La menor longevidad del hombre respecto a la mujer se aúna a condiciones inferiores de vida en la vejez de aquel para constituir una iniquidad que no ha sido atendida por las políticas públicas de salud y tercera edad, sino todo lo contrario. Sé que este es un postulado controversial, provocativo y políticamente incorrecto.
Que las mujeres viven más que los hombres es bien conocido. En Costa Rica la diferencia en la esperanza de vida al nacimiento es de 4,5 años: 80,6 contra 76,2 años en el 2003. En muchos otros países la brecha es mayor (v. gr.: Rusia, 14, o Puerto Rico, 9 años). Con una vida más breve, los hombres, tienen menos probabilidades de llegar a viejos y, en la vejez, tienen menos expectativa eventualmente de disfrutar de una jubilación.
Si la menor longevidad de los hombres fuese un acto divino, es decir, producto de la biología, quizás habría excusas para ignorarla como una iniquidad a corregir. Pero no es así. Estudios de monjes y monjas de clausura, es decir, con similares condiciones ambientales y de comportamiento, muestran que la brecha biológica entre los sexos es del orden de un año de esperanza de vida. El resto es producto social.
Androfobia
En nuestras políticas de salud no hay un capítulo dedicado a atacar la desigual longevidad de los sexos o atender las necesidades especiales de los hombres. La CCSS tiene un departamento de salud de la mujer, pero no uno del hombre. No se cumple el principio básico de la equidad que dice que los recursos deben asignarse preferentemente a quien más los necesita. Los documentos de la OPS y OMS sobre “equidad de género”, únicamente enfatizan los problemas y necesidades específicas de salud de las mujeres.
La androfobia es particularmente perversa en los planes y políticas para el adulto mayor. El Plan Internacional de Acción Mundial sobre Envejecimiento, Madrid 2002, incluye más de 40 declaraciones que subrayan una supuesta mayor vulnerabilidad de las ancianas o reclaman trato preferencial a las mujeres. En contraste, no hay un solo reconocimiento de que los hombres tienen necesidades especiales y, mucho menos, que requieren atención preferencial. La única referencia que esta clase de documentos hacen a la menor longevidad del hombre es muy curiosa: el problema que representa para la mujer quedarse sola.
Un argumento para favorecer a la mujer en las políticas de salud y de envejecimiento sostiene que, aunque su longevidad es mayor, la calidad de su vida extra es inferior. La realidad, empero, no sustenta este argumento. Según un documento reciente emitido por el Ministerio de Salud, entre las personas de 80 y más años, la probabilidad de ser pobre es mayor para los hombres (40%) que para las mujeres (31%), los años esperados de vida saludable son más para las mujeres (6,0) que para los hombres (4,9), y la probabilidad que existe de quitarse la vida es 14 (¡catorce!) veces mayor.
Las madres se benefician de una mayor lealtad emocional de sus hijos adultos que los padres. Las mujeres también tienen cierta continuidad de roles cuando entran en edades avanzadas, en comparación con los hombres que experimentan cambios traumáticos de roles cuando se jubilan. En razón de su contribución a oficios domésticos y cuido de los nietos en la familia multigeneracional, las adultas mayores suelen ser más valoradas que los varones que han dejado de trabajar. Las mujeres, por lo general, ganan con los años prestigio en la familia. En contraste, los hombres a menudo experimentan sentimientos de rechazo o baja autoestima cuando ya no pueden ganarse la vida y cumplir con el rol de macho proveedor. Los hombres, que generalmente desarrollan sus redes sociales en torno al trabajo, a menudo se quedan en la vejez sin redes de apoyo social.