Si Costa Rica logra salir del subdesarrollo en el próximo siglo en el campo tecnológico, habrá conquistado este hito pese a Radiográfica Costarricense S. A. (RACSA), empresa que domina monopólicamente el acceso a Internet en el país.
Desde la invención de la imprenta por Gutenberg, no ha surgido un instrumento, en el orden de la información y la comunicación, con el potencial de cambio e impacto que tiene la poderosa y ubicua Internet. La imprenta permitió la masificación de los libros. El individuo pudo, por primera vez, ilustrarse sin la necesidad del intérprete poseedor y lector en voz alta del manuscrito. Con la divulgación masiva del conocimiento florecieron nuevas ideas e irrumpió el Renacimiento. La imprenta formó la base tecnológica de la sociedad moderna.
Ese proceso se inició hace 500 años. Hoy Internet multiplica y disemina el poder que brinda la información. Toda persona con acceso a la red no solo puede informarse sobre cualquier tema, sino, además, expresar su opinión sin censura alguna. La multiplicidad de enfoques existentes sobre cualquier materia ha evitado la monopolización del conocimiento. Internet dificulta --si no evita-- la manipulación de la opinión por los poderes tradicionales.
Así como no se nos ocurriría que el Estado monopolizara las imprentas del país, los costarricenses no debemos aceptar que el factor democratizador de Internet permanezca en manos de una sola empresa, aunque esta pregone como bandera el interés público. Cada comunidad, empresa o individuo debe disfrutar de la capacidad de satisfacer sus necesidades de acceso a la red irrestrictamente. Si RACSA ofreciera servicios de calidad a buen precio, en buena hora que le compren el acceso. De lo contrario, deben existir múltiples proveedores alternativos. La competencia en este campo es fundamental para el desarrollo es imprescindible: lo estratégico no es el monopolio, sino su desaparición.
Los costarricenses usuarios de la red ya sufrimos los efectos de esta situación: disponibilidad errática del sistema, despreocupación por el cliente, tiempos insoportables de acceso y tarifas exorbitantes. El mes pasado fuimos testigos --otra vez-- de estas deficiencias: sin aviso alguno, la empresa monopólica cambió las direcciones de acceso --lo equivalente a una modificación de números de apartado de todos los correos del país-- y cortó la comunicación por la red. Por otra parte, las tarifas de RACSA, basadas en cobros por minuto, desestimulan el uso. Cuando en otros países se puede acceder a Internet ilimitadamente por $15 por mes, RACSA cobra $30 por 30 horas de uso más un dólar por cada hora adicional. En esencia, RACSA le enciende una "maría" a los costarricenses que tratan de acceder a la biblioteca mundial que es Internet.
Como solución al monopolio, el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) anunció la semana pasada que el año entrante ofrecería servicios de Internet. Este espejismo de competencia no resuelve el problema. Aunque cambie la razón jurídica, el monopolio se mantiene: el ICE es propietario de RACSA. Solo la libre competencia garantiza calidad a buen precio. El Gobierno debe abrir la posibilidad a cualquier entidad de ofrecer servicios de Internet. Así como se permite la utilización del espectro electromagnético y otros servicios, así ha de autorizarse su uso a los proveedores de Internet.
En el próximo siglo, el desarrollo de los países no se medirá por el grado de alfabetismo, sino de acuerdo con el nivel de acceso universal a la red. Costa Rica puede maximizar la informatización de sus habitantes, así como logró minimizar el analfabetismo.