En el año 1578, el papa Gregorio XIII le encargó al matemático jesuita Christoph Clavius elaborar un calendario que superara las inexactitudes del calendario Juliano, adoptado por Julio César en el año 45 a. C. y que era bastante práctico, pero arrastraba el error de medir el año en 365 días y seis horas, cuando en realidad la Tierra gira alrededor del sol en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,96768 segundos. Esto produjo un desfase de casi 7 días por milenio, de modo que en 1582, cuando se pone en marcha el calendario Gregoriano, el error alcanzaba 10 días. Para enmendar la falla, en 1582 se eliminaron las fechas del 5 al 14 de octubre: al 4 de octubre le siguió el 15 de octubre. (Rusia efectuó esta corrección en 1918, de modo que la Revolución de Octubre realmente sucedió en noviembre, según el calendario Gregoriano).
Aunque el calendario Juliano ya incluía el año bisiesto --llamado así por los dos 6 de 366-- y a pesar de que Clavius realizó cálculos más finos, la exactitud aún no era total por causa de las fracciones de tiempo. Para solucionar este problema, el matemático jesuita inventó el recurso de suprimir el año bisiesto una vez cada siglo y reponerlo cada cuatro siglos. Aún así, persiste una diferencia anual de 25.95 segundos, la cual suma un día cada 2.800 años.
El año 2000, entre tantos aspectos polémicos, fue un número básico para Clavius, pues la última vez que se repuso el año bisiesto fue en 1600; por lo tanto, corresponde al año 2000 la segunda reposición según el calendario gregoriano, por lo que disfrutaremos de un día que sólo aparece cada 400 años. Por otro lado, parte de la magia del 2000 es que cambian todos los dígitos del año anterior (1999), lo cual sucede solo cada milenio.
Dice el paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould: "La complejidad del calendario es un desafío permanente para la especie humana. Por eso decimos: si Dios existe, o tiene buen sentido del humor o es una nulidad en matemáticaÖ o simplemente es incomprensible para el espíritu humano."
(*) Escritor