Cada cierto tiempo, aparece un bicho raro de estos y nos sacude hasta los cimientos, cada uno a su manera, cada cual con su estilo y originalidad. No importa si es Mozart, Lennon, Pavarotti o Michael Jackson. Sus individualidades nos aportan algo distinto, y quiero pensar que hasta mejor. La vida fue de cierta manera antes de su existencia; sin ellos, somos menos; y aunque “nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”, nuestra disminución no se debe a lo ocurrido en nuestras almas y existencias, sino a un fenómeno externo e inexplicable: a que ellos ya no están con nosotros.
Es cuando alguien nos dice: make the change, I’ll be there , porque no eres black or white , sino que we are the world , y nuestra human nature nos dice que ya es hora de start giving . Junto a otro de esos avatares, es fácil to imagine a world without a reason to die or kill for, where people live their lives in peace . ¿Qué tan lejos está Jackson de Lennon o Gandhi?
Fragilidad. En medio de su dolor y de su trepidante existencia, este torturado y sufrido Michael-Peter Pan nos ha cambiado, nos ha hecho bailar a los que somos tiesos como un tronco; nos ha dicho que sanemos el mundo y nos ha preguntado, desde lo más profundo de su atribulada alma, que si estaremos con él en sus turbulencias, angustias, ansiedades y más profundos temores, recordándonos que a pesar de todas las apariencias de ser sobrenatural, él también era humano. Sí, estos dioses son frágiles y humanos, tanto, que tienen hijos que lloran su muerte.
Los músicos son seres de una exacerbada sensibilidad, que no solo hablan un lenguaje universal, sino que también es superior. Ese es su vínculo con la humanidad, que a veces medio logra entender y sentir la magia, la felicidad y el dolor en que viven estos sensibles seres. Ellos también son embajadores celestiales, porque nos vinculan con sentimientos sobrenaturales, tales como amarse los unos a los otros, vivir en paz, proteger el planeta, reír hasta el absurdo, perdonarse hasta el dolor y cuidar a la familia por sobre todas las cosas.
En algunos momentos, se muestran mortales –era inevitable– y entonces vemos las manifestaciones de su humanidad y, como todos nosotros, terminan pecando. Aun así, por pequeños que sean sus pecados, se notan más porque de alguna manera queremos que ellos sean sobrenaturales y casi celestiales.
Héroes necesarios. Cuando pecan, nos sentimos defraudados, no tanto por lo que han hecho o dejado de hacer, sino por el daño que le han provocado a la imagen totémica y a los mitos que hemos fabricado en torno a ellos. Les cobramos su humanidad y que de alguna manera no sean los héroes que queremos, que necesitamos que sean, en este mundo tan urgido y tan vacío de modelos por seguir. Sin embargo, al final soñamos con un mundo sano, limpio y protegido, que no es blanco ni negro, en el cual el racismo, el odio y el hambre son términos jurásicos que solo encontramos en un diccionario de arcaísmos. Habría que preguntarse qué sería de la música sin Mozart, Lennon, Pavarotti o Jackson. Esa duda nos lleva a otra: ¿realmente mueren estos bichos raros? El Réquiem , el mundo imaginario de Lennon, el rondine al nido de Pavarotti y la angustiante pregunta del sufrido Jackson: ¿will you be there?, forman parte indivisible de lo que ya entendemos por Humanidad. Así que mientras haya alguien que los escuche, su muerte no pasa de ser un mero accidente forense, sin relevancia para aquellos que hemos sido sacudidos por la gracia y la virtud de estos superdotados.