Yo no tengo bandera. Ni árbol nacional. Ni flor nacional. Ni ave nacional. En mi vida me he sentado a la sombra de un guanacaste, ni mucho menos he cultivado una orquídea, y a mi ventana josefina rara vez llega a cantar un yiguirro. Pero el asunto va más allá de mera biología criolla. Nunca he ido a una cogida de café, ni me sé una bomba, y hacer tamales me parece un arte inalcanzable. Ninguno de esos simbolismos que otros han definido como el “ser costarricense” me identifica como tica y mucho menos, pero mucho menos, como ser humano.
Mi día a día como costarricense se vive en otros aspectos: el automático buen humor por las tardes decembrinas, los paseos a la costa caribeña y la tentación al pasar por un chinamo de turno y antojarme por un pollo cálido a punta de bombillo. Y docenas de detalles por el estilo. Pero no creo que ninguno de ellos sea “lo mejor del mundo”.
También me encanta el otoño (ni se diga la nieve), considero que las mejores playas que he visto están muy lejos de aquí y me emociona mucho más un tango argentino que el punto guanacasteco. Y, “sacrilegio”: me parece mucho mejor la cerveza Toña nicaraguense que la Imperial.
Tan ticos' Sin embargo, ahora, se ha puesto de moda ser tico. De repente, la bandera vale para algo más que cuando juega la Sele. Incluso, puede ocupar un lugar en la imagen de perfil del Facebook; es ya digna y mucho más importante que la foto del pasado disfraz de Halloween o la del perro de la casa. Porque “verás a tu pueblo valiente y viril”, aunque por años hayan concluido cantando el himno con “vivan siempre Saprissa y la paz”.
A mí, francamente, me da mucha verguenza vivir en un país sin ejército donde la gente se parte de risa cuando alguien imita la forma de hablar de un nicaraguense. Me parece que la xenofobia que ha caracterizado a muchos costarricenses por años es tan lamentable como los argumentos de Ortega. Tal vez no somos capaces de disparar balas (ya hice un sondeo y ninguno está dispuesto a manchar la gloria de la patria con su sangre), pero ¡diay!, como somos tan tuanis, pues reciclamos chistes de gallegos, jugamos de blancos pura sangre y, cuando queremos demostrar que no somos xenófobos, magnánimamente nos dignamos a cederles a los nicaraguenses los trabajos que no queremos hacer. Somos pura vida' ¿Respetuosos? ¿Tolerantes? ¿Pacíficos? Hipócritas, me parece a mí.
Más xenofobia que nacionalismo. Que no se me malentienda: no apoyo ni remotamente la presencia de fuerzas militares extranjeras en Costa Rica y coincido en que los argumentos de los representantes gubernamentales nicaraguenses son una burla a la comunidad internacional y al sentido común. Apoyo totalmente las vías diplomáticas para resolver el conflicto y ojalá se termine de la manera más rápida y satisfactoria, para que en este circo patético de Ortega caiga el telón que cubra semejante sinverguenzada.
Pero, de ahí a exaltar un nacionalismo banderil, como lo han hecho ciertos medios de comunicación, formadores de opinión que han perdido la conciencia de que vivimos en un país con una xenofobia ni tan solapada, hay más que un río San Juan de diferencia. Ese pseudonacionalismo, en un país donde cantar el himno a las seis de la tarde ha sido considerado una polada por décadas, es la llama que se ocupa para que el menosprecio (o digámoslo con todas las letras O-D-I-O) entre países siga ardiendo con más fuerza.
De seguir así, pronto no será un fallido coctel molotov lo que estalle frente a la embajada de Nicaragua, sino que seremos testigos de atrocidades por parte de ambos bandos, en aras de defender un patriotismo fomentado por gobernantes corruptos, a quienes no les importa mover sus peones en el tablero con tal de alcanzar unos años más en el poder. Por supuesto, las fichas ignorantes no tendrán problema: no les da el maní para diferenciar entre unos cuantos políticos y un pueblo entero. Los que son de ese color son los “malos”.
Yo, personalmente, trato de evitar esa trampa. Yo no tengo patria. Yo tengo un mundo. Y si por defender ese mundo, si por defender la igualdad humana antes que la nacionalidad, tengo que dejar a un lado el blanco, azul y rojo, pues soy la primera en cortar el asta de cualquier bandera que me separe de otros que son iguales a mí. Siempre me ha gustado ser tica, pero, ante todo, siempre me ha gustado ser humana.