Con este artículo continuamos la serie, iniciada el domingo 11de enero, sobre temas cruciales para el país y el mundo.
Una de las mayores transformaciones de Costa Rica en este siglo que agoniza fue la revolución silenciosa en su demografía. El censo efectuado por el presidente José Joaquín Rodríguez en las postrimerías del siglo XIX contabilizó alrededor de 250 mil costarricenses. Cien años más tarde, no tenemos censo, pero se estima que el país superó la marca de los 3,5 millones en 1995.
Adjetivos como colosal o explosivo le quedan cortos a este aumento de 14 veces en el tamaño de la población, especialmente cuando se tiene presente que en la historia de las poblaciones humanas cada duplicación suele lograrse en materia de siglos. Si el futuro imita al pasado, en los próximos 100 años una nueva multiplicación por 14 nos llevaría a 50 millones de habitantes, escenario desmesurado que los frenos maltusianos de "la enfermedad, la miseria y el vicio" posiblemente se encargarían de evitar que se haga realidad. Cincuenta millones a fines del siglo XXI es también el resultado que se obtiene de extrapolar la población con la tasa actual de crecimiento demográfico de 2,5 por ciento anual.
Las extrapolaciones son, empero, un juego peligroso. Cincuenta millones de hacinados costarricenses, o su alternativa: altas tasas de mortalidad frenando la explosión demográfica, son escenarios apocalípticos que ignoran, al igual que hace 200 años lo ignoró el reverendo Maltus, una tercera salida: el control natal. Es precisamente el control generalizado de la natalidad que los costarricenses abrazaron décadas recientes lo que hace esperar para el siglo venidero un escenario neomaltusiano más benigno de un crecimiento poblacional vigoroso, pero no catastrófico. A fines del siglo XXI, nuestros nietos habitarán una Costa Rica con el doble de la población actual, es decir, con unos 7,5 millones de habitantes (ver gráfica) con un margen de variación probable de entre 5 y 11 millones.
¿En qué se fundamentan estas cifras? Los demógrafos preparan estas proyecciones basándose en la situación actual y la evolución previsible de los tres componentes del cambio demográfico: mortalidad, fecundidad y migraciones.
Equilibrio de vida
Una extraordinaria caída de la mortalidad originó la explosión demográfica de Costa Rica en el siglo XX. La esperanza de vida aumentó de 34 años en 1900 a 77 años en la actualidad. En las dos décadas de más rápido progreso --los años 40 y 50-- cada mañana los costarricenses despertaron con 19 horas más de expectativa de vida que en la víspera. Esta mejora se originó en el control de enfermedades como malaria, diarreas, tuberculosis, influenza y sarampión, con intervenciones de bajo costo y alta eficacia, tales como DDT, antibióticos, vacunas, letrinas y agua potable. La medicina sofisticada de hospitales tuvo poco que ver con este avance. En la década de los 90, empero, el progreso ha cesado. Según los datos más recientes, la esperanza de vida en 1997 (76,7 años) fue idéntica a la de 1990. Esto es un preludio de que en el siglo venidero nos espera un progreso lento, logrado con gran esfuerzo y alto costo. Si, por ejemplo, erradicar la mortalidad por cáncer, produciría una ganancia en la esperanza de vida de poco más de 3 años solamente.
El avance sanitario de la humanidad ha alterado poco la longevidad límite de las personas. Hoy este límite es parecido a lo que era en tiempos de Matusalén: 100 años de edad aproximadamente. Este límite es un sello impreso en los genes de la especie que poco cambiará en el futuro previsible. Con esto en mente, la proyección de población supone que, a fines del siglo XXI, el país tendrá una esperanza de vida de 84 años (81 los hombres y 87 las mujeres), es decir, 7,3 más que en la actualidad. Un error de predicción de hasta 10 años en esta suposición afectaría poco el tamaño proyectado de la población.
