A principios del pasado año bimilenario, en el Museo Rufino Tamayo de la ciudad de México, se presentó una muestra del trabajo plástico del artista costarricense Max Jiménez (1900-1947): 23 óleos, 13 dibujos y una xilografía. Fue una gran oportunidad de apreciar un conjunto suyo lo suficientemente representativo como para darse una buena idea y obtener una visión más equilibrada del trabajo plástico de Jiménez. Antes de esa exposición, sólo había visto piezas aisladas. Conocía mejor su obra literaria, gracias a la edición de la UACA de Obra literaria de Max Jiménez (1982), y, claro, antecedido, casi por una década, por el estudio y antología de Alfonso Chase, Max Jiménez (1973), editado por el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, trabajo que, en aquel tiempo, a muchos nos generó un gran interés por conocer más de los libros y del arte plástico de Jiménez, un interés por maximizar a Max.
Sin embargo, después de haber visto la plástica de Jiménez, me parece que es más artista plástico (más escultor, más pintor) que escritor. Siento que, si bien posee méritos desde un punto de vista de arqueología e historia literarias, la obra escrita de Jiménez no es tan importante como lo es la plástica, donde aparece como un artista más de ruptura, de renovación, con la incorporación de tipos, temas y técnicas diferentes: por ejemplo, lo negro y lo caribeño como parte de la nacionalidad. La estrategia literaria de Jiménez técnicamente es más tradicional y conservadora y se consuma en el realismo costumbrista y depurado de El jaúl , quizá su mejor obra narrativa, así como en Quijongo , en poesía. Aquí no hay la irrupción vanguardista de su arte plástico, que lo muestra más lúdico y provocador. Es, quizá, una reacción personal exagerada después de la exposición en el Tamayo, pero, ni modo, es lo que pienso hoy, no sé si mañana: Max Jiménez es pintor/escultor (sobre todo).
Preocupación social y moral
Raquel Tibol, la crítica de arte mexicana, escribió una larga reseña en la revista Proceso sobre la exposición en el museo Rufino Tamayo, que brinda una imagen muy positiva de Jiménez. Ahí transcribe parte de lo escrito por el muralista David Alfaro Siqueiros sobre el pintor costarricense, a quien Siqueiros cree cubano, pues fue en La Habana donde el mexicano conoció su obra. Siqueiros hacía una gira por América a favor de una creación artística que exaltara la lucha de los aliados contra el nazifascismo, y llegó a la capital cubana en abril de 1943. Por su parte, Jiménez había llegado a Cuba en noviembre de 1942 para exponer en la Galería Lyceum, primero, y del 7 al 21 de mayo de 1943 en el Instituto de Cultura Americana, es decir, en los días de la visita de Siqueiros a la ciudad. Este no pierde su tiempo y se pone a ver arte cubano y a escribir sobre la obra de algunos artistas, entre ellos el hoy famosísimo Wifredo Lam, y también de Max Jiménez. De aquí la cubanización de Jiménez hecha por Siqueiros.
El mexicano hace una lectura ideológica del costarricense tomado por cubano: "Yo no sé si Max Jiménex escribe Siqueiros teóricamente quiere o no acercarse al pueblo con su pintura (una actitud esta que tanto repugna a los solo estetas, tanto de origen académico como moderno), pero el hecho concreto es que Max Jiménez, con la temática de su obra pictórica reciente, se está acercando al sector más discriminado del pueblo cubano, es decir, se está acercando al pueblo negro de Cuba. Ese sector del pueblo cubano es el que ocupa su atención pictórica en los últimos tiempos". Sin duda, Siqueiros anda perdido en lo que se refiere al "pueblo cubano", pero tal vez no tanto en lo que trata del "pueblo en general", que sí está presente en Jiménez: preocupación social y moral junto con vanguardismo técnico y conceptual.
Signos de caribeñidad
¿"El pueblo negro de Cuba"? En todo caso, no solamente de Cuba, sino de todo el Caribe, de Limón, y en este sentido Jiménez marca, para el caso del arte costarricense, una incorporación de signos de caribeñidad, tan escamoteados en los primeros relatos de identidad nacional, que trabajan más bien con signos vallecentralizados (Cartago-San José-Heredia-Alajuela): el campesino blanquito y pobrecitico con su milpita y su vaquita y su cafetal (y una carreta con o sin bueyes).
Siqueiros piensa que la pintura de Jiménez "con su exaltado sentido de la forma, con la violencia y la amargura de su color, con la tragedia de su estado geográfico, como por su inconformismo con la técnica material, según he podido percibir, no podrá jamás servir de adecuado complemento al interior de las residencias distinguidas" (en esto también se equivocó Siqueiros: si viera cómo hoy Jiménez sirve de bandera cultural a una ávida burguesía neoliberalina). Por su fuerza plástica, Siqueiros ve el futuro de Jiménez en el arte público: "Que me oiga bien Max Jiménez: su señalado temperamento creador, la naturaleza misma de su temperamento creador no tiene, en mi opinión, más camino que el camino del arte público nuevo-realista y nuevo-humanista que yo proclamo" (nótese el tono mesiánico de Siqueiros y su evangelio internacionalista).
Por supuesto que el melancólico Jiménez no se acercó al arte público, él, de arte tan solitario. Pero dejando a Siqueiros y volviendo a Raquel Tibol, esta se refiere a dos publicaciones que llegaron con la exposición, el catálogo Max Jiménez, un artista del siglo , con motivo de la exposición presentada entre septiembre y diciembre de 1999 en el Museo de Arte Costarricense (como se ve, la exposición de México es una selección de la de San José, hecha para aprovechar el momento político de la visita del presidente de Costa Rica a México y poner un tapete cultural sobre la mesa donde se discuten los asuntos económicos), así como de un Catálogo razonado . Termina Tibol su reseña: "Ambos volúmenes permiten un cierto acercamiento a la vida y trabajos de este artista; pero resulta extraño que ninguno de los dos contenga una ficha biográfica puntual, como si aún el medio cultural costarricense no venciera un inamovible pudor en torno de su singular manera de vivir y de crear".
¿Escultor y pintor, o escritor?
En fin, la obra y la leyenda de Max Jiménez siguen vivas. Sus letras, sus imágenes y sus volúmenes materiales siguen circulando en el espacio cultural y siguen diciéndonos cosas, generando sentido e interpretación. Y, como vemos, importa no solo a los costarricenses, sino también a otros hispanoamericanos, como Tibol, Siqueiros y César Vallejo, el poeta peruano, a quien Jiménez conocía de París. Curiosamente, ya Vallejo había vislumbrado el carácter plástico y volumétrico de la escritura de Jiménez, cuando escribe en una carta: "He tenido el placer de leer algunos bellos artículos de usted. ¿No es que usted empieza a dejar la escultura por la literatura? No sería extraño que en su espíritu palpite un gran poeta del verbo, ya que lo es usted desde hace mucho tiempo en materia de granito y talla directa". No, Vallejo, Max no dejó la escultura por la literatura. Lo intentó. Escribió mucho y bien, pero no mejor de lo que esculpía o pintaba. Por eso retomó con tanta fuerza la pintura en sus últimos años y se difuminó la escritura, apenas aforismos y candelillas.