Ni en personas ni en partidos es parte del mensaje -sin entender aún por los aludidos- que el elector envía, según las recientes encuestas, que coinciden con el sentir general. Casi el 60% sin partido, la caída espectacular de casi todos los candidatos, especialmente Óscar Arias, pese a sus buenos antecedentes; la práctica desaparición del PUSC, inevitable, porque nunca fue partido, sino solo el séquito alrededor de Rafael Ángel Calderón; la caída en picada del PLN, responsable del inicio del proceso de corrupción, causante de todo, y participante de a callado durante la regencia del difunto PUSC; las minúsculas calificaciones de los emergentes, a unos por superficiales en sus ideas y a otros por inaceptables.
Esto lo que significa para los candidatos es: "Miren, no me vengan con que aquí estoy yo, que arreglo el asunto, sino díganme antes cómo y con quiénes; condene concretamente, y no con vaguedades, los numerosos actos de corrupción pendientes, y proponga desde ahora las medidas preventivas de rendición de cuentas y control para que no se repitan ni en su gobierno ni en el futuro". Y a los partidos: "Dejen de ser simple banda transportadora de dirigentes distritales al órgano máximo del poder porque ya sabemos cómo los manejan y cómo, con ellos, se elimina la representatividad del poder; y cumplan su función principal de estudiar los problemas nacionales y plantearles soluciones viables".
Hechos y resultados hablan. La conmoción de los últimos acontecimientos ha sacado al elector medio de su infantil creencia ciega en personas y partidos. Por oscuras razones de la psique colectiva, que vienen del pasado, se creyó a ciegas en las personas, y no en los hechos y resultados que indicaban lo contrario, así como la corrupción del sistema de gobierno como tal, necesariamente alentada desde arriba. Desde hace mucho las encuestas indicaban dos factores absolutamente contradictorios: la opinión sobre los políticos en general como corruptos y, al mismo tiempo, la excelente opinión, en todo sentido, sobre las personas concretas de sus dirigentes, como si los actos de corrupción los hicieran los fantasmas o las agentes de tercera línea. Solo esa patológica creencia puede explicar la contradicción. Pero se acabó: el encarcelamiento de aquellos dioses falsos, sorprendidos in fraganti, acabó con aquel hechizo cuasifreudiano.
De modo que no es cosa de sentarse a esperar a que se calmen las aguas, como cree don Óscar Arias. Ha ocurrido un cambio fundamental y, si no lo advierte, peor para él. El PLN está herido de muerte, a la par del ya difunto PUSC, y se requieren otros partidos que procedan en la forma dicha, que den prenda segura y anticipada de su capacidad y voluntad. Para empezar, con el nombramiento del nuevo contralor, que ha de ser excelente y de capacidad demostrada con sus antecedentes, de modo que pueda formar con el Fiscal General el dúo necesario para limpiar a toda la administración pública de la basura y la suciedad acumuladas porque, como los establos del rey Augías, parte de los legendarios trabajos de Hércules, tiene décadas de no limpiarse.
Y esto debe empezar ya, no en el 2006 o con subidas de impuestos incondicionales, como dicen otros analistas.