Gracias a los derechos humanos, las elecciones fueron un hito del que pareciera emerger una realidad política inédita, tendiente a reordenar fuerzas, ideologías e intereses. Una realidad que podría derribar muros, crear puentes y generar nuevas sociedades políticas que abrieron esta segunda oportunidad de cambio, que el actual gobierno del PAC nunca cumplió, y dan pie a una nueva, renovada y más madura manifestación ciudadana, que tuvo eco en algunas de nuestras élites políticas abanderadas de las ideas liberales presentes en los idearios liberales, socialdemócratas y socialcristianos.
El debate ciudadano trascendió la realidad política sosa de la maquinaria electoral, exigió respeto por el Estado y la sociedad de derecho, frente a una propuesta electoral dirigida a confabular el fundamentalismo religioso y la política.
Los fantasmas del pasado sucumbieron en una nueva perspectiva ideológica que pareciera nacer de este debate en torno a los derechos humanos. Se visualizó al Estado y a la persona al servicio de la sociedad, muy por encima de la izquierda y la derecha, y acabó con los falsos colectivismos e individualismos. La intelectualidad participó como nunca y planteó argumentaciones éticas y morales de un lado y de otro que confrontaron dos concepciones del derecho.
Fue un debate fruto de la mezcla entre razón y pasión, donde la racionalidad instrumental quedó a un lado. Líderes e intelectuales de las mismas tiendas políticas quedaron en lugares diferentes, y agudizaron las diferencias existentes en los partidos políticos tradicionales. No hubo una ruptura con los discursos hegemónicos, pero sí se reafirmó el discurso de la modernidad.
Visión conservadora. Quedó claro, sin embargo, que la visión moral conservadora sigue vigente, a pesar de los discursos modernizadores que han predominado en el país. La religión fue el vehículo a través del cual esto se expresó. Es un conservadurismo que atraviesa la estructura social; no se escaparon ideologías, ni clases. Desde el TLC no se discutía tan intensamente, con la diferencia de que esta vez la naturaleza ética y moral del debate desordenó la clase política, retrotrajo los elementos sustanciales de la estructuración liberal de nuestra democracia y propuso una perspectiva posmoderna de nuestro desarrollo. Nunca como hoy estuvo tan presente nuestra historia integral: sus imágenes, logros, puentes y baches.
Las nuevas generaciones fueron protagonistas en esta confrontación, no solo porque ambos candidatos representan esa juventud, sino porque devinieron en sujetos portadores del derecho. Estas no solamente coparon los espacios políticos, sino que movilizaron y debatieron por medio de las redes sociales.
La virtualidad fue el lugar de la disputa, con consecuencias interesantes, pero complejas: un discurso más directo y accesible, de mayor divulgación, aunque con el peligro de convertir mentiras en verdades. La posverdad se impuso en ideas inconexas, que tienen la capacidad de conectar a la gente a través del pseudoconocimiento y no de la sensibilidad del face to face.
Los pobres y los más pobres fueron otra vez los grandes ausentes de la disputa, solo fueron actores pasivos a través del clientelismo religioso, mostrando de nuevo la desigualdad existente en el país.
Clamor. Los derechos alentaron esa amplia articulación progresista de jóvenes y viejos que clamamos por mayores libertades personales, pero dejaron entrever que una cosa es el Estado de derecho y otra la sociedad de derecho.
El 40 % de los costarricenses no apoyaron la bandera de la ampliación de la cultura de los derechos humanos y aún no visualizan la libertad más allá de los cánones hasta ahora tradicionales. Estos son conceptos que todavía no llegan a toda la ciudadanía.
Emerge una Costa Rica que explicita su sensibilidad por los derechos humanos y se interesa más por la libertad e igualdad como inclusión. Los debates por la ruptura de un régimen de producción o un estado de cosas quedaron atrás.
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Tal parece que la ciudadanía ya no se mueve por la oposición dogmática de lo público y lo privado, el mercado y el Estado o lo global y lo local, sino por una nación que busca como puede lograrse ese desafío de que “todos entren”.
El nuevo mandato tiene el desafío de vincular lo viejo con lo nuevo y vincular pragmatismo y principios, en una nueva perspectiva del desarrollo que combine la esperanza de conseguir el ejercicio de la libertad y la igualdad de todos.
El autor es sociólogo.