La introducción de una moneda única en Europa, denominada euro, ha sido objeto de prolongada y sesuda meditación por las autoridades de los países involucrados y su aplicación se hará de manera paulatina. Por esta razón, este 1º de enero de 1999 constituye una fecha especialmente significativa, por cuanto el euro se comenzará a utilizar como unidad de cuenta. Para el público el cambio no será muy grande, porque no circularán billetes ni monedas denominadas en euros antes de enero de 2002 y las monedas locales de los países sujetos al euro no desaparecerán sino hasta en julio de ese año.
Sin embargo, a juzgar por el valor de la producción de los países, por el momento once, que conforman el área de la nueva moneda europea, y por el volumen de su comercio internacional, el euro podría constituirse en la segunda moneda de uso mundial, después del dólar estadounidense. Para su operación funciona, desde mediados del año pasado el Banco Central Europeo (BCE), un banco supranacional cuyo modelo es el Bundesbank, el respetado Banco Central de Alemania. El BCE fue creado de una manera muy interesante, pues su objetivo exclusivo es mantener la estabilidad de precios. Con este fin se le aisló de la influencia política. De aquí que las deliberaciones de sus directores sean secretas y estos son nombrados por plazos relativamente largos. Como requisitos para ingresar al sistema del euro, el tratato de Maastricht exigió a los países tener bajos niveles de déficit fiscal y de deuda pública, lo cual favorece la estabilidad monetaria.
¿Será el euro una moneda fuerte o débil? Para muchos será una moneda fuerte, pues si el BCE cumple a cabalidad su objetivo de estabilidad de precios y los costos de transacción de monedas en el ámbito europeo se eliminan, esta moneda tendrá, entonces, gran acogida en escala mundial. Sin embargo, para otros analistas el euro debe crear su propia experiencia y, a partir de esta, se sabrá objetivamente si será fuerte o débil. Los pesimistas, por su parte, expresan que el nuevo sistema monetario tiene todavía que vencer muchos obstáculos.
En efecto, si bien el mandato del BCE es claro en cuanto a la búsqueda de la estabilidad de precios, desde ya algunos políticos europeos, en particular el ministro de hacienda alemán, Oskar Lafontaine, han comenzado a instarlo para que promueva el crecimiento de los países europeos y propicie una rebaja en los niveles de desempleo que están sufriendo. Estos objetivos, si bien son deseables, fácilmente pueden chocar con el propósito de la estabilidad de precios.
Por otro lado, si bien la política monetaria de los países miembros del euro estará a cargo del BCE, dos importantes funciones de la banca central típica -la de supervisión del sistema financiero y la de prestamista de última instancia- se ejercerán en un ámbito local, sin que el procedimiento específico se haya definido. La operación del euro, entonces, representa un interesante proyecto de política económica, que sin duda ha de ser seguido de cerca por mucha gente, dentro y fuera de Europa, y que representa una de las grandes decisiones monetarias del siglo XX.