El presente contiene todos los futuros posibles. Con el material irreversible de un pasado único, modelamos, entre los futuros que se nos presentan como posibilidad, aquello que mañana será nuestro presente y que pasado mañana se convertirá en el único pasado. Esta peculiaridad del pasado se preserva en la naturaleza como vestigios -estratos geológicos, fósiles, antiquísimas ondas astronómicas- que hemos aprendido a descifrar y que nuestra memoria conserva como un registro histórico enciclopédico y universal, recuerdo de un pasado más y menos lejano. Esto nos permite aprender del pasado para prever el futuro.
En las ciencias básicas el método científico, que también deviene perfeccionándose, permite ejercitar esta virtud cognoscitiva con mayor grado de probabilidad. Pero hasta en las ciencias puras y aplicadas hay áreas que se han resistido al empuje del conocimiento, como un tratamiento certero contra el cáncer o la predicción de los terremotos. En otros campos del saber, aquel grado de probabilidad cognoscitiva disminuye conforme los materiales y los métodos disponibles no permiten una similar disposición. El más alejado de ellos se encuentre en la política, que se acerca más a una actividad sobre la marcha y se aparta de constituir un saber establecido semejante a la física, por ejemplo. Pero los resultados de la acción política adquieren firmeza cuando se convierten en ley, lo que no deja de significar una arma de doble filo, puesto que los legisladores tanto pueden ser buenos cuanto malos. Sin embargo, en el campo político la historia se preserva como un índice de lo que hay que mantener o buscar, y de lo que hay que evitar a toda costa, como aquello que recoge nuestro epígrafe de Bertolt Brecht. Finalmente, se encuentran los enigmas trascendentales, cuya solución filosófica será siempre hipotética.
Respeto a la opinión ajena. La crítica enderezada a vencer los factores de disolución y mediocridad, necesita el respaldo de la razón y de la vasta comprensión de su cometido, de modo que pueda ejecutarse libre y responsablemente. Reconocer con John Stuart Mill que un hombre puede sostener su razón contra el resto de la humanidad y, a pesar de la opinión general, ser su razón la única verdadera. Esto nos enseña el respeto debido a las opiniones ajenas, a las opuestas a nuestro modo de pensar, a ser tolerantes y, a la vez, dispuestos al debate, al diálogo fructífero.
Recordemos al respecto que fue por amor a la conversación, el diálogo e incluso la disputa, por lo que los antiguos griegos desarrollaron aquellas capacidades críticas y la amplitud de conciencia que todavía son el fundamento de lo mejor que ha producido el saber en las regiones occidentales de la Tierra. Pero los griegos atendían a la razón, siendo a la vez apasionados y valerosos. Escuchaban, atendían y realizaban lo que juzgaban más adecuado a su razón. Un ejemplo grandioso es el caso del sabio Solón, quien constituyó las primeras leyes escritas de Salamina y quien infundió a los atenienses aquel celo por la justicia que culmina en los esfuerzos de Sócrates y sus discípulos por el constante mejoramiento de las leyes, puesto que por ser obra humana, son falibles y necesitan una constante vigilancia. Siempre del lado de la justicia, Sócrates enfrentó a los aristócratas, a los tiranos y los demócratas cuando quisieron actuar ilegalmente. Así, llevó su palabra y su acción hasta su propia muerte, pues él mismo acató las órdenes de la ley juzgada por la mayoría, aunque reconociese la injusticia que los jueces ejercieron contra quien Platón proclamó "el más justo de los hombres".
Frases claves. Este llamado al mejoramiento de la ley implica una fe maciza y auténtica en el poder de la razón y la posibilidad de modificación de la obra humana, en un grado tal que, posteriormente, sólo Jesucristo hubo de superar cuando quebrantó las antiguas leyes sagradas para que se engendrase un mundo más libre y digno, basado en la virtud de la verdad y de la acción que por ella se suscita. Todo se resume en dos frases, muy repetidas pero a menudo incomprendidas o puestas en entredicho por las acciones de los hombres: "Conócete a ti mismo" y "La verdad os hará libres", conjunción de pensamiento y acción que nos dejaron por herencia respectivamente la filosofía griega y el cristianismo original. Nos encontramos, así, hermanadas a la justicia y la libertad en esta lucha milenaria por una humanidad redimida, lucha sostenida a través de avances y retrocesos en las mismas entrañas de la tradición filosófica y religiosa, pero finalmente decantada en la obra monumental que constituyen las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Por ello, pienso que nuestra meta común hacia el 2000 requiere libertad y justicia y, sobre todo, inteligencia y decisión, en un grado cada vez mayor en todo lo que se refiere a nuestra vida nacional, personal y socialmente vivida. De tal manera, esa meta ofrecerá una fuerte orientación dinámica para solventar nuestra carencia de vivienda, alimento, salud, educación, seguridad y confianza. Mediante las fuerzas unidas de nuestra voluntad, pasión, solidaridad e inteligencia comunes, esta orientación nos permitirá superar las apremiantes necesidades sociales y consolidar una calidad de vida semejante a la de los ciudadanos que constituyen las naciones más cultas y desarrolladas de la Tierra.
Conciencia y acción. Entonces, con respecto a nuestro futuro político, øqué propondríamos como finalidad común para engrandecer nuestra República, durante y después del año 2000? Pienso que una superación verdadera de la calidad de vida y una estimación real por la vida de todos y cada uno, de modo que aprendamos a llevar plenamente a la práctica diaria los derechos y deberes establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y todo ello mejorado por nuestro quehacer cotidiano y la reflexión que le acompañe. Así, sobre la base de una conciencia más vasta de la vida y una acción más consecuente por la vida, podremos enfrentar los problemas propios del subdesarrollo con una finalidad que nos mueva intensamente: un objetivo final suficientemente poderoso como para constituir un sentido que genere la voluntad suficiente para realizar un trabajo firme, continuo, superior, sagrado puesto que se ejecuta en virtud de nuestro común porvenir: el nuestro, el de nuestros seres queridos, el de nuestros compatriotas, el de la humanidad, ahora y por los siglos venideros.