Hace poco más de 30 años, siendo estudiante de la Escuela de Estadística, me fascinó el término “grados de libertad”. La fascinación pasó a decepción cuando aprendí el significado tan específico que los estadísticos dan al término. Grados de libertad debiera ser un término amplio, no angosto. Si bien es difícil cuantificar la libertad, el término podría servir para medir el avance en el proceso (tal vez sin fin) hacia la libertad absoluta.
En general, la libertad genera bienestar. La libertad de escoger, en particular, genera competencia, y esta, a su vez, genera innovación, lo que a su vez genera productividad y, por lo tanto, mayor riqueza.
Más y más productivos. En los últimos años, finalmente, las tecnologías de información han demostrado grandes aumentos en productividad, que se convierten casi de inmediato en crecimiento económico. Para que ese crecimiento sea sostenible, sin embargo, es necesario ser y permanecer competitivo. Nada hacemos siendo dos veces más productivos si nuestros competidores se hacen cuatro veces más productivos.
Para ser y permanecer productivos, cualquier persona, organización o país, debe evitar restringir sus grados de libertad pues cierra oportunidades y se condena a la esclavitud de su situación actual. En el caso de las tecnologías de información, cuando ya no tienen grados de libertar (están obsoletas), no pueden producir riqueza y se vuelven lastre para enfrentar el siempre cambiante mundo.
Las decisiones tecnológicas. Por todo lo anterior las decisiones tecnológicas son tan importantes. Una decisión tecnológica mal tomada puede condenar a una organización a muchos años de atraso o, incluso, a su desaparición. Una empresa privada puede asumir un riesgo y tomar decisiones tecnológicas que reduzcan los grados de libertad para el futuro (por ejemplo, en tecnologías propietarias que condicionan compras futuras). Una institución pública no está en capacidad de asumir semejantes riesgos.
En Costa Rica las instituciones públicas no deben nunca adquirir tecnologías propietarias que obliguen a esquemas de proveedor único ya que elimina muchos grados de libertad futura y, además, la Ley de contratación administrativa prohíbe condicionar compras futuras. Sin embargo, todavía hoy hay muchas instituciones que sufren el cáncer de dichas tecnologías propietarias. No es posible posponer la decisión de liberarse de ellas sin arriesgar, irresponsablemente, el futuro de la institución.
Rápida caída. Hoy se conoce que la flexibilidad estratégica es condición necesaria para enfrentar el futuro. A nuestras generaciones les ha tocado ver cómo las organizaciones rígidas, con pocos grados de libertad, caen, y más rápido de lo que uno imaginaría.
Para una organización o una sociedad, continuar con mínimos grados de libertad, en cualquier ámbito, solo sería posible en un mundo en el que no existiera la globalización ni la competencia ni la innovación ni la libertad. El muro que protegía ese mundo cayó hace 14 años y, por más que algunos lo añoren, no volverá.