Si el aumento en la esperanza de vida activó la bomba poblacional, el control voluntario de la natalidad casi la ha desactivado. Costa Rica está cerca de completar la transición desde un equilibrio demográfico que se basaba en el derroche de vida humana -gran cantidad de muertes prematuras eran reemplazadas por numerosos nacimientos- a un nuevo equilibrio basado en la economía de vida resultante de la virtual eliminación de muertes prematuras y una baja fecundidad.
Una de las mayores transformaciones sociales de la segunda mitad del siglo --la caída en la fecundidad-- la efectuaron las parejas en la intimidad de sus dormitorios. Costa Rica pasó de un tamaño promedio de familia completa de más de 7 hijos en 1960 a la tasa de 2,5 hijos que registran las estadísticas de 1997. Se proyecta que esta caída continuará hasta que, en poco más de una década, alcancemos el nivel demográfico de reemplazo de 2,1 hijos.
Tenedores y anticonceptivos
San Pedro Damiano, Cardenal de Ostia y Doctor de la Iglesia, en el siglo XI condenó el pecado de la esposa del Dux de Venecia de usar un tenedor para comer. La historia está llena de ejemplos de oposición a las innovaciones y condenación a los innovadores. La anticoncepción, o la posibilidad de tener relaciones sexuales con propósitos distintos de la procreación, no es la excepción y 200 años después de que los campesinos franceses la inventaron, todavía es objeto de ataque y condenación. Margaret Sanger, la enfermera neoyorquina que, a principios de siglo, inició la lucha para difundirla en las clases populares, fue encarcelada y tuvo que ir al exilio. El movimiento que ella fundó, la IPPF, hoy es la segunda organización voluntaria más grande del mundo, después de la Cruz Roja, pero todavía hay personas que honestamente la consideran obra de Satanás. El Código Penal costarricense todavía contempla "tres a treinta días multa a quien anuncie procedimientos o sustancias destinados a evitar el embarazo" (Art. 376-6). El uso del tenedor tardó varios siglos para ser aceptado. La anticoncepción se está difundiendo mucho más rápido. Las barreras ideológicas, religiosas y legales a la planificación familiar que aún quedan pronto serán cosa del pasado.
La proyección de 7,5 millones de habitantes en el 2100 supone que la fecundidad se estabilizará en el nivel de reemplazo. Es posible, empero, que la caída no se detenga en 2 hijos y que continúe hasta los bajos niveles a que han llegado ciertos países europeos, entre los que destacan Italia y España con apenas 1,2 hijos. La excepcionalmente baja fecundidad de italianos y españoles se debe a que están convencidos de que no tener hijos, o tener solo uno, es el boleto para la buena vida. Esta ideología probablemente cambiará en cuanto esas sociedades se muevan hacia normas y valores postmaterialistas como los de Europa del Norte. Si, como escenario extremo, Costa Rica se estabiliza a partir del 2025 en una fecundidad de 1,6 hijos, la población alcanzará un máximo de 6 millones a mediados del siglo XXI y declinará a 5 millones en el 2100 (ver gráfica). Podemos concluir que, incluso con una disminución extrema de la fecundidad, dentro de 100 años habrá sustancialmente más ticos que ahora.
La crucial migración
El tercer elemento en este ejercicio de futurología -la migración- es el más volátil e incierto. No solo es difícil proyectar su futuro, sino que es complicado caracterizar su presente por la falta de datos fidedignos. Esta carencia contrasta con la percepción generalizada de que nuestra cuestión poblacional más importante es la inmigración nicaragüense. A falta de censo, una de las pocas pistas la tenemos en las estadísticas de natalidad. En 1997 ocurrieron 9.000 nacimientos de madres extranjeras. Este número representa el 12 por ciento de los nacimientos ocurridos en el país y el triple del número registrado 12 años atrás. En un ejercicio parecido al de adivinar el tamaño del ratón de la observación de su cola, uno de mis estudiantes ha estimado en su tesis que el número de nicaragüenses legales e ilegales en Costa Rica es del orden de 300.000, con una afluencia del orden de los 20.000 anuales en la última década. Las cifras apócrifas de 800.000 o un millón que hemos visto en los medios de comunicación son con seguridad exageradas.
