Si alguna vez los historiadores de las finanzas mencionan agosto del 2024, sospecho que será por la locura de los primeros tres días del mes, cuando las bolsas se derrumbaron al deshacerse los inversionistas de sus acciones favoritas y provocar un alza del VIX (el índice de miedo de Wall Street) a niveles que no se veían desde el inicio de la pandemia de covid‑19 en el 2020.
Es probable que todo este desorden lo atribuyan a “malos análisis técnicos” asociados con un carry trade sobreapalancado con el yen y a operadores jóvenes e inexpertos cuyos superiores estaban de vacaciones de verano.
Pero aunque la volatilidad fue sin duda espectacular, el daño se revirtió enseguida. A finales de agosto, las acciones se habían más que recuperado, el VIX estaba de nuevo en sus niveles normales, y había indicios de que los operadores volvían en tropel al carry trade (endeudarse en una moneda con bajos tipos de interés para invertir en activos de mayor rendimiento en otra parte).
Además, esta recuperación resultó validada y reforzada por el discurso conciliador que pronunció el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Jerome Powell, en el simposio económico de Jackson Hole, donde declaró que “ha llegado la hora de un ajuste de política”, “el rumbo está claro” y que la Fed “no busca ni ve con agrado un mayor enfriamiento de las condiciones en los mercados de trabajo”.
Inestabilidad
Pero, a pesar del interés que me despertaron estos hechos tan comentados, serán otras las razones por las que recordaré agosto del 2024, ya que para mí lo más sorprendente fue la volatilidad de otros dos grandes factores con influencia sobre los inversionistas: la visión consensual de la economía según los analistas de Wall Street y sus ideas respecto de las políticas futuras de la Fed. Aquí también se vio mucha inestabilidad, y no es atribuible a empleados jóvenes.
Por ejemplo, el muy prestigioso y experimentado director de un sólido equipo de economistas en una importante empresa de Wall Street decidió a principios de agosto incrementar la estimación de probabilidad de recesión del 15 % al 25 %.
Cambio drástico que se produjo apenas cuatro días después de que la empresa recibiera con agrado los comentarios tranquilizadores de Powell en el cierre de la reunión de definición de políticas del 30 y 31 de julio del Comité Federal de Mercado Abierto. Igual de inusual fue que dos semanas después la decisión se revirtió parcialmente, cuando los economistas de la empresa bajaron la probabilidad de recesión al 20 %, sobre la base de una sola lectura de una serie de datos semanales inherentemente volátiles.
Los economistas de otro importante banco de Wall Street tuvieron una reacción incluso más pronunciada a los hechos de principios de agosto. No solo subieron la probabilidad de recesión de la economía estadounidense, sino que anunciaron que de hecho, la recesión ya había llegado.
En tanto, un profesor universitario igual de prestigioso y experimentado salió a pedir una gran reducción de emergencia de los tipos de interés antes de la próxima reunión periódica del Comité, programada para mediados de setiembre. Luego añadió que a esta bajada de tipos debía seguirle otra de magnitud similar al momento de la reunión.
Este grado de volatilidad analítica no es normal. Por lo general se necesitan fundamentos muy sólidos antes de emitir pedidos tan drásticos (o al menos, antes de hacerlo con tanta convicción). ¿Cómo se explica tanta turbulencia?
Interpretaciones
La interpretación más caritativa es que tal vez la economía esté en uno de esos complicados puntos de inflexión en que los datos se vuelven inherentemente volátiles y difíciles de evaluar, y los economistas se enfrentan a una variedad de escenarios posibles más amplia de lo habitual.
Una segunda interpretación tiene que ver con la fuerza perturbadora del informe sobre el mercado laboral del 2 de agosto del 2024, que incluyó un salto inesperado de la tasa de desempleo, lo que activó la regla de Sahm: la observación de la economista Claudia Sahm de que un alza del desempleo de semejante magnitud implica recesión inminente.
Una tercera interpretación es que los economistas de Wall Street siguieron el ejemplo de una Fed que ha olvidado los anclajes estratégicos y se ha vuelto demasiado dependiente de publicaciones de datos de excesiva frecuencia, cualquiera que sea su nivel implícito de ruido. O, más concretamente, que los economistas (lo mismo que la Fed) están dando a esos datos (de los relacionados con el empleo y los precios a las ventas minoristas y los índices de confianza de consumidores y empresas) más importancia de la que merecen.
No es una tendencia tan irracional como puede parecer. En la medida en que esos datos influyan en la mirada de la Fed sobre la economía, determinarán políticas que a su vez influirán en los resultados económicos. Pero no deja de ser un problema. Con la Fed y los economistas de Wall Street afectados a un mismo tiempo por la dependencia extrema de los datos, puede preverse un pimpón narrativo que continuará hasta que suceda una de tres cosas.
La primera, que los funcionarios de la Fed restablezcan mejor sus anclajes estratégicos. La segunda, que los economistas se muestren más dispuestos a correr el gran riesgo profesional implícito en “ignorar” a un banco central que ha dado pruebas de una orientación demasiado cortoplacista (aunque sea el más poderoso del mundo). Y la tercera, que se produzca una gran perturbación exógena que altere de raíz las perspectivas de la economía, en cuyo caso los datos demandarán de hecho otra narrativa. Hasta entonces, es de esperar que este nivel históricamente inusual de volatilidad analítica se mantenga.
Mohamed A. El-Erian, rector del Queens’ College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).
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