Estamos en presencia de bandas organizadas que intentan socavar el sistema de seguros del país". Esta denuncia del presidente ejecutivo del Instituto Nacional de Seguros, Alejandro Soto, describe la situación interna de esta institución en el campo de los seguros de automóviles. No recordamos una expresión tan grave de parte de un funcionario público.
Lamentablemente, los hechos corresponden a las palabras. No hay hipérboles retóricas. Los procedimientos utilizados por esa banda organizada, interna y externa, para apropiarse, ilícitamente, de buena parte del botín de las indemnizaciones, por 10.317 millones de colones, sobrepasan toda imaginación. Esta exuberancia delictiva demuestra que no se trata de hechos recientes, sino de un plan que viene de lejos, tanto que, en lo pasado, se hicieron esfuerzos para ponerle fin a este asalto, pero no cristalizaron, en vista de la oposición acérrima de los grupos interesados y de los sindicatos. La amplitud y complejidad de los medios puestos en práctica para desangrar al INS ponen de manifiesto, asimismo, la extensión de la red establecida.
Dos causas concurren para la organización y elevada rentabilidad de estas bandas: el señorío de la corrupción, que ha llegado a un nivel insospechable, alimentada, como reiteradamente se ha dicho, por un espacio casi ilimitado de impunidad. Los corruptos inician sus acciones paulatinamente, como tanteando el terreno. Luego, ante la debilidad del Estado, siguen avanzando hasta horadar el corazón mismo de las instituciones y de la economía nacional. En segundo lugar, en el caso del INS, su condición monopolística constituye un aliciente para la corrupción, la negligencia, el debilitamiento de los controles internos, el derroche y un servicio deficiente. La competencia no desarraiga del todo estos males, pero sí contiene los elementos necesarios para imprimirles eficiencia y racionalidad a las empresas. Una de las ventajas de la competencia es la imposibilidad de que la corrupción, la ineficiencia y el derroche se prolonguen a lo largo del tiempo, como ocurre con una entidad pública monopolística. En un estado de competencia, los hechos se imponen. En una situación de monopolio y de control cerrado, los culpables son los hechos y las víctimas, los usuarios.
Si alguna duda cabía sobre la urgencia de romper el monopolio de los seguros, es el escándalo denunciado en estos días. Merecen un reconocimiento público las autoridades del INS por su responsabilidad, coraje y empeño, pero no deben olvidar que, pese a la excelencia de los controles impuestos, a las sanciones y al establecimiento de nuevos métodos, el propio monopolio, es decir, la falta de competencia se encargará de desnaturalizar los esfuerzos de hoy, pues el virus se encuentra en la fruta y el monopolio no produce anticuerpos para combatirlo de manera pronta y profunda. Es mejor, entonces, tomar el toro por las astas y adoptar las decisiones pertinentes.