Parecen sinónimos pero no lo son. Más bien significan lo opuesto.
Jalar el mecate el llamar al orden, pedir cuentas, sentar responsabilidades, castigar culpables. Es una sabrosa expresión popular, muy en desuso, que demuestra ejercicio de la autoridad, conciencia del deber, rectitud y, sobre todo, acción oportuna y eficaz.
Jalar el mecate es haber evitado a tiempo que ocurriera el fiasco con la empresa Marhnos y el emplasto de remiendos, huecos, promontorios y desplomes que es hoy el tugurio de vía denominado "autopista" Bernardo Soto. Jalar el mecate es haber sancionado a todos los que permitieron que eso ocurriera.
Jalar el mecate es haber conseguido que todos los juicios en relación con la quiebra del Banco Anglo ya se hubieran realizado y no que, casi seis años después, nadie responda aún por ese golpe bajo que dejó en la calle a cientos de personas y minó la confianza en la gestión pública.
Jalar la cadena, por el contrario, es el símil adecuado para el abandono y la intervención postrera, el pesimismo y la parálisis, la negación de las atribuciones y deberes. En otra expresión popular, es equivalente a "que el último apague la luz...".
Jalar la cadena es la sensación que ha sembrado el Gobierno con la falta de dinamismo que muestra para volver a la carga con las grandes transformaciones estructurales que requiere el país. Inmovilizado por el temor tras las escaramuzas del ICE, optó por el repliegue total y se dedicó a abrir tubos, cortar cintas y besar chiquitos.
Pero el caso más patético de jalar la cadena es la actitud del otrora combativo Partido Liberación Nacional. Víctima de sus propias incongruencias, ayuno de ideas y falto de liderazgo, abominó del diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones en conjunto para esperar, agazapado y oportunista, los resquicios que le permitan seguir entorpeciéndolo todo.
Y Costa Rica lo que necesita es que jalen el mecate, no la cadena.