Al referirse a la actual crisis en Venezuela, muchos politólogos y analistas alertan sobre una próxima “implosión” o “radicalización” de la situación en ese país. Prefieren no afrontar la realidad. Venezuela ya es un país fracasado. Fue liquidado por el socialismo del siglo XXI y el petróleo –las dos cosas– de la misma forma como la dictadura del proletariado y el petróleo liquidaron a la Unión Soviética.
La mediación internacional es un noble pero ya inútil intento de evitar un cruento desenlace de lo que es el inicio de una guerra civil. La esperanza de que el gran triunfo de la oposición contra Maduro en las pasadas elecciones parlamentarias podría milagrosamente lograr que él y su pacotilla abandonaran el control del Ejecutivo por medio de un referendo revocatorio, probó ser una vana ilusión.
Don Nicolás respondió radicalizando el proceso con el uso de la fuerza. Embaucó al Ejército y lo lanzó a las calles a cometer un acto totalitario, destapando así –por fin– la mentira de que en Venezuela existe un régimen democrático.
Mostró sus cartas a su pueblo y ante el mundo. Evitar un conflicto armado solo depende ahora de que el pueblo venezolano dócilmente acepte la largamente temida dictadura. Pero es improbable que este sea el resultado.
Desesperación. Venezuela ya está cerca de una hambruna. La clase media se ha proletarizado. Turbas detienen y asaltan camiones de basura porque tienen hambre (CNN 26/5/16). El sistema de salud se derrumbó. Los pacientes hospitalizados son humillados, vestidos con harapos y con colchones en el suelo.
Los familiares se ven obligados a salir a la calle a comprar jeringas, agujas, jabón y las más indispensables medicinas. Su pueblo vive humillado y los pueblos no toleran mansamente la humillación. Al hambre y a la carencia de acceso a la atención médica se le ha agregado, ahora, la represión del gobierno.
Lo que hace probable una guerra civil en Venezuela es que su Ejército no está unido como para pensar que un típico “golpe de Estado” pudiera resolver el problema a corto plazo.
Hay en Venezuela dos fuerzas armadas: una de estas es el grupo poderoso pero minoritario conocido como los narcogenerales. El otro ejército consiste en un grupo mayoritario de oficiales de bajo rango. Estos resienten el control que ejerce el chavismo sobre las fuerzas armadas. Resienten también el favoritismo hacia los oficiales prochavistas y, sobre todo, el control de las fuerzas armadas por los cubanos. A este otro ejército solo le falta un líder para sublevarse.
Chávez creó pandillas paramilitares de apoyo para su gobierno y las armó hasta los dientes con armas pesadas. La Colectiva Alexis Vive, uno de estos grupos, prospera y crece en los tugurios de las laderas en el occidente de Caracas.
Chávez armó, también, lo que llamó una “reserva civil”. Además, repartió armas pesadas a quienes llamó “partisanos” (personas sin entrenamiento militar) para aplastar posibles sublevaciones dentro del Ejército. Uno de estos grupos es el Frente Francisco de Miranda, que cuenta con una gran capacidad bélica.
Violencia galopante. Venezuela es ya uno de los países más violentos del mundo. En Irak, un país con la misma población que Venezuela, hubo 4.644 muertes de civiles por asesinatos en el 2009 mientras que en Venezuela el número de asesinatos llegó a más de 16.000 en el mismo año.
Tienen armas los dos ejércitos, las pandillas paramilitares, la “reserva civil”, los “partisanos” y los narcotraficantes. Todos con un poderoso interés en preservar su jugoso statu quo. Solo los patriotas y los exiliados –un grupo multitudinario– están desarmados.
Con un pueblo hambriento, humillado, carente de medicinas y servicios médicos y ahora con el gobierno reprimiendo con violencia protestas pacíficas, todo lo que falta es la chispa que desate la guerra civil que siempre se hace crónica.
Colombia, su vecino, es un ejemplo del peligro que representa para un país la cronicidad de un conflicto armado.
Es también inevitable que después de desatada la violencia, Venezuela se vea involucrada en un conflicto regional. Chávez hizo un sonado viaje a Rusia y China para comprar grandes cantidades de armamento. Esto obligó a sus principales vecinos, Brasil y Colombia, a lanzarse a una carrera armamentista.
Brasil adquirió armas de Francia por $15.000 millones. El ministro de defensa brasileño, Nelson Jobim, calificó esa extraordinaria compra como de “importancia vital” para la seguridad de su país, siendo Venezuela su único peligro. Y en abril del 2010, Brasil firmó un acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos a solo cinco meses de que Colombia suscribiera otro igual con Washington.
La chispa. De la misma forma se inició la guerra civil en Siria. Paso a paso. El 15 de marzo del 2011 se iniciaron protestas pacíficas en Siria que exigían la caída del régimen represivo de Bashar al Asad. Para el Viernes Santo la oposición logró una movilización de su pueblo sin precedentes. Las fuerzas de seguridad de Asad abrieron fuego para dispersar a la multitud. Fue la jornada más sangrienta de la historia de ese país. Fue la chispa que desató la guerra.
En el próximo paso hacia la debacle, soldados sunitas se revelaron contra sus superiores alawitas. Los chiitas libaneses se lanzaron a defender el régimen. Luego Irán hizo lo mismo y finalmente Rusia se lanzó a apoyar a Asad. Al Qaeda y el Frente al Nusra por su parte atacaron a Bashar. De estos grupos salió el Estado Islámico, que hoy día amenaza a Asad, a Oriente Medio y a la civilización occidental.
Una progresiva radicalización del conflicto en Siria terminó en una hecatombe. La de Siria ya es una guerra regional en la cual están involucrados Líbano, Irak, Irán, Arabia Saudita, Rusia y Estados Unidos.
Para el 2014, uno de cada 20 sirios había sido asesinado o herido durante la guerra; uno de cada cinco era refugiado, y la esperanza de vida en Siria ha bajado 20 años desde que comenzó el conflicto.
En Venezuela, ya Maduro lanzó su Ejército a las calles dejando claro que está dispuesto a usar la fuerza para cumplir con la promesa de Chávez de entregar cualquier cosa menos el poder.
El autor es médico.