Esta semana llegó a mis manos una invitación para una "barra libre" (o "tomatinga"), efectuada la noche del viernes anterior en un lugar de Mozotal, El Alto de Guadalupe.
El hecho hubiera pasado como una simple actividad social de adultos, a no ser porque la invitación se distribuyó entre colegiales la semana pasada.
Por la módica suma de ¢3.500 los varones y ¢3.000 las damas, los organizadores ofrecieron consumo ilimitado de "birras, vodka, ron y jelly shots (algo así como 'tragos dulces', que consisten en copitas de gelatina aderezadas con licor)".
La convocatoria se hizo en trozos de cartulina cuyo fondo es un emblema alado. Incluía una promoción adicional: "Invitación vale por dos personas" y, en letras pequeñas "nos reservamos el derecho de admisión".
Este "convivio" no es un hecho aislado, no. Por desgracia, se trata de una "moda" que cada vez tiene mayor arraigo entre menores de edad.
Los cómplices son, en muchos casos, padres de familia, quienes hasta prestan sus casas para que nuestros adolescentes se vayan haciendo "hombrecitos" o "mujercitas".
Amparados en una propiedad privada, estos adultos camuflan un delito (vender licor a menores de 18 años) y estimulan un vicio pernicioso.
La situación nacional es tan dramática, que encuestas hechas por el IAFA revelan que el comienzo del consumo de licor ronda los 11 años.
Según esos datos, poco más de la mitad de los muchachos que ingresan a sétimo año ya han probado alguna bebida.
Los estudios también evidenciaron otras lamentables opiniones: un tercio de los jóvenes consultados cree que tomar dos tragos al día no es peligroso, mientras que un 21 por ciento piensa que los muchachos tomadores tienen más amigos.
Si tal es la realidad que está envenenando a nuestros niños y adolescentes, cabe preguntarse: ¿qué tipo de controles o medidas punitivas podrían establecerse por parte del Estado, sus instituciones y la Policía?
Para empezar, en los barrios se necesita una actitud más vigilante y menos cómplice para denunciar las barras libres y frenar a tanto alcahuete.
Y, si la familia es la base de la sociedad, como generalmente se pregona, es indispensable un mayor interés de los padres por las actividades y "los amigos" que rodean a sus hijos.