Cuando el mundo era grande y ancho, cuando hablábamos lenguas diferentes y las naciones eran remotas, había dioses para todos los gustos y todas las necesidades. Era tanta la variedad de creencias, pueblos y culturas, que se causaban asombro y admiración entre sí. Cada grupo humano tenía sus pensadores y sus sabios. Las guerras solo afectaban a quienes las padecían de forma directa, de la violencia lejana ni siquiera se tenía noticia.
Pero el mundo se fue encogiendo sin que nadie se diera cuenta. Las religiones se salieron de madre y las guerras también. Las banderas y las armas empezaron a ir de aquí para allá. Las fronteras se hicieron elásticas en un mundo cada vez más pequeño. Las naciones perdieron sus contornos y los más fuertes impusieron un mundo homogéneo y monotemático. Una nación, una religión, dijo Isabel La Católica y fundó la Inquisición española para quemar a moros y judíos, iniciando la gran masacre de lo diferente que culminaría con el exterminio de todo un continente. Europa recicló la esclavitud y renovó las colonias, un truco heredado del Imperio Romano. Pueblos afines quedaron separados y tribus enemigas se vieron obligadas a compartir un mismo gobierno colonial.
Los "buenos" y los que sobran. Para ganarle tiempo al tiempo y espacio al espacio, la tecnología aceleró sus avances y dividió el mundo entre los que la poseen y los que no. (Los buenos son los que la tienen, todos los demás sobran). Las guerras dejaron de ser cuerpo a cuerpo y se inventaron armas que pueden acabar con miles en un solo gesto. La muerte se convirtió en una teleserie. En una cultura de muerte el pensamiento y la reflexión carecen de prestigio social. Desaparecen los sabios que ya no tienen cabida en La Bolsa, el nuevo templo donde se practica la religión universal del dinero. Derrotado por los mercaderes, Jesús ya no cree que amar al prójimo sea posible. Oportunista, Moisés optó por borrar de sus tablas el quinto mandamiento. Mahoma se arrepiente de las azoras confusas del Corán. Dios, que quiso ser único, acabó con la neutralidad desgarrada y si dijo Soy el que Soy es porque nunca supo de parte de quién está. Y si las cruzadas y las guerras santas se hacen en su nombre, entonces los ateos resultan inocentes y el diablo también.
Antes, las guerras las hacían los hombres y las mujeres lloraban sobre los guerreros muertos. Pero ahora hay mujeres congresistas que se han hecho extirpar los pechos para olvidar a los millones de madres que deben amamantar a sus hijos entre el hambre y los misiles. El terror se ha mundializado y el globo gira cautivo en su propia estupidez.