La proyección de 7,5 millones de habitantes supone que este flujo migratorio disminuirá hasta desaparecer en el 2025. La opinión pública y el ciudadano común están fuertemente prejuiciados en contra de la inmigración nicaragüense, no obstante que estudios serios en otras latitudes tienden a concluir que la inmigración trae más beneficios que perjuicios al país receptor. La percepción negativa de la inmigración es casi una reacción instintiva en los pueblos receptores, que deja por fuera la opción de política migratoria probablemente más racional y ventajosa en el largo plazo: la de libre circulación de personas de modo que las fuerzas de mercado permitan encontrar el punto de equilibrio óptimo en los flujos migratorios.
Ya sea que medidas cada vez más restrictivas a la inmigración logren contenerla o que esta encuentre su punto de equilibrio, es razonable suponer que cesará en algún momento en el futuro. Además, la disminución de la natalidad en Nicaragua, hará que ese país tenga cada vez menos excedentes demográficos para exportar, lo que eventualmente reduciría la migración a Costa Rica. Nada asegura, sin embargo, que el escenario de cero migración a partir del 2025 se cumplirá. Una alternativa plausible es que, en caso extremo, el flujo de 20.000 inmigrantes anuales se mantenga constante durante todo el siglo XXI. Este escenario resulta en la proyección máxima de 11 millones que se observa en la gráfica, es decir, 3,5 millones más que la proyección con inmigración nula. La migración será, por tanto, el elemento crucial en la dinámica demográfica de Costa Rica en el siglo XXI.
Inercia demográfica
Si la bomba demográfica ha sido desactivada y estamos tan cerca de la fecundidad de reemplazo, ¿cómo es que la población del país en el siglo XXI aumentará en tantos o más millones que en el siglo XX? Hay dos razones para ello. La más obvia es que la base inicial de población es mucho más grande hoy que hace 100 años. La otra razón es un fenómeno bien conocido en la física: la inercia. Un cuerpo en movimiento no puede parar súbitamente. La inercia demográfica la imprimen contingentes crecientes de jóvenes nacidos bajo los patrones de alta fecundidad del pasado, que continúan incorporándose a las edades reproductivas y procrean números crecientes de hijos, pese a su fecundidad menor. El futuro demográfico de Costa Rica está en gran medida hipotecado a esta inercia. Gran parte de los habitantes del país en el siglo XXI ya están entre nosotros.
Las tendencias demográficas más importantes en la primera mitad del siglo XXI ya fueron definidas por la curva de nacimientos del siglo XX. Dos eventos definitorios de esta curva son las dos explosiones o baby booms ocurridas, primero en los años 1950 y, luego, entre 1975 y 1985.
Los individuos del primer baby boom están hoy en las edades (35 a 50 años) de máximo ahorro y productividad. Los jóvenes del segundo boom también han comenzado a incorporarse a esas edades. Esta situación constituye un bono que la demografía le está dando a la economía del país y que ocurrirá solamente una vez en nuestra historia. El bono consiste en que, por ejemplo, el número de dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar (15-64 años) ha caído de 103 en 1960 a 60 en 1999, y caerá aún más a 48 dependientes en el año 2020.
Estudios recientes del Banco Mundial concluyen que un bono demográfico de este tipo fue factor importante para el excepcional crecimiento económico de los tigres asiáticos. Ojalá Costa Rica no deje dejar pasar la oportunidad que esta coyuntura demográfica le ofrece para desarrollarse en las primeras décadas del siglo, pues el bono no durará mucho. Dentro de unas dos décadas, en cuanto los cuarentones del primer baby boom comencemos a entrar en la tercera edad, ejerceremos gran presión sobre los sistemas de pensiones y servicios de salud. Se estima que, mientras hoy hay aproximadamente 10 trabajadores cotizantes a los seguros sociales por cada pensionado, hacia el año 2050 habrá solamente dos cotizantes por cada pensionado.
