Existen distintas narrativas que se articulan alrededor del cuerpo en la cultura occidental, desde las narraciones que atraviesan el cuerpo como espacio de interacción con la realidad, hasta aquellas que narran la existencia descorporizada o evanescente del cuerpo en las sociedades contemporáneas.
Es a través del cuerpo como creamos subjetividades. Baste como ejemplo el interés por cultivar el cuerpo en los gimnasios, en los tatuajes, en el ávatar, en el selfi, solo por mencionar los más comunes. De ahí deriva el interés por estudiar las construcciones y representaciones del cuerpo por medio del lenguaje, en la construcción de las identidades y ciudadanías, interés especialmente presente en la literatura y en las ciencias sociales en general.
El cuerpo, en su materialidad, se constituye en una intersección en la que se entrecruzan discursos sociales y experiencias individuales. Lo que se ha denominado en las Ciencias Sociales como “el giro corporal” no es otra cosa que la experiencia corporal, el cuerpo vivido, la praxis social activa del cuerpo desde la experiencia individual. Por eso algunos prefieren hablar de estudios desde el cuerpo y no de estudios del cuerpo.
“¿Qué es lo que el cuerpo hace?”, se pregunta la estudiosa Julia Castro Carvajal (2011), quien reflexiona sobre una pedagogía de lo corporal; “el cuerpo actúa”, responde la investigadora. Esta agencialidad del cuerpo es constructora de subjetividades a través de las experiencias de lo social y lo individual.
Para ilustrar esta agencialidad del cuerpo y su papel en la construcción de subjetividades y como medio privilegiado de interacción con el entorno, me gustaría traer a colación un pasaje del libro de cuentos de la escritora Isabel Gamboa Barboza que lleva el sugerente título de Una mujer que asesinó al hijo usando como arma un río (2024).
Con un pasaje del cuento “Mi Luz Marina” pretendo ilustrar cómo los cuerpos intervienen en la forma en que entendemos el mundo; es decir, el ser-en-el-mundo: “Al principio, mi cuerpo reaccionaba al retumbe de sus gritos, pero con el tiempo fue aprendiendo a presagiar: antes del grito, el murmullo; antes del murmullo, una mirada; antes de la mirada, una indiferencia aún mayor de la habitual de parte de ambos…. Entonces, mi cuerpo se amarraba, con una mezcla de terror y desconsuelo, al de mi hermana”. (p.8)
A partir de este pasaje, es posible entender que existe una predisposición del cuerpo a la interacción social; que el cuerpo aprende a presagiar, que el cuerpo –dice la narración– se amarra a otros cuerpos. Se puede afirmar que al estado mental y emocional, existe como correlato un estado corporal al que poco se le pone atención en la vida cotidiana. De ahí deriva el éxito en la sociedad contemporánea de estas terapias que pretenden adquirir un equilibrio a partir de la conciencia del estado corporal.
Tomo otro pasaje del libro para ilustrar esto, ahora del cuento “La endeudada”, que narra la historia de una niña de pocos recursos económicos que encuentra un billete en el camino “Mi cuerpo se sacudió tanto, entonces, que aún hoy, al escribirlo, las manos me abandonan impidiéndome acertar con el teclado … Mi estado corporal se debía a que, rápidamente, fui víctima de una oleada de sentimientos de alegría, miedo y culpa”. (p.22)

Este proceso de conciencia en el presente de la voz narrativa cuando recuerda aquel evento del pasado que describe como “aún hoy, al escribirlo, las manos me abandonan…” es lo que se ha denominado como “reflexividad corporizada”; es decir, según la describe Julia Castro “un tipo de reflexión transformadora de las subjetividades que se da justamente porque el sujeto actúa como un todo, no solo en la conciencia, sino en su ser-en-el mundo”. (Castro Carvajal, 2011, p.8)
El cuerpo no solo es objeto de investigación, sino que es a su vez objeto y sujeto de conocimiento, de manera que su estudio no se restringe al objeto cuerpo y a sus representaciones, sino también a las experiencias vividas desde el cuerpo, sensaciones y percepciones a partir de las cuales se moldean subjetividades, corporalidades y ciudadanías.
Esta reflexividad corporal es la que permite comprender el papel del cuerpo como existencia en un mundo construido intersubjetivamente. Los sujetos, a partir de la experiencia del cuerpo vivido, pueden pensarse a sí mismos y su entorno, ya sea en el hecho literario, en el acto de habla, en el proceso educativo o en su accionar como ciudadanos.
ronald.rivera@ucr.ac.cr
Rónald Rivera es filólogo. Se desempeña como docente en la Universidad de Costa Rica.