¿Será por nostalgia que he regalado muchas veces el libro sobre Costa Rica, publicado a fines del 2004 por la Editorial Jadine, de hermosas fotos de nuestras ciudades realizadas en la década de 1920 por Gómez Miralles?
¿Será por vergüenza del San José actual que lo he regalado a amigos extranjeros como diciéndoles: "Miren: nuestras ciudades eran vivibles y de calidad estética; perdón por lo que ven ahora"? ¿O será que este libro me ha devuelto una identidad urbana perdida?
No importa la respuesta; lo importante es la pregunta: ¿por qué San José ha tenido la evolución que conocemos: caos organizativo, arquitectónico y vial, contaminación ambiental y acústica, abandono, desolación e inseguridad? En otras palabras: carencia total de calidad de vida.
Pienso que el crecimiento acelerado en esta dirección se inició en las décadas de 1960 y 1970, en el apogeo del intervencionismo estatal. Pero parece -paradójicamente- que el desarrollo de la capital se escabulló a toda planificación y reglamentación que evita-se su decadencia. Hubo total falta de visión. A ratos me viene a la mente que la tan valorada libertad de expresión de los ticos ha tenido su correlato urbano, bajo forma de libertinaje arquitectónico y ambiental, en nuestra capital.
Estético, político y social. Pero el problema no es sólo estético, sino sobre todo político y social. Es político porque los lineamientos sobre el desarrollo urbano competen al Estado y no han sido los adecuados, como tampoco lo ha sido garantizar la seguridad.
Es problema social porque se ha optado, sin medidas que lo regulen, por una descentralización acelerada de su población siguiendo un patrón policéntrico y costoso desde el punto de vista energético y vial.
Dentro de ese esquema, los espacios residenciales o de trabajo se han definido claramente y, a menudo, se encuentran distantes unos de otros, al igual que los centros de estudio. A la vez, esa pluralidad de centros alternativos con sus propias zonas comerciales y residenciales cada vez más alejadas del centro de San José, tienen una muy clara demarcación social.
Así, el centro de San José, otrora espacio de habitación, trabajo, estudio, consumo y -¿por qué no?- también de cierta convivencia democrática, fue abandonado por carencia de medidas políticas. Es irónico que muchas escuelas públicas hayan permanecido en esta ciudad deshabitada y sin niños.
San José posible. En este contexto deprimente, no cabe sino entusiasmarse con la propuesta de repoblamiento San José posible que ha presentado el Instituto de Arquitectura Tropical, y desear que este pueda ser el inicio de una recuperación planificada del centro josefino, de sus casas victorianas y art deco; en fin, de una oferta de vida que atraiga pobladores por la cercanía de servicios y la identidad de sus barrios; e inicio de una oferta en que sus parques dejen de ser sitios de cruce acelerado y se conviertan en espacio de juego para los niños; en suma, de una ciudad rentable energéticamente y, ojalá, rescatada arquitectónicamente.
Sin embargo, en la realidad, hay miles de detalles que atentan contra aquellos quijotes que quieren anticiparse y sacar de la ruina sus viejas casas llevando adelante su pequeño y personal San José posible. Así, por ejemplo, si se tiene una casa en la que el grueso de los inquilinos son residentes, basta que haya un par de oficinas para que Acueductos y Alcantarillados castigue la casa completa con injustas tarifas comerciales imposibles de pagar para los habitantes o sus dueños. Así mismo, sin sonrojo, esa entidad puede considerar comerciales áreas deshabitadas por deterioro. Todo esto y más puede suceder.
Pero, más allá de estas minucias que requieren coordinación interinstitucional, los que conocimos una San José vivible, y habitamos, estudiamos y paseamos en ella, sin duda nos alegramos y le deseamos mucho apoyo a esta iniciativa de San José posible.
Esperamos que gracias a ella no tengamos que volver los ojos solo a las imágenes del pasado de nuestra capital.