Mientras otros países con un desarrollo similar al nuestro repelen la inversión extranjera, o los flujos de capital no llegan del todo y experimentan, más bien, salidas por la incertidumbre que generan, la situación es a la inversa en Costa Rica. Afortunadamente, durante muchos años no se han presentado salidas (netas) de capital, y el saldo que arroja ese rubro en la balanza de pagos ha sido altamente positivo. El promedio de la inversión extranjera directa en el período comprendido entre 1991 y el 2002 asciende a $400 anuales, suma que representa un alto porcentaje del déficit en las cuentas corriente y comercial. ¿Por qué ha sido capaz nuestro país de atraer y retener inversión extranjera? ¿Qué papel desempeñan esas inversiones en el desarrollo económico? ¿Cuáles serían los riesgos de perder aquellas fuentes de recursos y tecnología? Quienes adversan la inversión extranjera por razones personales, políticas o ideológicas, o por simple desconocimiento, y se oponen a su atracción en tratados de libre comercio, deberían reflexionar sobre lo que esos recursos representan y, sobre todo, preguntarse cuál sería el panorama de nuestro país en su ausencia.
La inversión extranjera desempeña un papel muy importante aquí y en cualquier país en desarrollo pues es fuente de ahorro suplementario para financiar la inversión nacional. Esto es particularmente importante cuando el ingreso nacional es relativamente bajo y debe dedicarse mayoritariamente al gasto en consumo, necesario para satisfacer necesidades básicas urgentes. En esas circunstancias –como el caso de Costa Rica–, el ahorro interno resulta insuficiente para financiar la inversión total, que es lo único que genera crecimiento económico y fuentes de empleo, directas o indirectas.
En Costa Rica hemos podido atraer inversiones de grandes y prestigiosas empresas para coadyuvar con el esfuerzo productivo nacional, como Intel, Procter & Gamble y otras; pero también se ha podido atraer otras empresas medianas y pequeñas, al igual que inversionistas individuales, gracias a ciertos factores que, en conjunto, nos dan una ventaja frente a otras naciones.
En un estudio reciente del Banco Mundial publicado el martes pasado, donde se analizan los factores que potencian o afectan el crecimiento a corto y largo plazos, se mencionan la paz y el régimen democrático como poderosos imanes para estimular la inversión nacional y extranjera, el sistema de derecho y la protección de las leyes a la propiedad privada y libertad de empresa, la probidad de las instituciones y la relativa estabilidad que hemos disfrutado durante muchos años. Nos distinguen, además, un relativo adelanto tecnológico y una fuerza laboral calificada (comparada con la que presentan otros vecinos).
Todo aquello nos ha permitido atraer inversiones de empresas y productos altamente calificados (con tecnología de punta), como Intel, que recientemente anunció la apertura de una nueva planta para producir, en gran escala, componentes y dispositivos de microprocesadores por un valor de $110 millones (45.320 millones de colones) y que dará ocupación a 600 costarricenses, incluidos 75 ingenieros. También se han anunciado y registrado cuantiosas inversiones en el complejo turístico de Papagayo, lo cual estimula a producir riqueza y genera empleo en la provincia de Guanacaste.
Sin embargo, no hemos sido capaces de potenciar la inversión extranjera, aun con tantos aspectos positivos a nuestro favor. En años recientes, desafortunadamente, se ha descuidado el clima de negocios necesario para propiciar inversiones y las posibilidades de crecimiento en el futuro. Según señala el mismo estudio del Banco Mundial, el país tiene fallas en tres áreas importantes: manejo de la macroeconomía (lo que hemos comentado pormenorizadamente en editoriales recientes), manejos institucionales y atrasos tecnológicos (a pesar de tener ahí una ventaja potencial, por la calidad de la mano de obra).
Una de las principales fallas que apunta el Banco Mundial son los altos márgenes de intermediación financiera, que elevan las tasas de interés y nos restan competitividad frente a empresas ubicadas en el extranjero (lo cual hace urgente y relevante la reforma bancaria que se discute en el Congreso). También señalan el favoritismo (o animadversión) en las decisiones de Gobierno hacia ciertas empresas o actividades –como minería, petróleo y ciertas inversiones costeñas, incluyendo complejos turísticos–, y el atraso tecnológico y la lentitud en la prestación de ciertos servicios públicos, como Internet, telefonía móvil y seguros. Sin embargo, ahora precisamente, tiene el Gobierno la oportunidad de mejorar algunos de ellos en el contexto del TLC, limpiar la imagen costarricense y relanzar la inversión extranjera como un componente importante de la estrategia de desarrollo.