Tengo la bendición de ser un joven de 28 años y de que, gracias al apoyo de cientos de personas, soy uno de esos estudiantes que se prepara en una de las mejores universidades del mundo, y que, a pesar de nuestros problemas, quiere regresar en su debido momento para aportar un granito de arena al desarrollo del país.
Aunque entiendo perfectamente el sentimiento de Sofía (estudiante mencionada por la psicóloga Saray González Agüero en su artículo de opinión del pasado 5 de noviembre), respetuosamente no lo comparto.
Quiero expresar por qué yo sí quiero vivir en Costa Rica. Mis deseos de regresar a mi país no disminuyen, a pesar de que la violencia se ha incrementado y he sido víctima de ella, directa e indirectamente, tras ser encañonado para robar mi teléfono y, luego, cuando oí la noticia de que mi mejor amigo de infancia había sido asesinado por adictos que robaron su bicicleta.
Es cierto que a la juventud se la desacredita y subestima, y hay que pasar por largas horas de sacrificio para tener acceso a un trabajo decente. En mi primer trabajo en una corporación ganaba apenas para la gasolina y la comida (teniendo un bachillerato universitario, hablando inglés y cursando mi tercer año en la carrera de derecho).
Entiendo el sentimiento de esta muchacha en cuanto a los trámites burocráticos, el deterioro de nuestras instituciones, los altos costos de colegiatura que hay que pagar en el extranjero y, sobre todo, los salarios y su disparidad entre el sector público y privado. No tengo que extenderme en hablar de la colapsada infraestructura y de la percepción del electorado respecto a sus gobernantes.
Obstáculos motivadores. Sin embargo, esos obstáculos (frustraciones de algunos) son la motivación de muchos y deberían ser el motor de todos. Los problemas estructurales que menciona Sofía no son ajenos, por ejemplo, a Suramérica, Europa, Estados Unidos o Asia. ¡La gran diferencia está en la participación ciudadana activa que existe en varias de esas regiones y países, y que ha ido disminuyendo en Costa Rica!
La fuga de “cerebros” es tan solo una variable. El problema está en la crítica sin propuesta, en conformarse con quejarse en bares, consultorios o por redes sociales sin organizarse. Al final del día, esa disconformidad, en lugar de ser canalizada en acción, termina siendo solamente eso: queja. Creo que la angustia y frustración de Sofía está mal enfocada y es egoísta. Egoísta, porque el “hasta aquí” que aplaude la autora del artículo está pensado solamente dentro las propias ambiciones.
Actitud individualista. El problema radica en la actitud individualista que tienen las nuevas generaciones (incluyéndome). Aquí hay que hacer un alto en el camino y preguntarse qué les vamos a dejar a las futuras generaciones y cuál es el rol de la sociedad en lo colectivo. Mi comentario viene porque, aunque esté en mis “veintes”, tengo una hija que es mi motivo y mi motor, y a la que quiero enseñar los valores de las personas, no de las cosas. Quiero enseñarle cómo enfrentar la adversidad y trabajar ante la burocracia, la apatía endémica, la “serruchadera” de pisos, la chota, el “no puedo” y el “pura vida”, todo lo cual se antepone a la excelencia. Se trata de dejar de criticar, llorar y decir “hasta aquí” sin participar ni dar la pelea.
El problema de las nuevas generaciones es pensar que responsabilizar al Gobierno de todos nuestros problemas va a crear, por arte de magia, soluciones factibles y diálogos viables y sostenibles. Delegamos la responsabilidad de la colectividad en el Estado y nos quejamos sin propuestas. Se nos olvidó que nuestra democracia institucional, aun con sus defectos, sigue siendo una de las más respetadas del mundo. Esta democracia costó alma, vidas, sangre de jóvenes y de no tan jóvenes idealistas que participaron activamente para construir el país que tenemos hoy. La sociedad civil, el sector privado, las asociaciones, la Iglesia, la prensa…, todos trabajaron por una colectividad hace tan solo unas décadas.
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su Informe Nacional de Desarrollo Humano 2013, informa cómo solo un 14,4% de los costarricenses forma parte de asociaciones deportivas, un 13,9% está involucrado en asociaciones comunales, 5,7% interviene en sus gremios profesionales y apenas un 2,3% participa activamente en sus partidos políticos.
Pedir sin ofrecer. En mi criterio; Sofía y las nuevas generaciones piden sin ofrecer, demandan sin participar, y se les olvida que las decisiones se toman por los que participan activamente.
Yo sí quiero vivir en el país más feliz del mundo, más innovador de América Latina, un país donde todavía, sin importar el apellido o el origen, se puede llegar adonde sea con trabajo, audacia y perseverancia. Yo sí quiero ser un ciudadano completo. Un ciudadano que sí dice ‘’hasta aquí’’, pero para tomar el toro por los cuernos, no para salirme del redondel. Un ciudadano que no huye de los problemas, y utiliza su capacidad intelectual y pensamiento critico para enfrentarlos.
Yo sí quiero sumarme a las filas de cientos de jóvenes que vinieron a estas universidades y sacrificaron salarios y puestos, y acumularon deuda en otros países porque no están pensando en el “yo”, sino, más bien, en el “nosotros”.
La pregunta es: ¿somos parte del problema o de la solución?