Opinión

No hay derecho

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Íbamos a almorzar en un restaurante de la calle de la Amargura, pero el Ministerio de Salud acababa de clausurarlo y, de feria, gracias a una falla del Meteorológico, vino un chaparrón no autorizado que nos obligó a protegernos largo rato bajo la marquesina del negocio. El más joven del grupo, y al parecer el más acosado por el hambre, propuso que tomáramos un taxi y nos fuéramos de hamburguesas a un expendio de comidas rápidas (“comida chatarra”, dijo él) de los que abundan en San Pedro, pero, al ver rechazada su propuesta, nos contó que, cuando era estudiante, alternaba su horario de clases con el oficio de mensajero motorizado al servicio, precisamente, de un expendio de alimentos especializado en comidas grasientas, bebidas gaseosas y repostería de colores sospechosos. Se desplazaba en una moto identificada por el logotipo de la empresa y hasta su casco protector mostraba atributos publicitarios que hacían obvia la naturaleza alimentaria de su misión.








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