Ante los dramáticos resultados que nos presenta el Estado de la Educación, que plantea que el estudiantado se mantiene en el sistema educativo, pero no está aprendiendo, que gran parte no tiene buen acceso a Internet y enfrentamos un «apagón pedagógico» nacional, debemos reconsiderar la presencialidad del estudiantado en las aulas.
Durante casi dos años de impartir lecciones bajo la modalidad remota o virtual debido a la pandemia, deseo aprovechar este espacio para hacer un llamado a retornar cuanto antes a las aulas, cuando menos de forma bimodal o con un aforo mínimo, claro está, acatando al pie de la letra las directrices sanitarias, ya que mantener la educación virtual permanente reduce las facultades cognitivas, sociales, emocionales y físicas del estudiante durante el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Tal es el caso de la pérdida de la capacidad de concentración de los muchachos, quienes, durante la lección remota, tienen muchos distractores a su alrededor, como el hecho de apagar la cámara con el fin de dedicarse a actividades ajenas a la lección impartida por el docente.
Cuando estamos en el proceso de enseñanza-aprendizaje hay situaciones que se recuerdan, por ejemplo, si un compañero interrumpió a otro y polemizaron sobre un tema en particular, si cayó un objeto al suelo o si un estudiante levantó la mano para solicitar la palabra en clase, es decir, se mantiene una cierta retentiva alrededor de los temas y con ello evitamos la pérdida del punto de contraste de la memoria episódica. Asimismo, se limita la riqueza de la socialización del estudiante con su entorno en el aula, ya que en la educación remota o virtual no nos interrumpimos, tenemos que esperar y hasta hay que pedir la palabra mediante un ícono.
En realidad, la situación es preocupante, porque los muchachos no participan en las clases virtuales, a pesar de que el Ministerio de Educación Pública (MEP) y las universidades estatales se han esforzado por incluir nuevos enfoques pedagógicos, como lo son los videos y las prácticas acordes con las necesidades tecnológicas.
Ciertamente, la juventud estudiantil se ha aislado y está perdiendo la confianza de abrirse a los demás, aquello de cometer errores o levantar la mano para expresarse sobre determinado aspecto que no tiene coherencia o es irrelevante para ellos. Pero no, prefieren mantenerse en silencio y no participar.
Aunado a todo lo anterior, los docentes hemos detectado en muchos estudiantes ansiedad y depresión, problemáticas que, según estudios recientes, uno de cada dos estudiantes afronta.
A la vez, se manifiesta un retroceso emocional, pues los jóvenes han perdido la capacidad para comprender sus propias emociones y las de los demás. Recordemos que la inteligencia emocional es vital en un proceso de socialización.
Y como si esto fuera poco, considero que la virtualidad limita gravemente las capacidades físicas de los jóvenes, porque prefieren quedarse en su dormitorio, muchas veces en la cama o simplemente tirados por ahí escuchando la clase, lo cual compromete la salud e incrementa los índices de enfermedades crónicas no transmisibles. Sin embargo, en la lección presencial, el joven se mueve más, sale en los recreos, departe y hasta puede expresar sus emociones.
El autor es director del Centro Internacional de Política Económica para el Desarrollo Sostenible (Cinpe) de la Universidad Nacional.