Latinoamérica se ha convertido en una región de migrantes, que se trasladan dentro y fuera de nuestros países en busca de mejores oportunidades, huyendo de la injusticia o de las profundas desigualdades sociales. En un intento de supervivencia, algunos se convierten en presa del narcotráfico, del tráfico de armas y de la trata de personas.
Se ha denunciado que nuestras fronteras, especialmente las que más se acercan hacia el norte, son literalmente tierra de nadie.
Existe un negocio globalizado en el cual abundan la prostitución, la delincuencia, la utilización de la niñez en pornografía, la explotación laboral, las armas y la droga.
Receptor y puente. La migración tiene dos caras: nuestro país fue receptor de ilustres ciudadanos que forjaron nuestra historia, y actualmente es refugio de profesionales, científicos, artistas y familias trabajadoras, pero también paraíso tropical de asaltantes y traficantes de cuerpos y almas. Costa Rica es país receptor y puente.
No olvidaré mi conversación con un joven de 15 años, que seis años atrás había sido sustraído de su hogar por una disputa de drogas. Vivía protegido de las garras de sus captores y de los engaños de los coyotes en un albergue cercano a la frontera mexicana. Era un sobreviviente de utilización con fines pornográficos, de trabajo forzoso, explotación sexual y drogadicción, que guardaba ansiosamente la esperanza de reunirse con su madre en algún lugar de Nueva York. Me contó que los niños y adolescentes, cerca de la frontera, viajan friolentos, descalzos, con hambre y con sed. Brincan de tren en tren, se drogan, venden su cuerpo y algunos mueren a balas en el desierto. Las cicatrices en su cuerpo saltaban a la vista para contar su historia.
Niñas prostitutas. En Tijuana estuve con “las paraditas”, las niñas-prostitutas explotadas sexualmente por adultos enviciados. Puede vérselas de pie y recostadas a las puertas de los burdeles, con su mirada perdida, como buscando el infinito al otro lado de la frontera. Son de múltiples nacionalidades, todas se drogan y algunas están embarazadas.
¿Cómo olvidar en Costa Rica a las adolescentes orientales que viajaban indocumentadas en compañía de hombres con pasaportes falsos y esperaban el retorno a su país en un albergue de Limón; a los niños sudamericanos, encerrados por coyotes en un cuartucho del Mercado Borbón y que iban rumbo a Europa; a los bebés centroamericanos traficados por adopción que un domingo cargué en mis brazos a un albergue de Santa Ana, o a la muchacha europea víctima de prostitución y drogadicción, que de tanto llamarse “María” ya no recordaba su nombre original?
Esa explotación humana ha sido calificada por la revista National Geographic de la esclavitud del siglo XX. Costa Rica y nuestros ciudadanos no se escapan de este flagelo y, a pesar de reconocidos esfuerzos, parece que aún seguimos inmersos en una especie de negación. Son entonces preocupantes las afirmaciones de la especialista en trata y tráfico de personas de la Organización Mundial de las Migraciones, doña Águeda Marín, en el sentido de que “ha sido difícil trabajar el tema acá; pensamos que aquí no existe conciencia de la magnitud de los casos”.
“Coyotes” a la cárcel. ¡Qué importante es tener finalmente tipificado el “coyotaje” en la nueva ley de migración! Los coyotes de niños, hombres y mujeres ahora van a la cárcel. Démonos ahora a la tarea de penalizar también la tenencia de pornografía infantil.
El Departamento de Estado de los EE. UU. nos sitúa en la categoría 2 (la 3 se reserva para países con gravísimos problemas de tráfico y trata de seres humanos). Sería importante, entre otras acciones previstas, activar de inmediato la Coalición Nacional contra la Trata y Tráfico de Personas.
La migración humana ofrece siempre dos caras. Que no se nos vaya de las manos el momento oportuno para detener los horribles tentáculos de su lado tenebroso.