Peter Drucker hace una interesante reflexión sobre la influencia del pensamiento de los directores de las escuelas primarias en la formación de los niños y su impacto en el desarrollo profesional de estos.
Si educamos a los hijos en escuelas conservadoras, les generamos tabúes y mitos que influenciarán negativamente el comportamiento futuro de ellos en la sociedad. Por ejemplo, en la escuela Saint Anthony, donde estudia por última vez mi hijo Diego, su cuerpo directivo está formado por personas que, independientemente de su edad, parece que no han evolucionado con la ciencia y la sociedad y toman decisiones basados en paradigmas obsoletos. Me refiero específicamente a la tolerancia a la diversidad y a no discriminar.
Desagradable sorpresa. Diego tiene un hermano, Alejandro, con síndrome de Down. Al llegar Alejandro a la edad preescolar, tratamos de matricularlo en la misma escuela, pero una desagradable sorpresa nos llenó de estupor: la directora nos informó de que la junta directiva había decidido no aceptar niños que requirieran adecuaciones curriculares significativas; es decir, pese a que desde 1996 existe la Ley de igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad , la escuela se da el lujo de ignorarla y, peor, transmite así a su población escolar un nefasto mensaje: "Esos niños no son dignos de ser integrados a la sociedad".
Desafortunadamente, esta decisión está tomada con ignorancia. Estas personas se quedaron con la visión de la época en las que a un niño con síndrome de Down había que esconderlo porque era un vergüenza social exhibirlos. Esta mentalidad retrógrada hacía que estos niños no fueran educados adecuadamente y, por lo tanto, sus vidas se restringían a las enaguas de sus mamás. Muchas luchas tuvieron que dar padres visionarios que se negaron a pensar que sus hijos especiales no podían aprender y desarrollarse como los demás. Ya hemos visto en la televisión que el artista principal es un muchacho con este síndrome, vemos a Laura trabajando en Mc Donalds, a Carmen en La Nación . En muchos lugares vemos a estos niños abriéndose paso en una sociedad que cada vez más les abre los brazos y los incorpora aprovechando sus valores individuales.
Oportunidad perdida. En esta escuela aceptaron, hace algunos años, a otra niña con este síndrome, principal inspiración nuestra al escogerla para nuestros hijos. Sin embargo, hoy la directora alega que fue un "plan piloto", cuyos resultados no los satisfacen. Pareciera que, por ignorancia de sus directivos, no aprovecharon la oportunidad para aprender de ella, sino que más bien han tratado de que la niña aprenda de ellos.
Lo valioso del artículo de Drucker es que, como padres, estas decisiones nos tienen que preocupar pues envían mensajes equivocados a los niños que hoy estudian en Saint Anthony y en muchas otras escuelas del país. En el futuro se van a encontrar con personas discapacitadas y sus paradigmas formados en la escuela no les permitirán recibirlos con la apertura que corresponde al conocimiento actual. Se enfrentarán con situaciones difíciles porque su concepción de la sociedad será anacrónica.
Lo interesante es que la situación con Alejandro solo sirvió para revelar una realidad: lo retrógrado de esta junta directiva. Lo triste es que esta mentalidad se extienda a muchos otros campos del comportamiento social y científico. Lo único que demostraron fue su nivel de obsolescencia y que lo único que van a producir son alumnos desactualizados, por más clases de computación que les den.
(*) Padre de un niño con síndrome de Down