Por la ventanilla del taxi se cuelan los suelos rojizos y las encinas oscuras que caracterizan el paisaje castellano durante el inicio de la primavera. En la radio suena Karol G y a mi lado viaja mi padre, sumergido en un largo y tranquilo silencio. Viajamos a Urueña: un pueblo de 180 habitantes del que, se dice, salimos los Ureña hace poco más de cinco siglos. Nuestra pequeña odisea representa un motivo de alegría y, como diría Alejo Carpentier, un viaje a la semilla.
Las murallas de Urueña albergan una parroquia de piedra, dos museos colmados de instrumentos musicales, un castillo en ruinas que sirve como cementerio y una docena de librerías. El gentilicio de Urueña es carrasqueño, que se relaciona con carrasca, del latín quercus; es decir, encina. Así, un recorrido por la villa y una búsqueda rápida de información se transforman en un paseo por los laberintos del lenguaje, la botánica y la memoria.
Cada 25 de marzo, en medio de procesiones, juegos de cintas y meriendas, los vecinos de Urueña celebran la fiesta de la Virgen de la Anunciada. Esa virgen se conoce también como la Pellejera, en referencia a los pellejos de oveja que antaño eran indispensables para enfrentar el vendaval durante las fiestas. Entonces resulta inevitable preguntarse si las murallas del pueblo fueron levantadas para proteger a los pobladores de los invasores o del viento feroz de la planicie.

Crónica de un apellido
De acuerdo con los lingüistas, Urueña deriva del término vacceo ur, que significa agua, más el sufijo celta onna, que quiere decir fuente. Así, el nombre del pueblo señala el origen diverso de los viajeros que llegaron a sus tierras y rinde homenaje al manantial de aguas limpias que ha beneficiado durante siglos a sus pobladores. A celtas, vacceos, romanos, moros y cristianos.
En 1462, el rey Enrique IV de Castilla, conocido como Enrique el Impotente, creó el condado de Urueña con el propósito de reconocer los servicios de Alfonso Téllez Girón en la reconquista de los territorios musulmanes. Sin embargo, el primer conde de la villa prescindió de la segunda “u” del nombre y se convirtió en el Conde de Ureña. De esa forma, a expensas de una omisión que podría haber surgido como estrategia para evadir el diptongo, apareció el apellido.
Durante la segunda mitad del siglo XV, el Ureña se extendió por Andalucía y, a partir del siglo XVI, llegó a América. En 1534, Diego de Ureña llegó a República Dominicana, y en 1575, Domingo Gómez de Ureña fue elegido alguacil de Santa Fe de Antioquia, en Colombia. En 1737 falleció en Matina de Limón el primer Ureña que llegó a Costa Rica, bajo el nombre de Gregorio.
Se calcula que actualmente hay en España más de 12.000 personas con el apellido Ureña y que existen en Costa Rica más de 19.000 Ureñas, a pesar de que la población costarricense representa apenas una décima parte de la española. El andariego y prolífico apellido incluye, además, una pequeña extravagancia en la que conviene detenerse: la eñe.
La región más fugitiva
En un ensayo titulado Ñamérica (2021), el argentino Martín Caparrós argumenta que los latinoamericanos somos quienes hablamos castellano en el arco de 12 millones de kilómetros cuadrados que se extiende desde Ushuaia hasta Tijuana. “Y el castellano se distingue, más que nada, por esa letra rara que se iza, se saluda y se flamea. Ese invento que consistió en dibujar un firulete sobre una letra que ya existía, para volverla otra”, señala Caparrós.
La eñe castellana viajó al Nuevo Mundo y fue polizón en barcos como los Ureña, que habían salido de Andalucía y, antes, de Urueña. Entonces se confundió entre colonos, criollos e indígenas y se instaló, por citar un ejemplo notable, en la identidad del último cacique de Talamanca, llamado Antonio Saldaña.
Deambulo junto a mi padre a través de ese dédalo empedrado que es Urueña y me pregunto si es posible saber quiénes somos, más allá del folclor que nos venden los agentes de turismo y de los rituales que cultivamos a diario. ¿Qué nos convierte en las personas que creemos ser? ¿Qué nos queda después de los mil y un periplos que hemos emprendido en busca de mejores oportunidades?

Ñamérica es la región más fugitiva, sostiene en su ensayo Martín Caparrós. “En ninguna otra región las migraciones determinaron tanto y en ninguna hubo, en los últimos años, tantos millones de migrantes”. Tal vez en eso consiste el regalo que nos ofrece el viaje a la semilla. En la certeza de que estamos formados por migraciones que no se acaban nunca. Por historias a las que les faltan letras y les sobran preguntas, que comienzan siempre en otro tiempo y en otro lugar.
Jurgen Ureña es cineasta.