Del centro de Manhattan, en 1971, partió 1a vibración que estremeció todo el territorio estadounidense. Su origen se remonta a 1954, cuando el colonialismo francés fue derrotado en Indochina por el victorioso asedio de Dien Bien Phu. Temerosos ante el avance comunista, los Estados Unidos impidieron entonces la reunificación de Vietnam, instalando un régimen satélite en el sector meridional del lejano país. Y en 1961, al arribar a Saigón el estratega Stanley, montó un comando militar para pacificar el convulso territorio en 18 meses, mas ya la jungla ardía de odio y rencor. A finales de ese año, el general Taylor reclamó más ayuda al presidente Kennedy, la cual se incrementó. Poco después un golpe de Estado derribó la tiranía vietnamita de dos hermanos, quienes fueron ejecutados al amanecer, mientras en Dallas y en esa fecha asesinaban a John F. Kennedy.
El vicepresidente Lyndon Johnson, ya en ejercicio, pide al embajador en Saigón, Cabot Lodge, un programa urgente para detener el ejército de Vietnam del Norte, al tiempo que el Consejo Nacional de Seguridad instalado en la gigantesca mole del Pentágono situada a un lado del caudaloso río Potomac, decide bombardearlo. Su jefe Robert Mc Namara aconsejó que únicamente la intervención norteamericana podía evitar el hundimiento del régimen sudvietnamita pues, de lo contrario, todo el sudeste de Asia caería bajo el dominio comunista.
Y el gran pueblo de los Estados Unidos de América comenzó a sangrar.
Cuerpo a cuerpo. Mientras la poderosa aviación ametrallaba y bombardeaba puestos fronterizos, el Congreso aprobó una resolución sobre el golfo de Tonkín para justificar la invasión, invocando agresión a la seguridad nacional. Ambos territorios trepidaban con diversos problemas: alzamientos internos en los corruptos gobiernos del territorio sureño de Vietnam, y en el extenso país norteamericano intervenía la policía en la Universidad de Berkeley, en California, para impedir discusiones políticas en su campus, al tiempo que un comando de Harlem asesinaba en la costa neoyorquina al jefe de los Black Muslims, Malcom X. Emerge la rebelión negra en los sofocantes veranos, aumentan allá los bombardeos y entra en combate, cuerpo a cuerpo, la infantería estadounidense, gradualmente destruida en el lodazal de los labrantíos de arroz o sorprendida en los escondites de una selva húmeda e impenetrable, y los jóvenes soldados van quedando tendidos a la vera de los pantanos, atravesados por una filosa y delgada caña de bambú amarillo.
Mc Namara, desesperado, le comunica al presidente Johnson que esa guerra corresponde ya solo a los sudvietnamitas, pero se reanudan fieros bombardeos hasta en Hanoi, la capital. Europa convoca al "Tribunal Bertrand Russell" para investigar los crímenes de guerra en Vietnam, y en noviembre de 1967 cae Mc Namara. Da inicio la gigantesca ofensiva TET contra las bases americanas, donde se envían refuerzos por un total de 750.000 soldados, en gran parte martirizados en la espesa jungla meridional de ojos rasgados. Richard Nixon llega al poder y elabora el programa de la paz americana, consecuencia de las conferencias de París entre diplomáticos estadounidenses y militares norvietnamitas. Y en junio de ese año, a mitad del mar Pacífico, el Presidente del país invasor se entrevista con el líder de Norvietnam y se anuncia la retirada de Estados Unidos.
En el hermético recinto del Pentágono, un documento de tres mil páginas y cuatro mil anexos daba cuenta, desde mucho antes, de que la guerra era suicida. Allí también constaban muchas incongruencias de las comunicaciones gubernamentales a los ciudadanos. Un alto oficial, indignado por cuanto la política estadounidense no acataba las recomendaciones de la investigación, tomó una de las copias selladas Top secret y la entregó a un periódico.
Irónica satisfacción. Cinco abogados bajo la dirección de James Goodale, genio de la libertad de prensa, durante varios días discutieron acaloradamente los riesgos de una publicación. Al fin brilló una irónica sonrisa de satisfacción en el rostro siempre alegre de Gaodale, tomó el teléfono y dio el veredicto: ¡Publíquen-los!
Nixon, al leer en el diario el llamativo titular "Los secretos papeles del Pentágono", con su acostumbrado lenguaje en momentos de rabia llamó al Director y lo intimidó a suspender la difusión, bajo amenaza de prisión pues atentaba contra la seguridad nacional. Al día siguiente The New York Times siguió publicando los documentos secretos y, ante la conminación oficial que prohibía las siguientes entregas, abiertamente desobedeció la orden presidencial enfrentándola en la Suprema Corte de los Estados Unidos.
Quince días después aquella Corte dictó un fallo sin precedentes en contra del gobierno, a favor del pueblo norteamericano y en defensa de la libertad de prensa. Los ciudadanos tienen incuestionable derecho a ser informados sobre el manejo de los asuntos públicos, aunque incidan con la seguridad nacional. Nosotros, los ciudadanos, somos libres.