoría de los costarricenses queremos que siga sirviéndonos y, por su carácter estratégico, dentro del Estado. Pero tenemos que entender que el ICE no puede solo con lo que viene: creciente demanda interna natural, energía para la producción de semiconductores (ojalá, si damos la talla internacional, pues necesitamos los empleos, y si Trump gana, no podrá bloquearnos), la electrificación del transporte de calle y ferroviario, el aprovechamiento del mercado eléctrico regional y la minería de bitcóin, entre otros.
El statu quo laboral y académico tiende a ser profundamente conservador, tanto como para dispararse en el pie. La educación superior, los seguros, las telecomunicaciones y la banca se abrieron contra el criterio de esas voces que prefieren, seguramente por su encono hacia lo privado y la legítima plusvalía, esperar meses un celular que se obtiene hoy en media hora, o que los jóvenes se queden sin educación —aunque en mucho debe mejorar la privada, porque ni forma ni educa como debe de ser—, o sufrir la incompetencia del monopolio de los seguros.
¿Qué ha pasado? Las empresas públicas están compitiendo y lo hacen muy bien. El editorial de ninguna manera sugiere la privatización de los servicios que la CCSS nos ofrece. Más bien, plantea la colaboración público-privada para resolver el problema a la gente.
Lo paradójico del asunto es que se llama CCSS porque fue pensada, según me dicen, como una caja que extendiera comprobantes a quienes los necesitaran para pagar un diagnóstico médico u otro servicio de salud. No caigamos en el juego de la izquierda, actuemos con la cabeza y no con nostalgia.
El problema de fondo no es el riesgo de que se afecte negativamente la paz social, sino el humanismo perdido y la necesidad de hacer las cosas con sentido común.
El autor fue profesor de Ciencias Políticas en la UCR y viceministro de Planificación.