Basado en la charla que escuché al historiador Carlos Luis Fallas sobre la participación que tuviera mi bisabuelo, don Eduardo Fournier Helcht, en las actividades obreras de finales del siglo XIX, transcribo está interesante investigación para conocimiento de las nuevas generaciones y difusión de nuestras costumbres e historia. Tal parece que la información no llegó mas allá del grupo de personas del clan Fournier que estuvimos presentes aquella noche de 1990...
Probablemente todos los ticos sabemos el significado de la expresión “estar montado en la carreta”. Lo que seguro no sabemos es de dónde viene la frase.
Aquí va entonces la historia. Cuando Costa Rica organizó el transporte de café de San José a Puntarenas, principalmente a finales del siglo XIX y principios del XX, eran no cientos, sino miles, las carretas que llevaban el café hasta el puerto.
Miles de boyeros. Por ejemplo, en determinado momento, Costa Rica llegó a exportar hasta 440.000 quintales anuales de café por la vía a Puntarenas. Cada carreta transportaba 10 quintales, lo que significa que se necesitaban más de 40.000 viajes de carreta hacia Puntarenas en cada cosecha. Una carreta necesitaba 8 días para ir y 8 para regresar y se exportaba el café durante enero, febrero, marzo y abril. En cuatro meses, había que transportar esa cantidad de café. Un carretero, entonces, haría unos 4 ó 5 viajes por temporada, por lo que estamos hablando de entre 8.000 y 10.000 carretas las que participaban en la exportación de café.
Se comprenderá entonces que eran interminables las filas de carretas que iban hasta Puntarenas a dejar el café o que volvían hacia San José. Y este tránsito tenía que ser muy ordenado, si se considera lo angosto de la carretera, los daños que estas sufrían y la topografía.
Aunque en la actualidad aquello podría parecernos algo muy sencillo, tenía sus complicaciones. Por lo tanto, el Gobierno estableció un reglamento sobre cómo debían ser conducidas las carretas y sobre el comportamiento de los boyeros. Para el cumplimiento de dicho reglamento, el Gobierno estableció una policía de carreteras, a caballo, la que constantemente patrullaba en uno u otro sentido para vigilar el cumplimiento cabal de las normas establecidas en el reglamento.
Una de las normas indicadas era la prohibición absoluta de conducir la carreta montado en ella. Esto es, como si fuera un coche de caballos. El reglamento estipulaba que el boyero debía ir al frente de su yunta de bueyes, y no, como sucedía con frecuencia, que, al cansarse el boyero, se sentaba en la compuerta delantera de la carreta y dirigía los bueyes con los pies apoyados sobre el timón. Esa prohibición tenía su lógica pues, si los bueyes no sentían la presencia de su amo, podían espantarse y causar un accidente en aquellas interminables filas de carretas, una muy cerca de la otra.
Múltiples excusas. Ahora bien, era práctica habitual de los boyeros tomar mucho licor durante el viaje. Ya fuera por el frío en las largas noches, por el calor en el día, por cualquier celebración, por cualquier pena que sobrellevar, por lo que fuera, pero tomaban mucho guaro. Cuando estaban tan ebrios que no podían sostenerse en pie, no les quedaba más remedio que montarse en la carreta y dirigir desde allí a los bueyes.
Cuando la Policía los sorprendía en esa situación, de inmediato les ponía una infracción que implicaba una multa, la cual debía ser publicada en el diario oficial. Es así como, en La Gaceta Oficial de la época (1870-1890), se pueden encontrar largas listas con ese tipo de infracciones, que dicen más o menos así:
“Fulano de tal: Un peso de multa por ir montado en la carreta”.
Esto significaba que se había sobrepasado en la ingesta de licor, lo que lo obligaba a abandonar su puesto al frente de sus bueyes. De esta manera se fue asimilando la expresión “estar montado en la carreta” con el estar ebrio, ya que la frase por sí sola no tienen ninguna relación con esa condición.
Así trascendió hasta nuestros días. Y los que alguna vez nos “montamos en la carreta” ni idea teníamos de que estábamos emulando la acción de aquellos pioneros que, con sus viajes al puerto, ayudaron a crear la Costa Rica de hoy.