Las fluctuaciones en la curva de nacimientos significan también tasas de crecimiento poblacional muy disímiles en las distintas edades. Mientras el aumento de la población de Costa Rica como un todo será del 72 por ciento en la primera mitad del siglo, los mayores de 60 años se incrementarán en 544 por ciento, en tanto que los menores de 15 casi no aumentarán. En la próxima década los individuos del segundo baby boom ejercerán gran presión en el empleo, la vivienda y la educación superior, así como en los índices de delincuencia (los crímenes los cometen fundamentalmente los adultos jóvenes). La educación escolar y preescolar estará, en cambio, libre de presiones demográficas y tendrá un respiro para mejorar la calidad. Esta será una segunda oportunidad que ojalá Costa Rica no la deje pasar como ldesaprovechó la de los años 70. En contraste con la educación, el sector salud sufrirá cada vez más la presión demográfica del envejecimiento de los individuos de los baby booms. Por ejemplo, la capacidad hospitalaria del país tendrá que casi triplicarse en la primera mitad del siglo.
El factor ambiental.
"Hoy llega Costa Rica al millón" fue el titular de la primera plana de La Nación del 24 de octubre de 1956. En esa época, más de la mitad del país estaba cubierta de bosque. El primer millón de habitantes de Costa Rica había talado casi la mitad del territorio nacional en un periodo de varios cientos de años. El segundo millón, alcanzado en 1976, deforestó otra cuarta parte del territorio en un periodo brevísimo de dos décadas. Los millones que se incorporaron luego han sido menos dañinos. El más reciente -el cuarto millón-, que coincide con la década de los 90, aparentemente ha cesado la destrucción del bosque. Aunque el aumento de la población puede ser devastador para el medio ambiente, esta no es una ley inexorable. Los varios millones de pobladores adicionales del siglo venidero bien pueden convertir al país en un desierto o bien pueden preservar y mejorar las riquezas naturales. Es claro, sin embargo, que estos millones adicionales ejercerán una gran presión sobre los recursos naturales por lo que deberán redoblarse los esfuerzos para su conservación.
Uno de los mayores retos al hábitat y a nuestra capacidad de gobernarnos lo constituye el tamaño y rápido crecimiento poblacional de la Gran Area Metropolitana (GAM). La GAM abarca actualmente 1,7 millones de personas en el territorio que va de Cartago a La Garita. A mediados del siglo, será una gran ciudad de unos 4 millones de personas. El reto para atender las necesidades de transporte, aire puro, recreación, seguridad, agua, disposición de basura y aguas servidas de esta gran masa de personas es formidable. Pero las oportunidades para los negocios, las artes y las ciencias de esta gran concentración de personas también son enormes.
Se dice y se repite con razón que el recurso más valioso de una nación es su gente. Esta es una gran verdad, cuando se refiere a la calidad de las personas, pero no a su cantidad. Los simples números de personas, y su rápido aumento, pueden ser incluso un obstáculo al mejoramiento de la calidad del recurso humano. Esto lo han comprendido bien las familias costarricenses que han optado mayoritariamente por limitar la cantidad de hijos en procura de mejorar su calidad. Este comportamiento de miles de costarricenses permite mirar el futuro con alivio: la bomba demográfica ha sido esencialmente desactivada. Ello no quiere decir, con todo, que la explosión demográfica ha cesado. En el siglo que viene la población de Costa Rica aumentará en tantos o más millones que en el siglo que agoniza. Este aumento representa tanto retos como oportunidades. El Estado, la sociedad civil y las empresas deben prestar atención a estos retos y oportunidades, para lo cual un primer paso importante es que el país empiece el siglo efectuando un censo de población.
(*) El Dr. Rosero es demógrafo y catedrático
de la Universidad de Costa